El buenazo de Fernando Simón ha echado un capote a las manifestaciones feministas, alegando que es mucho más peligroso estar «debajo de un paso de Semana Santa de 2.000 kilos, transportado por muchas personas, que estar en una manifestación de 500 personas donde se puede esparcir la gente».
No nos regodearemos hoy en la utilización ambigua del verbo 'esparcir', que podría explicarse como un curioso y revelador lapsus. Nos detendremos, en cambio, en la extrañeza del símil empleado por el buenazo de Simón, que compara dos cosas de naturaleza distinta. Y que, además, lo hace sabiendo que tampoco este año van a celebrarse las procesiones de Semana Santa, a diferencia de las manifestaciones feministas. El buenazo de Simón debería haber comparado un par de actividades con objetivos concurrentes y permitidas ambas por la patulea gobernante a la que sirve. Podría haber dicho, por ejemplo, que es mucho más peligroso tener encuentros sexuales con desconocidos a través de Tinder que participar en una manifestación feminista.
Pero el buenazo de Simón prefirió meter en el guiso las procesiones de Semana Santa. Y no lo hizo por querer ofender a nadie. Por el contrario, el buenazo de Simón, al comparar las manifestaciones feministas con las procesiones de Semana Santa estaba reconociendo a ambas celebraciones un carácter religioso. Una religiosidad decrépita, claudicante, moribunda (así la perciben, al menos, el buenazo de Simón y la patulea a la que sirve), en el caso de las procesiones de Semana Santa; una religiosidad pujante, ascendente, vigorosa, en el caso de las manifestaciones feministas. Pues, en efecto, las manifestaciones feministas forman parte principalísima en la proclamación de aquella «religión erótica» al servicio del capitalismo señalada por Chesterton, que «a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fertilidad». Una religión que necesita mujeres empoderadas que antepongan su triunfo laboral a la maternidad, que vean en el varón un criminal en potencia y en la institución familiar un odioso instrumento 'heteropatriarcal'.
En El manantial y la ciénaga, Chesterton nos enseña que capitalismo y antinatalismo están íntimamente ligados. El capitalismo necesita destruir la familia y evitar la procreación; pues, cuando falta una prole, falta también la razón primordial para luchar por sueldos más dignos (a la vez que crece el vacío que empuja a consumir bulímicamente). Y, en la consolidación del modo de vida que interesa al capitalismo (mujeres y hombres solipsistas, guerra de sexos, familias hechas añicos), el movimiento feminista desempeña un papel fundamental. Por supuesto, se trata de un modo de vida que, a la larga, provoca graves disfunciones sociales; pero, hasta que tales disfunciones acaben provocando la ruina de los pueblos, el capitalismo puede ir parcheando la situación con Tinder y con los succionadores de clítoris. Y prohibiendo las procesiones, no sea que a algún exaltado le dé por creerse la historia que cuentan sus pasos.
Publicado en ABC.