Sucedió hace treinta años. Publiqué en la agencia Europa Press una entrevista que hice a un político. Se armó un “pollo” inmenso, y, a lo largo de las tres semanas siguientes, políticos y toda la prensa catalana, más algunos medios de Madrid, publicaron declaraciones de réplicas y contrarréplicas y unos y otros se enzarzaron en enfrentamientos que construyeron un verdadero ovillo difícil de desenredar. Pero daba la casualidad de que el asunto a partir del cual se generó tanta polémica nunca fue dicho por el citado político, ni aparecía tampoco en la información inicialmente dada.
Polémicas similares entre políticos, a partir de la nada y reflejadas repetidamente en la prensa, he vivido muchas como periodista.
Recientemente, y ya de mayor dimensión y afectando a alguien mucho más importante como es el Papa Francisco, lo hemos tenido con su carta al episcopado mexicano a raíz del 200º aniversario de la independencia de México segregándose del imperio español.
El Papa felicitaba al pueblo mexicano por el aniversario y hablaba de luces y sombras en la evangelización del país. Diversos medios españoles se llenaron de informaciones y artículos de opinión según los cuales el Papa había atacado el legado español, la colonización… y adoptaron una actitud muy hostil hacia el obispo de Roma y Sumo Pontífice. Incluso un personaje político tan importante y emergente como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se movió en la misma línea.
En ello solo fallaba un pequeño detalle: de todos cuantos hacían declaraciones, ¿quiénes se habían leído el texto que realmente había enviado el Papa? Nadie.
No reproduzco la carta para no alargar este texto, aunque no es extensa, y porque para cualquier lector es fácil recuperar aquella, pero lo cierto es que en ella no aparece referencia a España ni se hace ninguna acusación específica, y si se habla de luces y sombras en la historia de México se refiere a toda etapa, que puede incluir ciertamente la conquista y evangelización inicial también cabe la persecución a los cristianos en épocas posteriores a la independencia mexicana, incluida la de los cristeros.
Las acometidas contra el Papa en alguna prensa española de derechas han sido duras, en algunos casos diría que insultantes. Realizadas, como se dijo, con la frivolidad de partir de algo que no está en realidad en la carta enviada por Francisco. Acusaban al Papa de antiespañol, de atacar el legado cristiano en América, etc. Su planteamiento de base es el radicalismo patriótico, que recordó al nacionalcatolicismo de otros tiempos, que a la postre resultó mucho más “nacional” que “católico”, y que esto último se subordinaba a lo anterior.
La estupidez fue mayor aún entre algunos izquierdistas, que también sin leerse el texto original del Papa echaron en cara a sus rivales derechistas que no sigan al Papa aunque se declaren católicos. Un conocido presentador de televisión afeó a Díaz Ayuso su actitud apelando a “infalibilidad del Papa”, en la que por supuesto él mismo no cree, pero que en este caso le servía como arma arrojadiza contra adversarios políticos.
Junto al sectarismo y la frivolidad de actuar sin conocer todo el contenido del documento, lo sucedido viene a mostrar la enciclopédica ignorancia religiosa que vivimos. Cualquier cristiano de formación inferior a la media sabe que la infalibilidad del Papa se reduce a muy pocas ocasiones y en asuntos “de fe y costumbres”. Que otras manifestaciones del Magisterio, incluidas las encíclicas, con ser muy importantes y que hay que atender muy seriamente, no son exigencias de fe en sentido estricto. Y si Papa habla de arte, agricultura, fútbol, e incluso de política en la mayoría de los casos, su opinión no tiene por qué ser tenida más en cuenta que la de otras personas.