La semana pasada fue pródiga en noticias muy preocupantes de cara a nuestro futuro.
Entre otras cosas, acaeció la entrada en vigor de la ley de eutanasia. Una ley inicua, criminal, antivida, antihumana, antisocial, contraria enteramente al bien común, a la identidad y tradición moral de nuestro pueblo español (que nos constituye como tal). Una ley perniciosa, impuesta dictatorialmente, sin las consultas previas obligatorias señaladas por las leyes españolas. Una ley aprobada por una exigua mayoría parlamentaria que tan mezquina, ignominiosa, irresponsable y vergonzosamente la aplaudió el día de su aprobación en el parlamento español, el cual se vio prostituido, engañado o traicionado por los artífices de la aprobación o el aplauso de esta ley.
Porque no es ése el pensar y sentir del pueblo español, ni la sede para aprobar leyes injustas para regirlo. Tanto el Gobierno de España, con su presidente y sus ministros promotores de la ley eutanásica, y los teóricamente representantes del pueblo, deberían pensar en el gravísimo daño hecho a las personas, al bien común y a la concordia con esta ley inicua, criminal, antihumana.
¿Hay perdón e indulto para el Gobierno y para estos legisladores que la propugnaron o aprobaron? Por mi parte sí, pero han de reconocer el daño y pedir perdón y abolirla: si no hay reconocimiento de la culpa, del daño, no hay perdón. Si no la retiran y ellos mismos dan por abolida esta ley perversa, no hay perdón.
Entretanto, me cabe una apelación ferviente a todos a la esperanza, a la llamada a la vida que propugna toda la enseñanza universal de la Iglesia ininterrumpidamente. Porque Dios, en el que está la vida, quiere la vida, quiere que el hombre viva, ama al hombre, es Dios de la vida. Y envía a Jesús, su Hijo, que entrega su vida por los hombres, ha vencido a la muerte y vive para que tengamos vida.
Apelo a la esperanza con una llamada apremiante a que todos apostemos por la vida en todas su fases y circunstancias, y adoptemos la resolución, sencilla y clara, de rellenar la hoja o declaración de nuestras últimas voluntades y hagamos nuestro testamento vital, como ha indicado la Conferencia Episcopal. Aquí, en Valencia y su provincia eclesiástica lo estamos encareciendo ya y recomendando. Es una puerta abierta a la esperanza, a la vida, al amor fraterno, al bien común y liberador. Y debería estimarse, además, como posición o respuesta ante una ley de eutanasia sobre la que en manera alguna ha sido consultado el pueblo a su debido tiempo.
En esta semana pasada ha habido otros hechos, decretos y acciones también muy graves, que dejan o han dejado la puerta abierta a la destrucción de la unidad de España, violando –me atrevo a decir– algo muy grave, puesto que, como ha interpretado y afirmado la Iglesia siempre, en el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, en el amor y protección a los padres, entra también el amor, la protección y la defensa de la Patria.
Quienes formamos esta Patria común, España, y la tenemos como tal -los conciudadanos españoles-, mientras no se nos demuestre lo contrario, todavía somos esa Patria que es España, pese a quienes pese: somos o formamos una Patria, España, y hemos de cumplir nuestros deberes para con ella.
Algunas acciones sucedidas la semana pasada abren caminos a la disolución del “bien moral”, como la han considerado los obispos españoles sin desdecirse, o como “bien prepolítico” a preservar para edificar la casa común que es esa unidad de la Patria y de la verdadera concordia, perdón mutuo entre todos los españoles, misericordia universal abierta para todos, que entraña la Constitución Española de 1978. La Constitución de la Concordia garantiza dicha unidad y abre caminos de esperanza de futuro de bien común por vías de legalidad que no se oponen al bien de las personas ni al bien común de todos.
La Constitución no es un dogma fe, pero sí que es criterio y pauta obligatoria a secundar y obedecer adecuadamente. ¿A dónde nos conduce no respetar la Ley justa? ¿Podemos vivir de espaldas a la Ley que garantiza el bien común y la democracia? La misma ley canónica tiene una base fundamental que es la salus animarum [salvación de las almas]. ¿Se está asegurando esto?
Creo que por el bien de todos, por el bien común y por el bien futuro debemos repensar mucho las cosas y encontrar caminos y respuestas para el bien y la salvación de todos. Es de justicia -y para que las cosas se hagan bien- que la unidad de todos los pueblos de España y el respeto a cada uno de ellos sea cosa de todos. A todos afecta, y cualquier solución que se arbitre a una de las partes, sea la que sea, ha de tener en cuenta a todos, y esto es un aval más en favor de la unidad.
¡Ah! y no podemos olvidar sin agravio lo que la Conferencia Episcopal ha enseñado sobre estos temas y, que yo sepa, todavía sigue en pie como doctrina social del episcopado español en comunión con la Iglesia universal. Ni los cristianos tampoco podemos olvidar ni menos despreciar lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica. La Iglesia no actúa como la yenka, sino en continuidad de Tradición.
Aprovecho esta comparecencia pública semanal para preguntar: ¿es posible lo que nos llega de Europa de una declaración del aborto como derecho humano? ¿Serán capaces de tal barbaridad? ¿Vuelven a ser tan “bárbaros” como a finales del Imperio Romano? ¿Olvidan su historia, su identidad? ¡Reniegan de sus padres de paz, unidad y progreso, como Adenauer, De Gasperi, Schuman, San Juan Pablo II –su discurso de Santiago–, Marcello Pera, Benedicto XVI? ¿Quién manda en Europa?
Hay que actuar y defender la vida no nacida y la maternidad, para que haya progreso y desarrollo. Apostar por la vida es esperanza, es apostar por el futuro, por el hombre. Es, además, confiar en Dios, que nunca nos falla, y trabajar por una humanidad nueva con hombres y mujeres nuevos.
Publicado en el portal de la archidiócesis de Valencia.