La situación actual de la cristiandad -prefiero utilizar la palabra cristiandad respecto a la más objetiva e institucional de Iglesia- plantea alguna que otra preocupación. De hecho, esta cristiandad parece moverse por el mundo intentando aceptar todas las provocaciones que el contexto cultural, político y social presenta, intentando afrontar y resolver estos problemas uno tras otro. Como si esta fuera la tarea principal y fundamental de la Iglesia.
De este modo, el gran interlocutor, o "el gran protagonista", como amaba decir el inolvidable cardenal Giacomo Biffi, no sólo permanece en el fondo, sino que corre el riesgo de ser olvidado.
Se sacan las conclusiones como si Cristo estuviera presente, pero, efectivamente, se corre el riesgo de que sea un "como si". Porque el Señor Jesucristo no puede ser la premisa para nuestras actividades, o para las que Benedicto XVI llamaba "las consecuencias espirituales y éticas de la fe". La fe es Su Presencia que hay que reconocer, seguir y amar en el misterio de la Iglesia. Por eso, la Iglesia debe siempre presentarse de nuevo ante sus hijos -y, más allá de ellos, ante todo el mundo-, como el lugar donde el encuentro con Cristo es objetivo, el lugar donde la conversión a Él se hace posible y donde comienza ese camino hacia la experiencia de vida nueva que constituirá la prueba de que el Señor mantiene todas sus promesas.
Pienso que es necesario que, de vez en cuando, alguna voz de la cristiandad recuerde estos valores o esta Presencia. Sin esta Presencia, sin la conciencia de esta Presencia, el resto no sólo es secundario, sino que corre el riesgo de ser inútil.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducido por Elena Faccia Serrano.