Alborozo y alboroto (según los barrios ideológicos) por la posible sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos anulando Roe vs Wade, esto es, su propia jurisprudencia a favor del aborto. Hay quien advierte de que no es para tanto. Si lo filtrado se confirma, los distintos estados americanos podrán legislar libremente en contra del aborto, sí; pero también a favor. En Nueva York seguirán cargándose a los niños hasta un día antes de nacer como si nada. Sin embargo, es para tanto. En eso, aunque alborozado, estoy de acuerdo con los alarmados abortistas.
La primera razón: porque lo mínimo aquí es muchísimo. Cualquier maximalismo pro vida no tiene hoy posibilidades de aplicación. Incluso en Hungría y Polonia defienden la vida paso a paso (con éxito). Es una triste lección que tenemos que aprender de los abortistas. Ellos fueron imponiendo su programa de muerte muy lentamente, pero sin ceder jamás el milímetro conquistado. El movimiento de la Corte Suprema, además, no es tan lento. Devuelve la posibilidad de que estados muy concienciados como Texas o Mississippi defiendan la vida a saco. Se salvarán miles de vidas una a una.
En segundo lugar, el rotundo golpe moral. La sentencia Roe vs Wade que la Corte Suprema considera "egregiously wrong" [un auténtico disparate] es el cimiento sobre el que se ha levantado todo el edificio abortista de Estados Unidos. El juicio del Alto Tribunal no cambiará ninguna ley, vale, pero equivale a "un bofetón sin manos". Es una absoluta deslegitimación.
En tercer lugar, aunque puede entenderse como nada más que un tecnicismo de derecho positivo, prueba que se lucha por la vida por tierra, mar y aire, a pesar de los que dicen que es un tema que no conviene remover, porque crispa. Naturalmente, si la Corte Suprema hubiese afirmado que la sentencia Roe vs. Wade era el súmmum de la técnica jurídica, nosotros seguiríamos defendiendo la vida del no nacido. También lo haríamos si la genética no demostrase con total certeza científica que cada feto es otra vida humana independiente de la madre. Nos bastaría -como a Hipócrates- el sentido común de saber que es una vida inocente con todo el futuro por delante. Eso nos bastaría, pero no nos sobra nada: ni el sentido de lo sacro ni la ciencia última ni el positivismo jurídico. Todo eso, incluyendo a una opinión pública mundial cada día más concienciada, confluye en la defensa de cada feto. Celebrémoslo.
Publicado en Diario de Cádiz.