En la historia el mal no tendrá la última palabra, pese a las dificultades y el dolor, pese a la injusticia, incluso pese a la muerte. Sobrevolando el Mediterráneo hacia Portugal, en el encuentro habitual con los periodistas, el Papa dio la clave de lectura de su nuevo viaje internacional dirigido sobre todo a Fátima, el santuario mariano que se ha convertido en uno de los lugares simbólicos más evocadores del catolicismo contemporáneo: es el optimismo, una clave de lectura muy propia de él desde siempre, contrariamente a tenaces prejuicios que hace ya décadas acompañan la representación mediática de Joseph Ratzinger.
Benedicto XVI mira la historia con ojos cristianos. Con una mirada positiva y serena que no ignora los dramas y las tragedias de la historia, los abismos del mal que el siglo XX ha abierto de par en par, el límite y la culpa original del hombre, el pecado de los propios cristianos que muestra la necesidad continua de renovación de la Iglesia (Ecclesia semper reformanda). Su optimismo es, por tanto, realista porque sabe que el mal ataca siempre, pero sabe también que las fuerzas del bien están presentes y que el Señor es más fuerte que el mal. Así lo muestra el mensaje de Fátima, del cual el propio cardenal Ratzinger, por encargo de Juan Pablo II, dio una lectura profundamente arraigada en la tradición cristiana.
La misma mirada optimista lleva al Papa a leer la crisis, que ahora parece concentrarse en Europa, como un ejemplo clarísimo de la necesidad de reabrir el pragmatismo de la economía a las razones de la ética. Según una línea que recorre toda la encíclica Caritas in veritate y que ha suscitado interés y consensos mucho más allá de los ambientes católicos. Y la última confirmación de este importante juicio compartido llegó precisamente de las palabras del presidente portugués. A las que Benedicto XVI respondió recordando que su visita al país tiene lugar en el centenario de la proclamación de la República y de la distinción entre Iglesia y Estado, ocasión de «un nuevo espacio de libertad» para los católicos.
Y también se ha revelado marcada por el optimismo la consideración del laicismo por parte del Papa. Un fenómeno antiguo que ahora se ha radicalizado. Sin embargo -subrayó significativamente Benedicto XVI- constituye al mismo tiempo un desafío y una posibilidad: de hecho, aunque con frecuencia haya prevalecido la lógica del enfrentamiento, nunca han faltado personas que han tratado de construir puentes. Esos puentes, según el Romano Pontífice, hay que construirlos para hacer posible la comprensión y el entendimiento entre el racionalismo europeo actual que tiende a excluir lo trascendente y la razón que, en cuanto tal, en cambio, está abierta a lo trascendente. Sólo así las culturas occidentales, pragmáticas y materialistas, podrán entrar en diálogo con otras culturas. Para la mirada optimista de Benedicto XVI, de hecho, la presencia del laicismo de por sí es normal, mientras que en cambio son anómalas y negativas la contraposición y la exclusión de Dios del horizonte del hombre.
Giovanni Maria Vian, es director de «L´Osservatore Romano»