En su disertación Cristianismo y libertad, Gustave Thibon iluminaba la noción de libertad y su relación con los totalitarismos: ”El hombre escoge cada vez menos, una autoridad anónima y centralizada lo hace en su lugar”. Definía el Estado totalitario como ”una forma de gobierno en la que dicho Estado, rebasando las atribuciones que le son propias, absorbe la libertad de las personas o grupos“.
La ministra de Educación salía al paso del pin parental normalizado en la región de Murcia, espetando que se trataba de ”una objeción de conciencia oculta”, a lo que añadía sin pudor que los hijos no pertenecen a los padres. Incapaz fue de incluir en tan abyecta dialéctica que tampoco pertenecían al Estado y sus brigadieres, que empecinados en convertir las escuelas y universidades en lacayerías de la cosa pública, nos quieren como hijos de su tiempo y no de nuestros padres. Y no deja de ser paradójico el uso del término ”pertenencia” por parte de la señora ministra. Si lo utilizó en el sentido de propiedad, tomó a los niños por mercancía portuaria con la correspondiente genuflexión a San Libre Mercado. Pero si lo utilizó en su sentido comunitario, desprende un hedor a ignorancia alarmante. El Oikos, palabra con la que en la Antigua Grecia se denominaba al hogar como unidad básica de la ciudad (bienes materiales y familia), ya existía en el Neolítico; en aquellos días nuestros ancestros ya conocían de la existencia de quienes subvenían sus necesidades de alimento, afecto, y protección: los padres.
El primer vínculo comunitario y ligazón de toda organización humana fue el parentesco, del que sobreviene la potestad o autoridad natural y legítima de los padres. Sin embargo, la señora ministra da mayor prioridad sobre los niños a los anhelos del marqués de Sade que a los designios de sus propios padres. ”Supe destruir en mi corazón todo lo que estorbaba a mis placeres”, decía con impudicia Sade.
Desde luego que la estrategia de destruir el corazón de los niños a base de entropía sexual es para aplaudir de malignidad, pero ignorar a nuestros ancestros es una caricatura únicamente equiparable a quienes esputan al cielo y en la faz les cae. Claro que con los argumentos libertinos del pin parental y del derecho de los padres recogido en la Constitución, la ministra lo tenía muy fácil, solo tenía que decirnos que el sado-Estado es el que parte, reparte (derechos), y se lleva la mejor parte.
Siguiendo a Thibon, la disidencia oficial podía haber prorrumpido: "Nuestra libertad es a la vez creada y creadora en relación con los vínculos que nos ligan al universo: se apoya en los lazos antiguos para anudar otros nuevos” (o lo que es lo mismo: no se apoya en los nuevos para desatar los antiguos, como hacía Sade, al parecer fetiche de la señora ministra). Si hubieran pensado en el Oikos sabrían que ”un árbol resiste a las influencias del viento en la medida que está retenido por sus raíces”. Thibon era un hombre de los que llegaban al fondo del asunto, todo lo contrario que el racionalista pueril de Sade, y no se andaba con chiquitas libertinas. Una sociedad tan depravada que prefiere escuchar la voz de Sade antes que la de Thibon será juguete del viento cuan raíces arrancadas. Solo algunos hombres y mujeres podrán salvarla, pero para tamaña misión hará falta algo más que recurrir a subterfugios como el pin parental y las hojarascas legales. Sin la vindicación del Oikos, todo pin parental será barrido por el siguiente tsunami totalitario. Pero además, Thibon recuerda que el camino hacia el Oikos empieza por una enseñanza repetida mil y una veces en las homilías: un vivir cristiano protege al hombre de las pasiones que lo destruyen.