Cada, día ocho cristianos son asesinados por su fe en algún país del mundo. Más de doscientos sesenta millones de cristianos sufren un alto nivel de persecución en 50 países del mundo (15 millones más que en el año 2018). A lo largo de 2019 un total de 2.983 fueron asesinados por su fe, según la lista mundial de la persecución elaborada por la organización Puertas Abiertas. No son cifras ficticias o sacadas de una imaginación calenturienta; son reales y ciertamente que bien cimentadas en datos fehacientes. Nos preocupan otras cosas que son insignificantes y, como sucede habitualmente, pasamos por alto los problemas más acuciantes. Esta noticia nos deja helados y va de la mano ante la gran pobreza que hay en nuestra sociedad, donde mueren muchísimos al no tener lo más necesario. El hecho de que haya tantos mártires por la fe y la creencia en Jesucristo es un signo de autenticidad, puesto que Jesucristo ya advierte: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 10).
Los cristianos son punto de mira puesto que el mensaje que proclaman es el de un reo que murió en la Cruz. Nada hay más absurdo -para el racionalismo e increencia imperante- que la del gesto más sagrado que se ha dado en la historia: la muerte en cruz de un reo que se hacía llamar y proclamar como Dios. Se banaliza y hasta se ridiculiza como algo que no tiene ningún sentido. Sin embargo Jesucristo dice: “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros” (Mt 5, 11-12). Y es normal y hasta necesario -para la increencia- que se banalice y hasta se ridiculice todo lo que tenga atisbo de perdón puesto que ante la adversidad se ha de responder con violencia y agresividad o al menos con una justicia severa. Lo que nunca se puede comprender es el perdón que ejercitan, antes de morir, los mártires.
Seguir el ejemplo de Jesús es un riesgo que lleva a la mayor libertad. Una libertad que tiene su base en el auténtico amor y una entrega generosa que tiene como fuente el Evangelio. No es fácil para los cristianos seguir las verdades del Evangelio, puesto que contrastan con las manifestaciones ideológicas que hoy se promueven. Es muy común perseguir al que piensa diferente y aún más se le llega a tratar como un hereje social. “Es importante promover, tanto en la Iglesia como en el mundo profano, una cultura digna de la existencia humana, fecundada por la fe, capaz de presentar la belleza de la vida cristiana y de responder adecuadamente a los retos, cada vez más numerosos, del contexto cultural y religioso actual… Es necesario proponer de nuevo el ejemplo de los mártires, tanto de la antigüedad como de nuestra época, en cuya vida y testimonio, llevados hasta el derramamiento de sangre, se manifiesta de forma suprema el amor de Dios” (Benedicto XVI, Al Consejo de Coordinación de las Academias Pontificias, 8 de noviembre de 2007). El reto de la nueva evangelización pasa por este estilo de vida.
Al considerar el número tan grande de mártires que son asesinados simplemente por manifestar y no ocultar su fe, bien se puede decir aquello que tantas veces hemos oído: “La sangre de los mártires semillas de nuevos cristianos”. Esto lo decía Tertuliano en el año 197 de nuestra era. Qué bien seguían los creyentes de los primeros tiempos estas enseñanzas que tienen como raíz lo que manifestaba el Señor: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Para ser sobrenaturalmente eficaz, debe uno morir a sí mismo, olvidándose por completo de su comodidad y su egoísmo.
Publicado en Iglesia navarra.