Si pretendemos hablar de la relación entre homosexualidad e ideología de género es indudable que tenemos que hacer referencia al lobby LGTBI, que es uno de los más activos y poderosos de nuestra sociedad. Siendo, como son, una clara minoría, han logrado imponerse como algo políticamente correcto, hasta el punto de imponer en las escuelas la ideología de género, contra la Constitución en su artículo 27-3, y de prohibir a los homosexuales que desean cambiar de orientación sexual y llegar a la heterosexualidad el poder intentar hacerlo, cuando ya es claro que hay homosexuales que logran llegar a la heterosexualidad y hay un proverbio que dice: “Contra el hecho no valen argumentos”; imponiendo además a los médicos que tratan de cumplir con su deber profesional unas multas terroríficas.
El disparate es de tal calibre que, cuando en la Comunidad de Madrid se aprobó la llamada Ley Cifuentes, me contaba un médico que sus compañeros no le creían, por lo que simplemente les mandaba la Ley y les señalaba los artículos controvertidos. Por ello bastantes psiquiatras piensan que lo que se ha conseguido con ello es privar a los pacientes del tratamiento que necesitan, con la consecuencia de que hay bastantes que no se atreven a iniciar la terapia -por miedo a las gravísimas multas y a ser tildados de homófobos- incluso si sus pacientes se lo piden.
El homosexual desde niño se ve atraído sexualmente por personas de su mismo sexo, pero sólo se considera homosexual al individuo que de manera exclusiva o predominante desea un socio sexual adulto de su mismo sexo. Ante todo, recalquemos que el hecho de ser homosexual no pertenece al orden moral. Las tendencias en cuanto tales no son objeto de valoración moral. No es ni una “falta”, ni un “pecado”, ni un “vicio”: es un hecho. El sujeto que tiene tendencias homosexuales no ha escogido tenerlas, y sería injusto reprochárselas. Hay ciertamente que distinguir entre tendencia y conducta. Además, el tener una orientación homosexual no significa que el sujeto quiera ejercerla como actividad. Inclinación y comportamientos están relacionados, pero no se identifican, ni se implican incondicionalmente.
Por tanto, el ser homosexual no es pecado. Pero, ¿lo son los actos homosexuales? Hoy hay una fuerte tendencia en la Iglesia católica, expresada principalmente en el sínodo alemán, que pide la revisión de la moral sexual católica, especialmente en lo referente a los actos homosexuales, por lo que podemos preguntarnos si ello es posible.
La Revelación muestra que la sexualidad es un elemento constitutivo del ser humano, oponiéndose enérgicamente a la banalización de las relaciones sexuales, incluidas las relaciones homosexuales. Aunque las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento hayan sido compuestas en diversas épocas y culturas, designan los actos homosexuales con coherente continuidad como graves desviaciones del plan de Dios sobre el hombre. La Biblia nunca habla positivamente de la práctica homosexual, que concibe como un desorden en la Creación.
En el Nuevo Testamento, entre los pecados que caen dentro del ámbito de la sexualidad se menciona también la homosexualidad, tanto en los catálogos de vicios que excluyen del Reino de Dios (1 Cor 6,9-10; 1 Tim 1,10), como en Judas 7, con una clara alusión a los habitantes de Sodoma y Gomorra. San Pablo considera los actos homosexuales como perversiones del orden natural instituido por Dios en la existencia humana y de ellos afirma que es uno de los castigos que muestran la perversidad de la idolatría (Rom 1,24-28), condenando la sodomía masculina y femenina como contra natura.
El texto más clásico de rechazo de la homosexualidad es precisamente éste de Rom 1,18-32. Reprueba igualmente tanto la homosexualidad masculina como la femenina. Desde luego no se trata directamente de emitir un juicio sobre una persona individual. El punto de partida paulino se sitúa en la misma línea que la mayor parte de los textos veterotestamentarios, es decir, en el análisis de la historia del pecado como alienación de Dios. Contempla el pecado en cuanto que se encarna en una cultura pervertida y en un ambiente totalmente alienado.
El juicio del Apóstol arremete en especial contra los ambientes que no sólo practican, sino que incluso exaltan la homosexualidad, pues “cambiaron la verdad de Dios por la mentira” (v. 25). La causa más profunda de todos estos desórdenes, que encuentran su máxima expresión en las perversiones sexuales, es el rechazo de honrar a Dios, a la que sigue el de respetar y honrar al hombre cual imagen de Dios: “Por esto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza; de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer, se abrasaron en sus deseos, unos de otros, cometiendo la infamia de las relaciones de hombres con hombres y recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío” (vv. 26-27). San Pablo nos dice “Huid de la fornicación” (v. 18) y “¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” (v. 19).
“Apoyándose en la Sagrada Escritura, que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 2333) y “gravemente contrarios a la castidad” (CEC nº 2396). Pero también la Iglesia considera deficientes, pecaminosas y contrarias a la virtud de la castidad las relaciones sexuales genitales entre personas heterosexuales fuera del matrimonio. El homosexual, al igual que el heterosexual, tiene el deber de controlar su vida y actos sexuales, y de hecho muchos así lo hacen, pues no hay que olvidar que tienen la ayuda de la gracia. Pensar que es incapaz de ello es negar que sea una persona libre.
Es decir. la postura de la Iglesia al rechazar la fornicación y la homosexualidad se basa nada menos que en la Sagrada Escritura y en la Tradición, pero este rechazo significa que toda práctica de la sexualidad genital es ilícita fuera del matrimonio y esto vale por supuesto también para las relaciones heterosexuales extramatrimoniales. Por tanto no veo posible el cambio de la moral sexual.