“Somos de la tierra porque nacemos en el planeta tierra”. Esta afirmación, siendo cierta, no es completa, porque no sólo somos de la tierra, como sí lo son los demás habitantes del universo que son las plantas y los animales, sino que somos algo más.
Sabemos por la ciencia actual que el universo está en continua expansión desde el primer instante de su “Gran Explosión”, también llamada Big Bang. Pero la realidad no es tan sencilla, dado que si esa expansión no tuviese “frenos”, el universo ya estaría extinguido en una masa informe y fría desde hace millones de años. Entonces cabe preguntarse: ¿qué ralentiza esta expansión?
Lo que hace que el universo se expanda más lentamente que lo previsto en una explosión es el movimiento circular. Es el giro de los planetas en órbitas y el giro sobre sí mismos. Es decir, tanto las partículas elementales como los planetas están en continuo movimiento, unos “erráticamente” y los otros en órbitas más o menos predecibles por el hombre. Además, existe otra medida por la que sabemos el estado del universo respecto de su inicio y de su final, que es la entropía, o lo que es lo mismo: el desorden. El universo en su inicio fue una partícula de infinitesimal tamaño que, con energía infinita y máximo orden, se expande, se enfría y se desordena con el devenir del tiempo.
En esa realidad en continuo movimiento venimos al mundo y ya nuestras primeras células pertenecen al movimiento, es más, no serían tales células si estuvieran fuera del mismo.
Con esto lo que quiero señalar es que el movimiento y el desorden están asociados a la vida. La vida es el cambio de forma, de causa formal según los clásicos, que, consumiendo energía mediante el metabolismo, nos permite vivir tanto a las plantas como a los animales como a los hombres. Cuanto más rápido nos movemos, más energía consumimos y más desorden generamos, por lo que cada instante que pasa somos distintos en el vivir.
La sociedad occidental ha progresado mucho en este vivir, de tal manera que viajar y consumir mucho se ha convertido en una nueva forma de vivir. En realidad, permanecemos poco tiempo sin movernos porque, aun cuando estemos durmiendo, siempre nos desplazamos junto con la superficie de la tierra a una gran velocidad. Nuestro cerebro nace y vive en ese movimiento y está adaptado a ese vivir.
Vistas así las cosas, el movimiento es un factor a tener en cuenta para nuestras vidas. Este continuo cambio nos produce dolor. Ese pasar del tiempo continuamente en nosotros y no poseer el presente ni el futuro, debido al movimiento, nos produce una pérdida de lo presente y lleva consigo un esfuerzo para llegar al futuro. A un futuro incierto que no elegimos nosotros, sino que nos viene impuesto por vivir en el universo.
¿Qué puede hacer entonces el ser humano? Una posibilidad es prepararse para el futuro. Conseguir por adelantado los medios para afrontarlo. Para ello utiliza su inteligencia y su voluntad, que es necesitante, o lo que es lo mismo: busca tener y poseer todo lo que puede ser útil para su vivir.
Sabemos que, en el caso del hombre, su inteligencia y su voluntad son muy superiores a las de cualquier animal, por muy desarrollado que este sea, porque el hombre, al ser “el habitante del universo que sabe que existe “(Leonardo Polo), tiene un conocimiento ético de su propio ser y la voluntad también es la depositaria del “libre albedrío” que nos permite decidir el hacer, o el no hacer, sobre las cosas.
Detener el tiempo siempre ha sido el sueño dorado de la humanidad. Para ello, unos confían en conseguirlo a través de la tecnología, por ejemplo, viajando en el espacio en sentido contrario al tiempo y más rápido que su expansión, o abandonando la tierra para vivir en otro planeta, etc. Otros, como los seguidores de antropologías inmanentes, lo intentan desde la “identidad esencial”, es decir hacerse uno con la materia y así evitar el dolor del vivir, o conseguir otra esencia que esté diseñada desde mi Yo. Otra concepción más popular de esa realidad es el famoso dicho de “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Esta concepción de la vida surge de confundir el movimiento con la actividad. El movimiento nos viene dado, la actividad la ejerce cada uno libremente. O no la ejerce y sigue las leyes del universo, intentando tapar con un pañuelo la grieta abierta en lo más profundo de su ser.
Confundir el acto de ser, que es pura actividad, con el movimiento es un craso error. Sabemos que, por ser creados, somos un acto de ser-con, al que se le ha dado una esencia humana, que es pura potencia, a través de nuestros padres. Esa esencia, masculina o femenina, es anterior a nuestra propia percepción, que se consigue plenamente tras la maduración en la pubertad, por lo que nuestra percepción no puede cambiar lo recibido. Lo que el hombre puede hacer es no aceptar su condición humana. Puede rechazar lo recibido, pero no puede cambiar lo recibido.
Al no aceptarse en su esencia no se aceptará en su persona, dado que el hombre es una unidad, y decidirá entonces renunciar a ser persona para convertirse en “cosa”, siguiendo las leyes universales. Mientras que un animal pertenece totalmente al universo y no puede ser objeto de amor personal, el ser humano siempre es digno de ser tratado como tal. Tratar a un animal como a una persona es rebajar la persona, es equiparar un objeto, que es pura potencia, con un acto de ser y eso no puede ser. El acto de ser activa y vivifica la potencia, nunca al revés.
Hay otra forma de vivir y es en libertad, en no renunciar a ser persona ejerciendo la actividad del acto de ser-con y crecer continuamente en el conocimiento del “Otro”, del Creador, de nuestra réplica, de todas las personas y del universo en su plenitud. La quietud, la meditación, es la mayor actividad desligada del movimiento, donde crece la persona. Vivir en presencia del Creador es la actividad que adelanta el futuro, porque en el cielo estaremos en continua actividad y nulo movimiento. Estaremos desligados de las coordenadas espacio-tiempo, por lo que tendremos un crecimiento continuo en el conocer y en el amar. Y al final de los tiempos, con un nuevo cuerpo redimido y exento del espacio-tiempo, habremos redimido a la creación ordenándola para siempre.
No hemos sido creados para pasarlo mal en la tierra y después morir. Hemos sido creados para redimir el universo y disfrutar con el Creador por toda la eternidad, es decir, fuera del espacio-tiempo. Con la actividad del ser adelantamos la felicidad plena, porque la felicidad del movimiento es fugaz. Cabe ser plenamente felices en la tierra, si quien justifica nuestro vivir es la actividad personal, que “frenará” el movimiento. Cada uno elige cómo vivir.
Si no entendemos esto, sólo nos queda el movimiento.
Domingo Aguilera Pascual es físico, seguidor de la filosofía de Leonardo Polo y promotor del blog Amigos de la Virgen.