Comienza la Cuaresma con el miércoles de ceniza. Este año cae muy tarde –decimos– la Semana Santa, la Pascua, y por tanto el miércoles de ceniza. Es que la Pascua la celebramos el primer plenilunio (luna llena) de la primavera, que este año nos lleva hasta el 21 de abril, la gran fiesta de la resurrección del Señor. Por eso, este miércoles es miércoles de ceniza.
Parece chocante que pasemos del carnaval a la ceniza tan bruscamente. Sí. La cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara a la gran fiesta de la Pascua, y los carnavales han surgido como una protesta ante la penitencia que la Iglesia nos invita a realizar para preparar nuestro cuerpo y nuestra alma a la muerte y resurrección del Señor. El carnaval se ha convertido así en un hecho cultural, que no tiene que ver para nada con lo religioso, más bien es antípoda del mismo.
La fecha central del calendario litúrgico es la Pascua del Señor. Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo: su pasión, muerte y resurrección, que traemos a la memoria en cada celebración de la Eucaristía y celebramos solemnemente una vez al año. Cincuenta días para celebrarlo, es el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, es el tiempo cuaresmal. Para este tiempo, la Iglesia nos da unas pautas para quien quiera hacer el camino cuaresmal como camino de minicatecumenado que nos conduce a la renovación del bautismo en la vigilia pascual.
En primer lugar, la oración más abundante, mejor hecha. En definitiva, volvernos a Dios por la conversión de la vida y recibir de él las luces que motivan nuestro camino de vida. La oración es como la respiración del alma. Si no hay oración, no hay vida de relación con Dios. La Iglesia como buena madre nos recuerda y nos insiste en que volvamos a Dios, intensifiquemos nuestra relación con él, revisemos nuestra oración. Lectura de la Palabra de Dios, participación más asidua en los sacramentos –penitencia y eucaristía–. Rezo del rosario como oración contemplativa desde el corazón de María, que contempla los misterios de la vida de Cristo. La cuaresma es una llamada al desierto para escuchar la declaración de amor por parte de Dios y ponernos en camino de combate y de penitencia.
En este camino penitencial, otra pauta es el ayuno. Ayunar es privarse de algo para estar más ágil en el trato con Dios y en el servicio a los demás. Hay muchas cosas que se nos van acumulando y nos impiden el camino ligero. Hay que despojarse. Ayunar de comida para compartir con quienes no tienen ni siquiera lo elemental. Ayunar de comodidades, para no dejarnos llevar por la pereza y la acedia. Ayunar de descansos y diversiones para que no se relaje el espíritu. Ayunar supone penitencia, sacrificio, privación. El ayuno está de moda para otros fines no religiosos, como es el deporte, la salud, etc. Por eso la Iglesia nos manda ayunar, con un pequeño símbolo de no comer, pero con la intención de invitarnos a privarnos de tantas cosas que nos estorban. Cosas incluso buenas y legítimas, pero que nos hacen pesada la carrera. Ligeros de equipaje para correr el camino del amor a Dios y al prójimo.
Y el tercer elemento de esta pauta cuaresmal es la limosna, la misericordia, la generosidad con los demás. Si nos volvemos a Dios de verdad y nos privamos de lo que nos estorba, es para abrir el corazón (y el bolsillo) a los demás en tantas formas de servicio. Cuaresma es tiempo de salir al encuentro de los más necesitados, y hay tantas necesidades a nuestro alrededor y en el mundo entero... Compartir con los pobres nuestro tiempo nuestras cualidades, nuestro dinero es prolongar la misericordia de Dios, que es bueno con todos, especialmente con sus hijos más débiles.
Oración, ayuno, limosna. Es el trípode de la cuaresma. Entremos de lleno desde el comienzo, Dios nos sorprenderá con su gracia y podremos salir renovados con este tiempo de salvación.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.