La pregunta es inquietante, y no soy ni el primero ni el último que se la hace. Hace varias décadas ya empezó a plantearse esta cuestión. Y me consta que un serio trabajador de la Seguridad Social redactó un informe sobre este tema allá por el año 1984. Cuando el problema lleva tanto tiempo en el aire, seguro que no tiene una respuesta sencilla y fácil. Pero no está de más seguir preguntando y seguir buscando.
Cada vez más jóvenes, según revelan distintas encuestas y medios de comunicación, se plantean su futuro sin hijos. Y podríamos estar hablando de más del 60 % de los jóvenes de la generación Z (o sea los nacidos a finales del siglo XX). ¿Por qué antes todos querían casarse y tener hijos y ahora parece algo “pasado de moda”? Los hijos ya no se ven como un bien, como algo atractivo, hermoso de vivir, aunque con los trabajos normales de la educación y la vida diaria.
Unos hablan del gran gasto económico que supone un hijo, o un hijo más. No hay dinero para el hijo, aunque sí para viajes, mascotas, fiestas… Es cierto que el razonamiento no es tan simplista, pero la montaña tampoco es tan alta. Si echamos la vista atrás, o incluso a nuestro lado, muchas familias han salido adelante con no muchos recursos económicos, o apretándose un poco el cinturón.
Hay problemas de vivienda, cada vez más cara y con hipotecas más problemáticas, pero hay familias que se conforman con casas más pequeñas, son felices, crecen sanos y llegan a ser personas “de calidad”. No hay que renunciar fácilmente a ciertas necesidades de vivienda, espacio, ocio y actividades varias, pero, honestamente, tampoco necesitamos un alto nivel de comodidad y bienestar.
Hay problemas de trabajo, y España sigue albergando a demasiados trabajadores en su empresa del “desempleo”. Pero también llama la atención la falta de mano de obra en ciertos sectores, más manuales y físicos y menos tecnológicos, pero igual de dignos para ganarse la vida (hablando económicamente) y para construir una sociedad mejor.
Hay matrimonios con problemas de infertilidad, y es una situación más común de lo que pensamos. Un problema existencial, silencioso, pero que afecta a unas 800.000 parejas en España. En muchos países el porcentaje es parecido, en torno al 15% de las parejas. Y curiosamente, en muchos de esos casos la solución no es compleja; sólo hace falta que se les estudie con más profundidad, tanto a las mujeres como a los varones, y sin pensar en solucionar a un mes vista. Estudiar a la mujer y al varón, analizar, diagnosticar y acompañar, y no ser ni médicos impacientes, ni pacientes impacientes.
Y hablando de fertilidad e infertilidad, siempre me han llamado la atención dos temas relacionados entre sí, y casi contradictorios: hay matrimonios, parejas, que quieren tener hijos, y “exigen a la empresa XXX que les dé un hijo”, y a la vez hay matrimonios, parejas, que ya tienen el hijo concebido y no quieren que nazca.
Ninguna de estas dos opciones es tan simplista como se nos vende. Cuatro de cada cinco ciclos de fecundación in vitro terminan en fracaso, en un gasto económico, emocional y moral que ni siquiera obtiene el fin propuesto. No es la única pega de la fecundación in vitro, ni la principal, pero es algo que llama la atención. En la era de las estadísticas, del análisis de datos, esta estadística parece que se ha traspapelado. Y el aborto tampoco es una solución tan simple y no invasiva. Todos, incluso sus defensores, constatan que la decisión de abortar no es la mejor, que no está exenta de problemas, y que supone un fracaso para la sociedad. ¿Por qué se facilita tanto ese camino no deseable, poniendo trabas a cualquier otra línea de acción? ¿Por qué se niega incluso la más básica autonomía del paciente: buen conocimiento para una correcta decisión?
La casuística personal de estas causas es muy variada y compleja, hay muchos factores implicados, pero la simplificación de los planteamientos puede ayudar a analizar el problema con nueva luz, con nuevas perspectivas. Su resolución no tiene la simpleza de “pastilla roja, pastilla azul”, pero ya sabemos que no vivimos en “el país de las maravillas”. El camino, cualquier camino, tiene sus piedras, sus momentos de subida, pero también, si elegimos bien, sus momentos de disfrutar de un bello paisaje, y disfrutarlo en compañía.