En la Carta a los Gálatas, San Pablo nos dice: “No es que haya otro evangelio; lo que pasa es que algunos os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo” (1,7).
Al leer este versículo, uno no puede por menos de preguntarse: ¿esto sucede en la actualidad o es cosa de hace dos mil años? Hoy en día muchos te dicen: “Creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia”, o bien “soy católico, pero a la carta”, dos afirmaciones que te indican la plena vigencia del versículo paulino.
Desde luego, si uno no cree en la Iglesia, está claro que no pertenece a la Iglesia católica. Para ser católico, uno tiene que aceptar lo que es esencial de la doctrina de Cristo y de su Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. El Credo es nuestra profesión de fe. Por supuesto ello supone la aceptación de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y de la Iglesia católica, a la que Jesús prometió: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos“ (Mt 28,20). Si no creemos en el Credo, es evidente que estamos en otro evangelio, pero no en el de la Iglesia católica.
Hay algunos que van a los medios de comunicación presentándose como teólogos católicos, pero lo que dicen no es precisamente lo que enseña la Iglesia. A uno de ellos le leí lo siguiente: “El movimiento de Jesús ciertamente no tiene nada que ver con la Iglesia actual… Yo creo que, tal y como está configurada desde hace 17 siglos, la Iglesia es el gran fracaso de Jesús”. Quien dice tal cosa, contradice el evangelio de San Mateo y desde luego no es católico.
Las ideologías actualmente de moda, como la relativista, con su rechazo de la Verdad objetiva y de la Ley Natural, la marxista y la ideología de género, que consideran que el motor de la Historia es el odio, son profundamente anticristianas y anticatólicas y por tanto no compatibles con el Evangelio. Es verdad que, como dice uno de ellos: “En la profundidad de la persona, es decir, en la conciencia, se encuentra el lugar de decisión de la persona sobre uno mismo”; pero se olvidan de que nuestra conciencia y nuestra acción moral no debe hacer lo que le venga en gana, sino buscar qué es lo que Dios quiere de mí en este momento, y para ello la enseñanza de Jesús y el Magisterio de la Iglesia son unas referencias que debemos tratar de seguir.
El campo de mayor discrepancia, suelen ser el quinto y el sexto mandamientos. Hace unos días me decía una persona, que se consideraba católica, que había cosas de la Iglesia que no podía aceptar, y ese algo era la postura de la Iglesia ante el aborto. Y sin embargo, es uno de los puntos más claros de la moral católica desde siempre. El Concilio Vaticano II dice de él que es un atentado a la vida y un crimen horrible. Y en cuanto a la eutanasia, también condenada en el Concilio (cf. Gaudium et Spes nº 27), algunos tratan de presentarla como una auténtica opción cristiana, mientras que para San Juan Pablo II “la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana" (encíclica Evangelium Vitae nº 65).
Pero es en la moral sexual donde hay mayores diferencias. Algunos han llegado a decir que la renovación de la Iglesia no será posible mientras ésta no acepte la ideología de género, es decir, la Iglesia tiene que tirar por la borda cuanto antes su -para ellos- rigorismo y anacronismo, y poner al día su moral sexual. Lo malo es que cambiar la moral, abandonando lo que la Sagrada Escritura nos enseña, es simplemente servir al Demonio.
Nosotros tenemos el peligro del buenismo, de intentar no ofender, de no molestar y esto nos lleva a tratar de descafeinar nuestras afirmaciones. Hay temas que en nuestra predicación tocamos muy pocas veces, como pueden ser los demonios, el infierno y su eternidad y los de moral sexual, temas que no son fáciles. Muchos tienen miedo a meter la pata y no se atreven con ellos, pero la parábola de los talentos nos enseña que Jesús al siervo que condena es al que guarda su talento para no equivocarse. Ése ya está equivocado. Cuando predicamos sobre estos puntos, no es raro que nos vengan feligreses, incluso muy conspicuos, a protestar de nuestras homilías. La pregunta que tengo que hacerme en estos casos es: ¿me he mantenido fiel a la enseñanza de la Iglesia? Si es así, adelante, porque estoy sirviendo a Cristo. San Juan Pablo II inauguró su Pontificado con estas palabras, que repitió muchas veces: “No tengáis miedo”.
Benedicto XVI, en su homilía en Cuatro Vientos, dijo: “Seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión con la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta o de vivir la fe según la mentalidad individualista que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él” (misa del 21 de agosto de 2011).