El 25 de julio celebramos la fiesta grande de Santiago Apóstol, patrono de España. Santiago es uno de los Doce, llamados por su nombre para formar parte del grupo de los apóstoles sobre los que Jesucristo ha fundado su Iglesia y los ha enviado a predicar el Evangelio por todo el mundo. Santiago es del círculo más íntimo de los amigos de Jesús, los tres –Pedro, Santiago y Juan– que le acompañan en los momentos más delicados de su vida, como fue la transfiguración en el monte Tabor, de la que ellos –sólo ellos– fueron testigos o la oración en el huerto de Getsemaní, viviendo más cerca de Jesús aquellos momentos de angustia y hechos partícipes de su pasión
Santiago y su hermano Juan son los hijos de Zebedeo, que piden a Jesús ocupar los primeros puestos en su reino, recurriendo a la intercesión de su propia madre. Y Jesús les asegura que beberán el cáliz, el trago del martirio que los asemejará a Jesús, pero que esos puestos primeros los asigna el Padre y que el discipulado de Jesús consiste en el servicio y en dar la vida. Santiago fue el primero en derramar su sangre en la persecución de Herodes.
En la tradición de la Iglesia, el apóstol Santiago ha sido el predicador del Evangelio en las tierras de España. A orillas del Ebro recibió el consuelo de la visita de María Santísima, que vino en carne mortal a Zaragoza. Y su sepulcro apareció en Compostela, convirtiéndose en lugar de peregrinaciones desde la edad media hasta nuestros días. Cuando los reyes cristianos fueron recuperando las tierras cristianas, que los musulmanes habían ocupado, y fueron cristianizando a sus gentes, atribuyeron a la intercesión del apóstol Santiago esa reconquista. Y cuando en siglos posteriores se ha afrontado la gran tarea evangelizadora de los pueblos de América, el apóstol Santiago ha estado presente en esa gran gesta histórica. El apóstol Santiago forma parte de la identidad española desde sus orígenes evangelizadores hasta nuestros días, pasando por las épocas gloriosas de una reconquista fatigosa y la evangelización del nuevo mundo.
Hoy vivimos en otro contexto cultural, social y político, pero el Evangelio que nos trajeron los apóstoles sigue siendo el mismo. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hbr. 13,8) y también hoy se nos invita a no avergonzarnos del Evangelio (cf. Rm 1,16). También hoy necesitamos el vigor del apóstol Santiago para evangelizar nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestra vida. En un Estado aconfesional, que muchos confunden con un estado laico, e incluso laicista, la confesión de la fe está protegida y promovida, según el libre ejercicio de los ciudadanos. ¿Por qué para honrar a las víctimas del covid-19 tenemos que silenciar a Dios? Cuando la casi totalidad de los muertos son creyentes, y la inmensa mayoría de los asistentes también lo son. ¿Es zona neutral la asepsia de todo sentimiento religioso para vivir la convivencia de todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes? ¿Por qué el respeto a los demás no creyentes debe expresarse en actitudes no confesionales, mientras que actitudes contrarias a la religión y ofensivas a los sentimientos religiosos deben ser aceptadas en la convivencia como expresión de libertad de expresión?
La fiesta del apóstol Santiago, patrono de España, es una llamada al seguimiento de Cristo en todas las situaciones: en el gozo, en el dolor, en el servicio y hasta en el martirio. El patrono de España no nos incita hoy a una lucha sin cuartel entre moros y cristianos, pero nos recuerda las palabras de Jesús: “El que se avergüence ante los hombres de mí, también yo me avergonzaré de él ante mi Padre” (Mc 8,38). Que el apóstol Santiago nos dé lucidez para saber estar como creyentes en una sociedad que prescinde de Dios y que impone su ley de la ausencia de Dios como el mejor de los consensos. España, Europa y todo el mundo occidental tienen profundas raíces cristianas y de tales raíces se han producido excelentes frutos en la historia. Olvidar o prescindir de lo que somos sería la peor de las represiones, la peor de las catástrofes.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.