La psicóloga Anna Freixas se lo pregunta: "¿Por qué las abuelas y abuelos tienen que cuidar gratis a los nietos y nietas, mientras que el mismo trabajo, si lo hiciese otra persona, un canguro, cobraría? ¿Por qué este mandato sociocultural que dice que el trabajo de las abuelas se hace por amor y es gratuito? Eso no me cabe en la cabeza, no entiendo que las abuelas tengan que cuidar a sus nietos gratis, si los canguros cobran".
El mal existe, eso supongo que lo sabíamos, el mal con toda su oscuridad. Por supuesto existen malas personas y personas que hacen cosas malas, pero cuando digo que el mal es algo distinto. No es circunstancial, es categórico. La idea del mal, el mal puro encarnado en personas como esta tal Anna Freixas que también se podría preguntar por qué una esposa tiene que besar gratis a su marido si las prostitutas se llevan su buen dinero por ello.
Primero fueron las madres que renegaron de serlo, decepcionadas porque no les quedaba tiempo "para nosotras mismas". Ahora el diablo metido en el cuerpo de una psicóloga y feminista –es tan aburrido el mal, que se disfraza siempre de lo mismo– pretende negar la naturaleza evidente de que los abuelos quieren y cuidan de sus nietos. "El problema surge cuando el cuidado de los nietos se percibe como obligación, deber, responsabilidad y carga", dice también. Claro que los nietos son un deber. ¿Qué creías que eran? ¿Un derecho? ¿Cuántos derechos más hacen falta para destruir a la Humanidad? Sólo cuando su mente enferma unos abuelos pueden considerar una "carga" estar con sus nietos, cuidarles y darles no sólo amor sino absolutamente todo lo que necesiten. Sólo abuelos de alma apagada y de corazón que ha dejado de latir renuncian a estar con sus nietos en lugar de desear estar con ellos todavía más tiempo. Y seguro que los hay, abuelos enfermos que se cansan de estar con sus nietos, abuelos desfigurados de egoísmo y mezquindad, pero convertirlos en símbolo, en reclamo social y ya no digamos en víctimas es de sociedad macabra. Abuelos que cobren como escorts, esposas que cobren como prostitutas, mujeres arrepentidas de ser madres. Qué mundo tan siniestro, tan vencido. El mal enroscado en la terrible psicóloga, llegado a negar la ternura más elemental. Hija de tu hija y no te cabe en la cabeza que no quiera cobrar.
Montse Lacalle, otra psicóloga: "La mayor sobrecarga se la llevan las mujeres, que por su generación, han sido educadas en la obligación de cuidar a la familia". Siempre de fondo el resentimiento feminista. Siempre "obligación", "cuidar" y "familia" como palabras negativas. Y siempre juntándolas para crear la sensación de un agravio y para hacer daño.
El feminismo, sobre todo el intelectual, el ideológico, el psicológico, el que ha creado cuerpo teórico, ha sido la mayor conspiración de todos los tiempos contra la mujer libre. Ha sido y lo está siendo. Una conspiración profunda, sádica y atroz. La destrucción de la mujer íntima, de la mujer esencial llevada a cabo por el feminismo supera el error de cualquier cacería de brujas. Nunca antes se había puesto a las mujeres contra su naturaleza, contra sus instintos, contra su belleza. Nunca se había puesto en ondulación una propaganda tan perniciosa y que tan descaradamente las llevara a la angustia y a la tristeza. Todo en una mujer está preparado, planeado, "expectado" para ser madre. Luego están las mujeres que por enfermedad o por decisión no quieren serlo, y nadie discute su libertad, ni su derecho a no ser molestadas por ello. Pero convertir en algo de lo que presumir, en una bandera, en un icono vivir tu vida de una manera incompleta, de una manera menos plena de la que la Creación y la naturaleza te habían preparado, es propagar el virus de la tristeza. Vincular la obligación a lo pernicioso es de sociedad deshecha, devastada. Si cuidar de tu familia no es tu libertad, ¿qué es tu libertad? Si mi libertad no fuera ser el padre de Maria, si la libertad de mis padres y de mis suegros no fuera tenerla todo el tiempo que pueden, ¿qué sentido tendrían nuestras vidas? El feminismo es una enmienda a la mujer como totalidad, es una declaración de guerra.
Ni hombres y mujeres somos iguales ni el igualitarismo ha beneficiado a la mujer. Más bien la ha envilecido, la ha puesto en competiciones que no eran las suyas y la ha hecho sentir incómoda en sus propósitos e instintos. El sueño de la ingeniería social engendra soledades. Hombres y mujeres somos diferentes y tendríamos que tener derechos y obligaciones diferentes. Ni más ni menos, pero que se hicieran cargo de nuestra misma dignidad atendiendo nuestra distinta naturaleza.
Que a los hijos nos quieran matar presentando el aborto como una fiesta de la mujer liberada lo hemos acabado normalizado. Que una vez nacidos no pararan hasta hacernos creer que destruir una familia era más sano que luchar por mantenerla unida, fue el segundo crimen que nos esperaba a los que sobrevivimos a la tentación del primero. Que nos quieran dejar también sin abuelos, ese gran premio de cualquier infancia feliz, ese tesoro primero, luminoso sin matices, expansivo, sensacional de un amor loco, y no sujeto a ninguna contención pedagógica, es de una crueldad que sólo el mal en su pureza más extrema podía planear. Ahora resulta que mis abuelas habrían tenido que cobrar por cuidarme, por quererme, por vivir bajo la prioridad casi única de mi vida y mi felicidad. Hay que ser mala, mala de verdad. Hay que tener dentro y muy incrustada la semilla del diablo. Hay que estar podrida de resentimiento y de vileza para ni siquiera plantearlo.
Los hombres vivimos en el espanto de amenaza feminista en denuncias exageradas o directamente falsas que pueden acabar con nuestra vida pública, pero que hemos aprendido a llevar, aunque los linchamientos se sucedan sin ningún control, en nombre del 'me too' y de otros delirios totalitarios. Estamos sujetos al escándalo y a la cancelación, pero por dentro estamos a salvo y nuestra alma permanece intacta. Nuestra humanidad no ha resultado dañada, ni lo que hemos venido a hacer al mundo. El problema profundo con el feminismo lo tienen las mujeres, que han sido asaltadas y violentadas en su hondura más sensible y trágica. A ellas les corresponde alzarse contra tan funesta ideología. Es su deber cívico, y su única tabla de salvación posible liberarse del yugo feminista que las aplasta y las arrasa. Si ellas no dan el primer paso, continuarán sufriendo y no las podremos ayudar.
¡Abuelas puestas como fulanas en la calle de las Cuatro Camas!
Publicado en ABC.