Resulta increíble cómo se acepta en Occidente la vertiginosa caída de la natalidad, por más que se sepa que nos lleva a sociedades inviables desde cualquier perspectiva. El caso español es muy llamativo, con un índice de fecundidad por mujer de 1,2 hijos, uno de los más bajos del mundo. Sin apenas incidencia ya de la pandemia, entre enero y junio de 2022 la diferencia entre fallecimientos y nacimientos fue de 72.000 personas, lo que aboca inexorablemente y en breve plazo, pues esta tendencia negativa se remonta ya a 2015, a un insostenible envejecimiento por falta de reemplazo generacional.
Es imposible encontrar, en toda la historia humana, un fenómeno semejante, sobre todo porque no hay ninguna razón que pueda justificarlo. Me asombra especialmente la indiferencia política hacia esta cuestión, la más grave de las amenazas a que nos enfrentamos, hasta el punto de haber llegado a pensar si en las mentes privilegiadas que nos rigen no anida la idea, todavía no expresable por sus enormes consecuencias éticas, de que en un futuro no lejano será posible programar el reemplazo generacional, según las necesidades de cada momento, a través de la "producción" de seres humanos al margen de la unión entre hombres y mujeres.
Nadie duda ya de que la ciencia y las técnicas reproductivas puedan garantizar esa posibilidad en no muchos años. Otra cosa es si esos "productos", cuya programación podría incluso excluir la posibilidad de la muerte tal como la vivimos, podrían ser considerados seres humanos. Es preciso preguntarse, con el filósofo François-Xavier Bellamy, si todavía sería una vida humana aquella que no estuviera marcada por el nacimiento y la muerte: "El mundo humano está esencialmente caracterizado por la natalidad", de forma que "la llegada de nuevos individuos, cada uno con una libertad que hará que su aventura sea singular y que dejará su impronta, visible o invisible, pero siempre única e inédita" es la garantía de la renovación. Dicho de otra forma, ahora por Hannah Arendt: "El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y natural es en último término el hecho de la natalidad (…) Solo la plena experiencia de esta capacidad puede conferir a los asuntos humanos fe y esperanza".
Fe y esperanza han sido los grandes pilares de nuestra civilización. Hoy se prefieren otros y la muerte de lo humano empieza a ganar la partida.
Publicado en Diario de Sevilla.