Hoy celebramos la fiesta de San Leandro, de tan grandísima importancia para la península ibérica, España. A él se le debe el III Concilio de Toledo, base y fundamento para nuestra historia. Gracias a este Concilio, convocado, presidido y clausurado por San Leandro, somos lo que somos: España.
En estos momentos, tras las ultimísimas elecciones generales, lo que está en juego e importa es España. Hay que reconocerlo sin alarmismo ninguno: en la actualidad del momento, España atraviesa y padece una situación de emergencia; dicho con otras palabras aún más claras: España está en peligro. Me preocupa España y su futuro. Los momentos que vivimos me retrotraen a la época de la «transición». Me decía hace unos años un político socialista puro, de una pieza, de gran relieve, protagonista en la época de la transición, lúcido como él solo: "Entre los políticos de ahora y aquellos que trabajamos en la transición hay una gran diferencia: a nosotros sólo nos preocupaba España, a los de ahora les preocupan otras cosas: la victoria de nuestros partidos, el interés y poder de sus líderes, otros intereses. Como políticos trabajamos por el bien común y este bien común es España, pero ahora se olvida ese bien común, España, y parece que España se identifique con «nuestros» grupos y nuestros intereses".
Y así nos está pasando que ponemos el bien común, España, al borde del precipicio. ¿Es esto lo que necesitamos? Esto nos lleva a la ruina, como está sucediendo en estos días. En estos días estamos viviendo, con mucha inquietud, por si se produce, esperemos que no, esa ruina. Y es preciso ser generosos, tener altitud de miras, ser verdaderos políticos que se preocupan por encima de cualquier otra consideración, como corresponde a políticos de verdad, al bien común; a España en situación de emergencia en la que todos nos deberíamos sentir solidarios.
Me remito a las fuentes u orígenes de donde surge lo que somos, España, con la riqueza y diversidad de sus pueblos unidos en una tradición e historia común: el III Concilio de Toledo, con lo que él significa y la Tradición e historia que de él se genera tan trascendental para todos y que no podemos dejar de lado. Además del sentido y del bien común, apelo ahora, entre otras razones, a la historia y a la Tradición, a las que nos debemos, porque nos constituye y se vive y enriquece en continuidad, no en ruptura, y esto obliga mucho, incluso moralmente.
Es evidente que no puedo ni debo situarme ante la historia más que con la objetividad y verdad, con el respeto casi sagrado que reclaman los hechos acaecidos, que ni son inventados por mí, ni son disponibles a mi arbitrio, ni manejables por intereses propios del tipo que sean. Pero, por otra parte, no puedo prescindir de quién soy y de lo que soy, ni dejar de mirar la historia con la mirada de quien toda su persona, la mía, a mi ver marcado por la fe y su realismo, que lejos de inventar o intentar «crear», o desdibujar o desfigurar en interés propio los hechos, lo acaecido, lo verdadero y real, por exigencia ineludible, busca en ellos la verdad de los mismos y su más honda significación y sentido. Y como yo, los demás. Por eso he comenzado este artículo recordando a San Leandro, padre y artífice de la realidad que surge de aquel III Concilio de Toledo. La próxima semana les prometo que explicitaré mucho más lo que les digo muy en síntesis esta semana.
Publicado en La Razón el 13 de noviembre de 2019.