Cielo, purgatorio, perdón, sacrificio... son algunos de los términos usados para referirse a «Lost - Pérdidos», la extraordinaria serie de televisión que concluyó su sexta y última temporada hace unos días, y que sigue provocando numerosos comentarios. La serie, especialmente desde su segunda temporada, se parece a una parábola llena de referencias bíblicas, pero incrustada en aventura, enigma, misterio, viajes en el tiempo y ambigüedad.
Supongo que a unos cuantos les habrá casi decepcionado el final de la historia, muy cargado de significado y simbología religiosa, especialmente cristiana y específicamente católica. Pero que no resuelve todos los abundantes interrogantes que había despertado durante sus seis años de emisión. Terminamos sin saber exactamente qué es la famosa isla y por qué está ahí. Da la impresión de que eso no era lo importante, sino la excusa que permite que la serie toque explicita o implícitamente los grandes temas de la vida humana: destino y libertad, bien y mal, ciencia y fe, amor y sacrificio, buenas intenciones y malas acciones... Y, sobre todo, redención: sobre este tema, ver estas declaraciones de los autores al New York Times.
Parece que abundan los «enfadados» por el final de la serie, sobre todo porque decepciona las muchas expectativas que se habían sembrado. Tal vez el problema no esté en el final sino precisamente en todo lo que -directa o indirectamente- se había prometido. A mí, de todas formas, no me ha decepcionado. Pero yo no puntúo, pues soy un fan.