En el episodio de la curación del paralítico (Mt 9,1-8; Mc 5,1-20; Lc 5, 17-26), siempre me ha llamado la atención el hecho que Jesús vaya directamente al grano, a lo que de verdad le importa: “Tus pecados te son perdonados”. Y para demostrar que efectivamente puede perdonar los pecados, hace algo que para Él es secundario: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”.
Me gustaría saber cuántos de nosotros, ante un dilema como el que se encontró Jesús, seríamos capaces de reaccionar como lo hizo Él y darle más importancia a la lucha contra el pecado del enfermo y a su fe que al hecho de encontrarse paralítico. En pocas palabras, ¿coinciden mis criterios con los criterios de Dios o tengo todavía mucho que corregir y mejorar? En los textos sobre este milagro se nos explica por qué Jesús actuó así: “Viendo Jesús la fe que tenían”. Y es que fe y perdón de los pecados están íntimamente unidos y por ello en el Credo confesamos nuestra fe en el perdón de los pecados, lo que significa que en el Cristianismo ponemos el acento no en el pecado, sino en su perdón.
El práctica de la Penitencia tiene su origen, por una parte, en la experiencia de la realidad del pecado en el interior de la comunidad cristiana, y por otra en el convencimiento de que el pecado del cristiano puede ser superado, si hay una verdadera conversión, por el poder del perdón de Dios transmitido a la Iglesia por medio de Jesús. En consecuencia el camino del cristiano para superar el pecado va a ser el de la fe y esperanza, pues el cristiano no puede hablar de pecado y culpa, sin hablar también de perdón y reconciliación, que es lo que hace que el Evangelio sea la Buena Noticia.
Por ello la salvación viene de Dios y supone su gracia. Ahora bien, el pecador debe cooperar a su conversión, consintiendo libremente a la gracia. Supone un problema de fe personal por el que el hombre se toma en serio el primer mandamiento "Yo soy el Señor tu Dios".
Pero es indudable que en nuestra sociedad se está dando cada vez más algo que ya anunció hace muchos años Pío XII: "El más grande pecado del mundo actual es tal vez el hecho que los hombres han perdido el sentido del pecado" (27 de octubre de 1946). Cooperan con esto la creciente secularización y la progresiva indiferencia religiosa, la materialización y el hedonismo provocados por la sociedad de consumo y sobre todo, el relativismo moral que no tiene en cuenta la importancia de la verdad. El triunfo en nuestra sociedad de esa solemne estupidez totalitaria que es la ideología de género y lo políticamente correcto nos demuestra la verdad de la afirmación de Jesús: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5); y es que los criterios humanos, cuando prescinden de Dios, nos llevan al abismo.
Ahora bien, ¿qué hemos de hacer para que nuestros criterios sean verdaderamente cristianos? Lo específico cristiano hay que buscarlo en las motivaciones cristianas de nuestra actuación. Nuestra adhesión a Cristo es algo más que una aceptación de su mensaje moral, ya que conlleva, por medio de la oración y los sacramentos, y muy especialmente de la Sagrada Comunión, una asimilación activa a Él, es decir nuestra cristificación, cristificación que nos es posible por la gracia del Espíritu Santo que actúa en nosotros y hace que nuestros actos, cuando son conformes con la Ley del Espíritu, sean no sólo actos libres del hombre, sino, mucho más, actos de Dios, actos del Espíritu que actúa en el hombre.
A veces no es fácil seguir los criterios de Dios , e incluso San Pedro tiene que oír de Jesús: “Tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16,23). La vocación a la santidad, que todos tenemos, significa dejar actuar a Cristo en nosotros, transformándonos en hijos de Dios y realizando así nuestra divinización, que hemos de conseguir no por el camino de la rebelión contra Dios, que fue lo que señaló la serpiente a Eva, sino por el camino de la colaboración con la gracia de Dios y de la vocación al amor, siendo su distintivo la alegría, incluso entre las pruebas y dificultades de este mundo.
Convertirse y creer, esta es la respuesta del cristiano al llamamiento de Dios; pero esto no debemos entenderlo como algo meramente pasivo, pues Jesús quiere que le sigamos y cooperemos con Él en su tarea de predicar el Reino de Dios y la conversión del mundo: como hicieron sus discípulos, que “salieron a predicar la conversión“ (Mc 6,12).