Quedarse de vacaciones confinado en unos pocos metros parece un sinsentido. Pero lo de celebrar la Semana Santa a palo seco, sin poder participar físicamente en celebraciones que nos sumergen en los días santos, no nos deja indiferente a nadie.
"Se buscan protagonistas para una Pasión viviente": nos grita la realidad. Muchos no han podido participar en el ensayo general: están siendo los que ya cargan la Cruz con el Maestro, dando su vida en los hospitales; o son Jesús, triturado por el dolor de la enfermedad, torturado por sed de sentido, angustiado bajo el peso de la tentación, asfixiándose mientras gritan: “¿Dios mío, por qué me has abandonado?”, esperando que ese salmo termine en la victoria de Dios; otros aguardan en el caos de Jerusalén un modo de despedir y enterrar a sus muertos porque la pandemia ya les ha hecho literalmente la pascua.
Quizás tú también te encuentras bombardeado de propuestas "sustitutivas" y, al mismo tiempo, aturdido ante cómo vivir esta situación atípica. ¿Me siento en el salón y me teletransporto a Roma? ¿Soporto el ayuno de Eucaristía con un rato de streaming buscando wifi a base de comuniones espirituales? ¿Coloreo un Via Crucis y lo pego por mi casa, con especial énfasis en la lavadora, a ver si dejo de dar vueltas a todo? ¿Me atrevo a asumir que la procesión va por dentro? ¿Le pongo una mascarilla al móvil por si lograra algo de silencio interior? Todo eso nos ayudará seguramente.
Pero quizás también recibas la invitación a cenar hoy en Betania, a los pies del Maestro, que ve la que se le viene encima. Mírale a los ojos. Te hará falta un buen soplo de Espíritu Santo para preguntarle: "Mi Rey, ¿qué lugar has pensado para mí en esta Semana Santa viviente?”. Casi seguro, el buen Dios te regalará protagonizar dos papeles apasionantes. Suplícale ser Juan: el más inexperto y pobre, el que pudo recostarse y descansar en el pecho de su Señor mientras inventaba la Eucaristía, quien vio con impotencia que sólo podía acompañar a Jesús en Getsemaní durmiendo, el que le siguió de lejos en cada paso cruento del Via Crucis, el que se agarró temblando al manto de la Virgen y tuvo el privilegio de ser el primero en recibirla como Madre, quien intentó sacar alguno de los siete puñales cuando se lo pusieron inerme entre los brazos, el que huyó asustado y no pudo dormir pensando en el terrible futuro que les aguardaba, el que corrió (dudando) a testar si la Resurrección fulminaba todos los fracasos y tuvo el detalle de esperar a Pedro (cabeza de la Iglesia) en la puerta de una tumba en la que no estaban bien vistas las visitas.
Es más que probable que en el reparto también te toque ser Simón de Cirene. Venías pensando que te mereces unas vacaciones y, de pronto, te ves al lado un Cristo sangrante que porta un peso insoportable. Te resistirás, pero las fuerzas opresoras te empujarán a cuidar a un enfermo, escuchar a un triste, sonreír a un niño, pedir perdón por las heridas que has causado a los más próximos o a sobreponerte ante el cansancio y la angustia porque la respiración agonizante del condenado te obliga a perseverar. Seguramente, el roce con Él provocará que broten de ti respuestas de Amor creativo y ya no querrás marcharte, aunque duela, porque te asombrará cómo su fuerza transforma en tu debilidad.
La Cuaresma única que hemos vivido nos ha transformado cómo miramos a los protagonistas de la Historia: a la Verónica (cuántos anónimos hemos visto enjugar el rostro de los sufrientes); a las mujeres lloronas (¿quién no se ha estremecido de miedo hasta las entrañas y gemido de impotencia?); a Pilatos (nunca antes sabíamos tan bien qué significa lavarse las propias manos ni depender de las decisiones de los gobernantes); a Judas (se han suspendido los juicios); y hasta al burro de turno (porque, palmas aparte, vemos salir de nosotros zancadas serviciales y grandes rebuznos).
Entramos en el Triduo pascual desde la realidad incontestable de que la vida es impredecible. La confianza ciega en Dios nos ha demostrado ser el único escudo para vivir con paz interior. Las circunstancias han “cuarentenado” todo y nos han “cuarentrenado” otro tanto. Quizás esta devastación mundial nos ayude a vivir aupados por la tradición pero desde el fondo del corazón.
Jesús nos manda el mismo recado que mendigó en su día: “Deseo celebrar la Pascua en tu casa”. Está a la puerta de nuestros hogares pero, sobre todo, de cada alma. Llama y no te obliga a abrirle. Pero… si le abres, entrará; y cenará contigo. Tendrás que dejarte salpicar por su Sangre que te limpia. No te ahorrará dolores, pero se dejará crucificar por ellos para compartirlos contigo. Y asistirás en primera línea a la Resurrección. Y vivirás, en tu carne, que sólo en Él puedes poner tu Esperanza: porque te ha precedido en cada sufrimiento, enfermedad, muerte, ¡hasta hacerse pecado!
Quizás sabías el final de la película, pero necesitabas experimentarlo: en un sepulcro vacío encontrarás el sentido a esta hora difícil y una Palabra que salta hasta la vida eterna. La Pascua será, de verdad, un paso de Dios por tu alma. Y el beso que dejarán sus huellas no habrá quien te lo borre.
Publicado en el blog de la autora.