Desde la toma de posesión del nuevo gobierno, hay mucha gente nerviosa y enfadada. El whatsapp saturado de mensajes y vídeos reenviados cargados de indignación. Por sistema, elimino directamente todo lo que venga de plataformas crispadas y otros profetas de calamidades que alimentan odios y polémicas, agudizando sentimientos de pertenencia a bandos ideológicos.
Por encima de todo, me debo a Cristo y por Él quiero batallar hasta dar la vida. Pero nunca batallaría por una ideología porque tengo claro que el mundo no es para el cristiano un lugar de asiento en el que fundar definitivamente su hogar. Vivimos en el exilio humano porque seguimos al que “no tuvo dónde reposar su cabeza”. Es fuerte, sí.
El mal ha adquirido dimensiones enormes, nuestra cultura se ha vuelto tóxica y Occidente entero se desmorona porque ya no sabe quién es y esa quiebra cultural e identitaria está en el núcleo de su decadencia. Hace falta estar ciego para no verlo, pero la paz no debemos perderla. Sería pagar un tributo demasiado alto al enemigo.
Con Agustín, creo que la historia universal es un drama en el que se contraponen dos ciudades: la de Dios y la del mal o del Maligno. San Agustín no identifica la ciudad de Dios con la Iglesia católica y el resto con el mal, sino que afirma que ambas están interpenetradas y sólo a Dios corresponde separar el trigo y la cizaña. También en nuestros corazones.
Para ganar una batalla hay que tener claro cuál es el enemigo a batir y cuáles son las armas con las que contamos. Una batalla espiritual se gana con medios espirituales. Nuestros enemigos son: el demonio, el mundo y la carne. Respecto a las personas concretas, “amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”. El Mal ha alcanzado tales dimensiones que de ésta solo nos va a sacar Dios, eso sí, contando con nuestra minúscula colaboración. Él multiplica lo poco que aportamos.
Cada uno hace lo que puede, pero me parece que demasiadas veces nos perdemos en debates ideológicos y prescindimos de las armas que tenemos. Tenemos una seguridad que nos sostiene: la fe en Cristo. Tenemos una Madre que nos lleva de la mano: la Virgen. Así, con el corazón sereno, debemos dar una batalla de más altura, de más profundidad. Tenemos armas para batallar infinitamente más poderosas que el móvil, los exabruptos y la crispación. Cómo cambiarían las cosas si todos los que nos decimos cristianos sustituyéramos un mes la batalla a través del móvil en esas redes que solo enredan, por la batalla a través del rosario. Pero estamos demasiado enfadados y nerviosos para darnos cuenta de que ni hemos identificado correctamente al enemigo a batir ni combatimos con las armas adecuadas.
En lugar de reenviar mensajes incendiarios, propongo oración y ayuno comunitarios por los que nos persiguen. Y, puestos a pedir al que es Todopoderoso, le pido también amar a nuestros enemigos, interesándonos por su persona concreta, por su historia personal, porque no se ama lo que no se conoce. La persona concreta siempre por delante de cualquier categorización abstracta.
Y volviendo a las armas para la batalla, me pregunto:
¿Creemos todavía en el poder de la oración y el ayuno? ¿Creemos que nuestro Dios es un Dios Todopoderoso que nos hará justicia? ¿Pedimos de corazón y con fe la conversión y salvación de cada uno de nuestros “enemigos”?
Dios hace justicia a su pueblo. Dios hace milagros. Dios interviene en la historia para poner límite al mal. En estos tiempos de crisis, decadencia y desmoronamiento de nuestra cultura, firmes los ojos en Cristo, el corazón sereno y el rosario en la mano. Rasguemos nuestros corazones, no nuestros vestidos.
Si alabamos a Dios con fuerza y cantamos su misericordia en lugar de dedicarnos a ser profetas de desgracias; si empuñamos las armas que Él nos ofrece, si levantamos la mirada al Cielo en lugar de bajarla para consultar los mensajes incendiarios del móvil; si hacemos un mínimo intento por amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen, veremos cosas grandes porque la victoria final es de Cristo.
Abro la Biblia al azar pidiendo una palabra sobre el tema del artículo porque no me gusta el resultado. No siempre me disgusta lo que escribo, pero esta vez, muchas otras también, lo releo y me parece muy emocional y con difícil arreglo. El caso es que abro la Biblia y me encuentro con el desconocido para mí profeta Joel pidiendo “ayuno y oración comunitarios”. Me ha conmovido la coincidencia, diosidencia, porque trata de lleno el tema del artículo pero es infinitamente más poético y bello. No puedo transcribirlo entero, aunque es un libro muy breve, así que solo los versículos con los que me topé de frente:
“Hacen duelo los sacerdotes, los servidores del Señor.
Devastado está el campo, de luto la tierra; se ha perdido el grano, se ha secado el mosto, se ha pasado el aceite, se ha perdido la cosecha.
La viña se ha secado, la higuera se ha agostado, todos los árboles se han secado. Se acabó la alegría de la gente.
Vestíos de luto, haced duelo, sacerdotes. Venid y pasad la noche en sacos, servidores del Señor, porque no hay en el templo de vuestro Dios ofrenda ni libación.
Proclamad un ayuno santo, convocad a la asamblea, reunid a los jefes, a todos los habitantes del país en la casa de vuestro Dios y llamad a gritos al Señor.”
Y añado: “Llamad a gritos al Señor” porque esto se está poniendo tan feo que solo Él puede arreglarlo.