Cuando no se puede ofrecer al enfermo el alivio de su sufrimiento, algunos pueden desear que les adelantemos la muerte para no seguir sufriendo. Es entonces cuando la tentación de la eutanasia como solución precipitada se da cuando un enfermo solicita ayuda para morir cuanto antes y se encuentra con la angustia de un médico que quiere terminar con su sufrimiento porque lo considera intolerable y cree que no tiene más que ofrecerle. Los médicos tenemos que aprender a aliviar el sufrimiento de las personas sin que para ello tengamos la necesidad de eliminar a quien sufre.
Lo podemos hacer con cuidados paliativos. Unos cuidados que dignifican la vida del enfermo. Cuidados que no tienen como objetivo la muerte, sino que cuidan la vida mientras ésta llega a su tiempo, evitando el sufrimiento.
Para evitar este sufrimiento se realiza un control adecuado y enérgico de los síntomas, aunque con los tratamientos para dicho control se pudiera adelantar la muerte de manera no intencionada. Evitando aquellos tratamientos que serían inútiles en esa situación clínica, tratamientos que les harían sufrir más que la propia enfermedad. Siempre respetando los valores del enfermo. Y si aún no hubiéramos conseguido aliviar su sufrimiento recurriremos a la sedación paliativa para garantizar una muerte serena. Los cuidados paliativos no acortan la vida, tampoco la alargan, sino que la ensanchan.
Los médicos, ante el sufrimiento del enfermo, no le abandonamos mirando hacia otro lado, asumimos su alivio con nuestra competencia profesional y nuestro acercamiento humano. En ocasiones, se hace referencia a que quienes se acogen al derecho de la objeción de conciencia que otorga a los médicos la Ley Orgánica 3/2021, de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia, son insensibles al sufrimiento de las personas.
Acogerse a la objeción de conciencia no debe conllevar el abandono del enfermo. Se puede objetar a administrar la muerte y continuar acompañando al enfermo durante su proceso de morir si él desea que le acompañemos a pesar de que le hayamos anticipado que no le adelantaremos la muerte. Esto es compatible con los cuidados paliativos. Nada justificaría nuestro abandono. No sería coherente abandonar al enfermo que nos pide ayuda en esos momentos tan difíciles y únicos para él porque nuestra conciencia no coincida con la de quien nos solicita adelantar su muerte.
El que pide la muerte en realidad quiere otra cosa, no quiere sufrir. Detrás de la petición "quiero morir", hay un trasfondo que significa "quiero vivir o morir de otra forma". La cultura paliativa se ocupa del sufrimiento, del deterioro, de la soledad y del desamparo del ser humano vulnerable y frágil. Ayudar a adelantar la muerte a quien sufre no es hacerse cargo del sufriente, sino eliminar su vida para eliminar su sufrimiento. Cuando una Ley otorga al ciudadano el derecho a elegir cuándo su vida no vale ya la pena vivirla, puede llegar a que la sociedad consiga instrumentalizar al médico.
Los médicos nos sentimos fracasados cuando no podemos curar. Pero el verdadero fracaso es tener que admitir la eutanasia como solución alternativa al alivio del sufrimiento. Sobre todo, este fracaso se produce cuando nos planteamos quitar la vida a un enfermo porque no sabemos cómo mejorar sus síntomas ni cómo modificar las circunstancias personales en las que está viviendo.
Leyendo estos días las reflexiones y experiencias de varios profesionales de la salud belgas plasmadas en el libro titulado Eutanasia. Lo que el decorado esconde encontré algunas respuestas a la pregunta que yo me hago una vez aprobada la ley de regulación de la eutanasia en nuestro país: ¿qué pensaremos los médicos cuando transcurran varios años realizando eutanasias?
La Ley de la Eutanasia en Bélgica se aprobó en 2002. Veinte años después algunos profesionales de la salud opinan sobre algunos contenidos que también se contemplan en nuestra ley: la objeción de conciencia y la calificación de muerte natural de la eutanasia. Transcribo literalmente sus palabras: "Al practicar la eutanasia, un buen número de profesionales de la salud, acorralados por lo que creen que es su deber, no se dan cuenta de que, al poner fin a una vida humana, ponen igualmente fin a su serenidad".
"Públicamente, el profesional sanitario antepone, como exergo, el 'sentido del deber', la obligación de responder a la petición del paciente, para de este modo justificar el acto de eutanasia realizado, pero, en el secreto de los corazones la conciencia se rebela".
"También los documentos administrativos revelan ese malestar del personal sanitario que ha practicado la eutanasia: en el certificado de fallecimiento no existe la casilla 'eutanasia'; hay que marcar la casilla 'muerte natural'. Afirmar oficialmente que hacerse inyectar una sustancia letal es una muerte natural dice mucho acerca del malestar general que se esconde tras la eutanasia. Nos encontramos aquí ante una auténtica mentira del Estado... Si la eutanasia representa verdaderamente un bien para el paciente y si debe ser considerada como un progreso de la sociedad, ¿por qué no mencionar expresamente que el paciente ha fallecido como consecuencia de una eutanasia?"
Después de estas reflexiones de nuestros colegas belgas creo que una ciencia médica que necesita de la eutanasia tiene que transformarse tan pronto como sea posible en una medicina que procure cuidados cuando ya no hay curación. Los médicos que desde siempre nos hemos dedicado a cuidar la vida de las personas, procurar su salud, evitar su muerte prematura o, en su caso, acompañar al moribundo para aliviar su sufrimiento hasta el final, pasamos a tener desde ahora, con la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia, una función más: administrar la muerte de quien nos la solicite.
Yo creo que la eutanasia no es un acto médico, aunque la Ley asigne esta función al médico. Según mi opinión, la política se ha extralimitado en facultar a los médicos para otra misión distinta y contraria a las que nos facultó la Universidad cuando nos graduamos y con esta Ley ya podemos administrar la muerte a quien nos la solicite. Cuando se habla de eutanasia parece que la solución la tenemos los médicos, pero es un problema que trasciende a los fines de la medicina y a la vocación del médico.
Una pregunta y una propuesta para que nos ayude a reflexionar: ¿el médico puede ser el cuidador de la salud de las personas y ser capaz de provocar, al mismo tiempo, su muerte intencionada? Los médicos debemos estar preparados para escuchar algo más que una petición de morir.
Publicado en Redacción Medica.
Jacinto Bátiz es director del Instituto para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurce (Vizcaya) y responsable del Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia.