Han pasado cinco años desde la publicación de aquella conocida portada del periódico The Mirror que, tras la elección del cardenal Joseph Ratzinger como Papa, decía «God´s Rottweiler» (El rottweiler de Dios). Ya por entonces, los diferentes titulares, de carácter más bien hostil, presagiaban la relación que ofrecerían la mayoría de la prensa laica mundial a aquel que como cardenal ya habían tratado severamente mal.
A lo largo de este lustro, Benedicto XVI se ha enfrentado a no pocas crisis mediáticas. Entre las más significativas han estado: 1) el hecho de ser de origen alemán y por eso, ipso facto, tacharlo de «nazi»; 2) la lección magistral de septiembre de 2006 en la universidad de Ratisbona, de donde se extrapoló una parte del discurso y se ocasionó la ira islámica; 3) en enero de 2008, la negativa de una mínima parte del claustro de profesores y estudiantes de la universidad de La Sapienza, en Roma, para que el Papa inaugurase el año académico (a raíz de una interpretación errada de un discurso sobre Galileo que, como cardenal, habría pronunciado Ratzinger en la misma institución); 4) el levantamiento de la excomunión a los obispos «lefebvristas» de inicios de 2009 y la desconocida opinión de uno de esos obispos, Richard Williamson, sobre el holocausto hebreo; y, por último, 5) el revuelo a raíz de la respuesta del Papa al periodista de France Press sobre el condón, en el vuelo rumbo a Angola de marzo de 2009.
Pero quizá ninguna otra crisis haya sido tan mordaz como la del tema de los abusos por parte del clero católico. Sin minusvalorar la tristísima realidad de hechos comprobados y siempre reprobables en este campo, la prensa ha buscado no sólo exprimir y generalizar hasta la saciedad las debilidades de algunos miembros de la Iglesia, sino también involucrar y manchar la imagen de Benedicto XVI.
Ya el 1 de octubre de 2006 se había dado el primer intento cuando la BBC puso al aire «Sex crime and the Vatican», un programa de unos 40 minutos lleno de delicados errores claramente porráceos que, además, denotan palmariamente su mala intención en el afán del desprestigio del Papa. Mal utilizando documentos de la Iglesia (Crimen sollicitationis y la carta Ad exequenda), sirviéndose de viejos filmes y entrevistas no datadas, el programa adultera, deforma e interpreta a su antojo la información.
Uno de los más penosos errores fue afirmar que Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, es el autor de Crimen sollicitationis, documento aparecido en 1962 y preparado por la entonces Congregación para el Santo Oficio, hoy Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF en adelante). Así, el programa mal informa sobre el autor (Joseph Ratzinger por entonces ni siquiera vivía en Roma ni mucho menos era prefecto) y el contenido.
1. Cuatro intentos para desprestigiar al Papa: cuatro casos de periodismo deficiente
En mayo de 2009 se hacía público el Informe de la Comisión de Investigación Irlandesa (el Informe Ryan se puede consultar íntegramente en el siguiente enlace o leer el resumen sintético) sobre el tema de los abusos en escuelas e instituciones de ese país. En diciembre de 2009 se publicaba el Murphy Report, centrado en la diócesis de Dublín. El revuelo suscitado por las deplorables revelaciones, tocaron sensiblemente no sólo a la sociedad irlandesa.
A.
Un semestre después, el 28 de enero de 2010, el rotativo berlinés Der Tagesspiegel publicaba los primeros casos de abusos sexuales en Alemania. Concretamente los perpetrados entre los años 70 y 80 en el Canisius College, gestionado por jesuitas. Más tarde se conocieron los casos de la escuela de la abadía benedictina de Ettal y, finalmente, el caso más mediáticamente manoseado: el de los abusos entre los Regensburger Domspatzen (coro de niños de la catedral de Ratisbona), del cual fue director Georg Ratzinger, hermano del Papa. Comenzaba así el primer intento sistemático por vincular y dañar directamente a Benedicto XVI.
¿Cuál era la verdad? Lo contaba así Diego Contreras en su blog «La Iglesia en la prensa»: «La diócesis de Ratisbona ha divulgado un caso de abuso ocurrido en 1958, un presunto caso que habría sucedido al inicio de los sesenta y un tercer caso (todavía incierto), que se supone que es de 1969. Los tres se refieren de algún modo al coro de los Domspatzen. Se trata de crímenes, o presuntos crímenes, ocurridos en la residencia donde se alojaban y estudiaban los chicos. Una institución que contaba con su propia dirección, independiente de la dirección musical. El hermano del Papa, mons. Georg Ratzinger, fue director musical del coro (externo a la residencia) en el periodo 19641993. Es decir, no solo estaba lejano físicamente del lugar de los hechos, o presuntos hechos, sino que estos ocurrieron en un periodo en el que él no era ni tan siquiera director (el dato claro del tercer caso es que ocurrió diez años después de que el presunto culpable abandonara su relación con el coro)».
A partir de esta nota puesta en circulación con transparencia y apertura por la misma arquidiócesis de Ratisbona se construyeron los más fantasiosos titulares que apuntaban a la caza de Benedicto XVI sin más información que la mentira y la fantasía de los periodistas en cuestión.
B.
La segunda diatriba contra Benedicto XVI vino de un medio alemán: el Süddeutsche Zeitung. El 13 de marzo de 2010 publicó una nota sobre la supuesta admisión en la arquidiócesis de Munich de un sacerdote –Peter Hullermann– acusado de abuso y procedente de la diócesis de Essen. Ya en Munich, habría recibido un nuevo encargo pastoral. Todo esto habría ocurrido en 1980, cuando el arzobispo de esa sede arzobispal era el cardenal Joseph Ratzinger.
El mismo día, TIME reproducía la nota que luego, sucesivamente, daría la vuelta al mundo. El título que dio TIME fue «El Papa sabía que el sacerdote era pedófilo pero autorizó que continuara su ministerio».
¿Cuál era la realidad de los hechos? Efectivamente el entonces arzobispo de Munich autorizó que Peter Hullermann residiera pero en un convicto sacerdotal de la arquidiócesis y exclusivamente para recibir terapia. Tras el nombramiento, en noviembre de 1981, como prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, Ratzinger renuncia a la sede de Munich y pasa a Roma en febrero de 1982. Durante el periodo de sede vacante (es decir, cuando aún no se nombra al suplente de Joseph Ratzinger para Munich), el vicario para la arquidiócesis, padre Gerhard Gruber, es quien decide dar licencia para que Hullermann ejerciera el ministerio en una parroquia.
En 1985 se dan nuevas denuncias contra Hullermann (es decir, cuando Joseph Ratzinger ya no estaba en Munich) y se le retira del ministerio sacerdotal. En junio de 1986 es condenado por abusos de menores a 18 meses de cárcel en libertad condicional y a una multa de 4.000 marcos.
Otro medio alemán que fallidamente intentó desprestigiar con mentiras a Benedicto XVI fue el semanario Stern. El jueves 7 de abril de 2010 publicaba una monumental falsedad según la cual, como cardenal prefecto para la CDF, Joseph Ratzinger habría encubierto a Marcial Maciel, presbítero mexicano.
Prontamente el portavoz de la Santa Sede hizo una declaración oficial afirmando: «Es paradójico –y para las personas informadas ridículo– atribuir al cardenal Ratzinger responsabilidades de cobertura o de encubrimiento de cualquier tipo. Todas las personas informadas saben que fue mérito del cardenal Ratzinger promover la investigación canónica sobre las acusaciones a propósito de Marcial Maciel, hasta llegar a establecer con certeza su culpabilidad». Maciel fue reducido a una vida de oración y penitencia, sin posibilidad de ejercer el ministerio públicamente, en 2006.
C.
Tras el fallido intento de manchar al Papa inventando la ficticia relación de su hermano Georg con la situación del Regensburger Domspatzen, las invenciones del Süddeutsche Zeitung y las ilusiones del semanario Stern, The New York Times tomó la batuta.
El 24 de marzo de 2010 publicaba una información sobre los abusos de un sacerdote, Lawrence Murphy, en una escuela para niños sordos en Wisconsin, el St. John´s School.
El periódico estadounidense acusaba al Papa porque, según su versión de los hechos, como prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe no lo retiró del ministerio sacerdotal, obstaculizó y archivó el caso, aun conociendo los antecedentes del acusado. Una segunda entrega fue publicada el 26 de marzo, dos días después.
El padre Federico Lombardi, S.J., portavoz de la Santa Sede, hizo posteriormente unas declaraciones oficiales puntualizando la verdad de los hechos.
De acuerdo a las palabras del padre Lombardi, Lawrence Murphy, sacerdote de la diócesis de Milwauke, efectivamente habría abusado de niños especialmente vulnerables, entre 1950 y 1974. En 1975, cuando Ratzinger todavía no era prefecto en Roma, habrían salido las primeras acusaciones contra Murphy. Su caso no se habría turnada a la Congregación vaticana presidida luego por Ratzinger pues, por entonces, era competencia de la diócesis. Veinte años más tarde, en 1995, el caso llegó efectivamente a la Doctrina de la Fe por tratarse de solicitaciones en el confesionario.
Además, como puntualizó el padre Lombardi, «es importante subrayar que la cuestión canónica no estaba relacionada con las potenciales medidas civiles o criminales contra el padre Murphy», medidas que, de suyo, fueron archivadas por la policía norteamericana años atrás. Y añadía: «El Código de Derecho Canónico no prevé sanciones automáticas, pero recomienda que se haga un juicio sin excluir incluso la mayor pena eclesiástica de expulsión del estado clerical (cf. Canon 1395, n. 2). Teniendo en cuenta que el padre Murphy era anciano y estaba mal de salud y que estaba viviendo en aislamiento y las denuncias de abuso no se habían notificado durante más de 20 años, la Congregación para la Doctrina de la Fe sugirió que el arzobispo de Milwaukee estudiara la posibilidad de abordar la situación, por ejemplo, restringiendo el ministerio público del padre Murphy, y exigiéndole que aceptara la plena responsabilidad de la gravedad de sus actos. El padre Murphy murió aproximadamente cuatro meses más tarde, sin más incidentes».
Sobre este tema concreto, un artículo de Riccardo Cacioli en el diario Avvenire (ver enlace a la traducción española de «El New York Times se desmiente en sus ataques contra el Papa») recapitulaba los dos artículos de periódico neoyorkino haciendo ver la incongruencia de los supuestamente revelado: «Los documentos dicen de hecho que los únicos que se preocuparon por el mal realizado por Murphy fueron los responsables de la diócesis americana y la Congregación para la Doctrina de la Fe, mientras que las autoridades civiles habían archivado el caso. Concretamente, la Congregación para la Doctrina de la Fe, implicada en la cuestión sólo entre 1996 y 1997, dio la indicación de proceder contra Murphy a pesar de que la lejanía temporal de los hechos constituyera un impedimento a la norma del derecho canónico».
También tuvo su impacto y ofreció luz el artículo de Massimo Introvigne titulado «El lobby laicista contra el Papa. El gran bulo del New York Times».
Escribía Introvigne: «Este nuevo ejemplo de periodismo basura confirma cómo funcionan los “pánicos morales”. Para enfangar a la persona del Santo Padre se remueva un episodio de hace treinta y cinco años, conocido y discutido por la prensa local ya a mitad de los años 70, cuya gestión –en cuanto era de su competencia y un cuarto de siglo después de los hechos– por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue canónica y moralmente impecable, y mucho más severa que la de las autoridades estatales americanas. ¿De cuántos de estos “descubrimientos” tenemos aún necesidad para darnos cuenta de que el ataque contra el Papa no tiene nada que ver con la defensa de las víctimas de los casos de pedofilia –ciertamente graves, inaceptables y criminales, como Benedicto XVI ha recordado con tanta severidad– sino que intenta desacreditar a un Pontífice y a una Iglesia que molestan a los lobbies por su eficaz acción de defensa de la vida y de la familia?».
Semanas más tarde, el vicepresidente de The News Corporation, William McGurn, publicaba un artículo en The Wall Street Journal (cf. 06.04.2010) sobre las motivaciones del The New York Times para divulgar información parcial y calumniosa contra el Papa.
McGurn expone que los documentos usados para los dos artículos de The New York Times (firmados por Laurie Goodstein) fueron proporcionados por dos abogados de cinco hombres que han demandado económicamente a la arquidiócesis de Milwauke: Jeff Anderson y Mike Finnegan. ¿Quién es el abogado Anderson? De acuerdo a McGurn, el mismo que en 2002 declarara a la agencia Associated Press que había ganado más de 60 millones de dólares por concepto de demandas y acuerdos contra la Iglesia. O lo que es lo mismo: «En lo que se refiere a demandas contra la Iglesia, él es el principal abogado».
En su artículo, McGurn reta a The New York Times a comprobar que Lawrence Murphy no fue sancionado, como afirma el mismo diario. Y concretamente sobre el entonces cardenal Ratzinger afirma: «El hombre que es ahora Papa reabrió casos que habían sido cerrados, hizo más que nadie para procesar casos y hacer responder a los abusadores, y se convirtió en el primer Papa en hablar con las víctimas».
Y cuestiona después: «¿No es esta acaso la más razonable interpretación de todos estos eventos: que la experiencia del cardenal Ratzinger con casos como el de Murphy lo llevaron a promover reformas que le dieron a la Iglesia armas más efectivas para manejar los abusos sacerdotales?».
Para William McGurn es necesario que la prensa proporcione «algo de contexto y muestre algo de escepticismo periodístico sobre lo relatado por un abogado defensor que hace millones con este tipo de casos», en referencia a Jeff Anderson.
D.
El último intento por desprestigiar a Benedicto XVI fue el de la agencia Associated Press. En un despacho de prensa de inicios de abril (cf. AP: Future pope stalled Calif. Pedophile case) la agencia «revelaba»” que cuando Joseph Ratzinger era prefecto de la CDF evitó «expulsar» a un sacerdote tras la denuncia del obispo de Oakland.
El caso, magnificado, reinterpretado y aumentado, por el conocido periódico español El País, de corte marcadamente anticristiano, afirma que en una carta de 1985 el entonces cardenal Ratzinger se habría opuesto a la destitución de Stephen Keisle, quien cometió abusos sexuales en 1981 y a quien la propia diócesis de Oakland, en California, pidió destituir pues ya había antecedentes e incluso una condena civil de 1978.
El País miente y habla equívocamente: al cardenal Ratzinger no le competía destituir (entendiendo como apartar de su puesto al sacerdote, que de suyo sí hizo el obispo de Oakland, pues era de su competencia) sino reducir al estado laical a Stephen Keisle (es decir, que dejara de ser sacerdote), cosa que de hecho sucedió en 1987. En los dos años que tardó la decisión sobre este segundo punto no se registraron abusos.
En una entrevista con Il Corriere della Sera (cf. 10.03.2010), el subdirector de la Sala de Prensa de la Santa Sede, padre Ciro Benedetti, declaró: «Como se deduce claramente de la misiva, el cardenal Ratzinger no ocultó el caso, sino que hizo presente la necesidad de estudiarlo con mayor atención. Hay que tener presente que la suspensión del cargo (al sacerdote) era entonces competencia del obispo local y no de la Congregación para la Doctrina de la Fe».
Un artículo de Massimo Introvigne, director del Centro de Estudios sobre las Nuevas Religiones, sobre este nuevo bulo lanzado ahora por Associated Prees, comprobaba la pretensión de fondo: «Calumniad, calumniad, que algo queda» (vale la pena leer el artículo completo en Adelante otro bulo: la carta de 1985 del cardenal Ratzinger).
Ciertamente los cuatro casos mencionados no son los únicos, si bien sí son los que han tenido mayor trascendencia mediática. Ahí están también los continuos artículos difamatorios y periodísticamente defectuosos en periódicos como el Die Preese, de Austria; el Trouw, de Holanda; el Sme, de Eslovaquia; el Times of Malta, de Malta; The Times y The Guardian de Gran Bretaña; Nwsmill y Sydsvenska Dagbladet, de Suecia; La libre Belgique, de Bélgica; The Irish Times, de Irlanda; o el Kristeligt Dagblad, de Dinamarca.
E.
A los acontecimientos de Irlanda y Alemania le han seguido otros deplorables en Austria, Holanda, Noruega, Suecia y, con menor intensidad, en Chile, España, Brasil y México.
Todos han estado puntualmente acompañados por la irresponsabilidad informativa de medios como los apenas enunciados así como otros de cobertura imperfecta. La gravedad de una información adulterada ha quedado patente en los pronunciamientos de diferentes personalidades del mundo de la política y de la cultura; pronunciamientos que, dicho sea de paso, no corresponden a la realidad de los acontecimientos: sea a sus causas, sea a sus consecuencias.
El 9 de marzo de 2010, el periódico alemán Süddeutsche Zeitung publicaba las declaraciones de la ministra alemana de justicia, Sabine Leutheusser-Schnarrenberger, exigiendo a la Iglesia indemnizaciones, incluso para los casos no comprobados de pederastia. Este mismo periódico también daría espacio a las críticas disidentes de Leonardo Boff contra el Papa.
Era esa misma ministra (del partido liberal FDP) la que el 8 de marzo lanzó graves e irresponsables acusaciones al afirmar un presunto «muro de silencio» de la Iglesia en estas situaciones. A esta invectiva respondió el obispo de Ratisbona, mons. Gerhard Ludwin Müller, diciendo: «La afirmación de la ministra es falsa y difamatoria. […] pido al ministerio presentar la prueba de la acusación según la cual la Iglesia obstaculizaría las indagaciones. Si no puede presentarla, le pido que no instrumentalizar la autoridad para acosos de este tipo».
El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, mons. Robert Zollitsch, la instó a que se retractara. El cardenal Karl Lehmann fue más allá al publicar un artículo en el Allgemeine Zeitung donde recordaba: «Fuimos el primer grupo social en redactar una “guía” para el trato con víctimas y autores (2002) y lo revisamos, después de las primeras experiencias, con expertos y en dos ocasiones (2005 y 2008). Es totalmente absurdo decir que la Iglesia católica no tiene una voluntad convincente para esclarecer estos hechos». El comentario de Sabine Leutheusser-Schnarrenberger también fue rechazado por personalidades de la política alemana como Stephan Mayer y Günter Kring. La ministra ya no respondió.
Otro político, aunque éste español, lanzaba unas irrespetuosas y denigrantes declaraciones a mediados de abril de 2010 al acusar al Vaticano –y además sin pruebas– de dar «licencia para violar». Se trata de Álvaro Cuesta, diputado del partido socialista por Asturias y secretario de «Libertades Públicas» del Partido Socialista Obrero Español. La secretaria de política internacional del mismo partido, Elena Valenciano, también ha unido su voz a las voces críticas contra la Iglesia.
Justamente el domingo de ramos de 2010, The Whasington Post se unía al coro de medios hostiles contra la Iglesia católica con la publicación de un agrio artículo de la cantante Sinead O´Connor donde esta mujer se extrapola y afirma que la Iglesia es una organización abusadora.
A inicios de abril de 2010, el abogado de nacionalidad australiano-británico, Geoffrey Robertson, publicaba un artículo (cf. Sentar al Papa en el banquillo) en el periódico The Guardian. Este señor es miembro del equipo de cinco juristas de Naciones Unidas. Con su artículo promovía procesar a Benedicto XVI por los casos de pederastia, sobre todo considerando que en septiembre de 2010 visitaría el Reino Unido. Aún siendo abogado, Robertson olvidaba, además de la inmunidad diplomática que posee un jefe de Estado, que los delitos no los había cometido aquel al que desea procesar.
Los ateos, con Richard Dawkins y Christopher Hitchens a la cabeza, han secundado la iniciativa de Robertson.
Hans Küng, al que algunos regalan todavía el título de «teólogo», publicó el 15 de abril de 2010 una carta abierta a todos los obispos católicos del mundo. En esa misiva, el octogenario «sacerdote» critica el pontificado de Benedicto XVI (sobre todo por el levantamiento de la excomunión a los lefebvristas, la disciplina sobre el celibato, etc.) para luego invitar a los obispos a una subversión contra el Papa, al que sin más pruebas que sus palabras acusa de ocultamientos.
Semanas antes, precisamente un obispo decía sobre Küng: «Las inusitadas y claramente forzadas acusaciones del teólogo Hans Küng contra la persona de Joseph Ratzinger, teólogo, obispo, Prefecto de la Congregación de la Fe y ahora Pontífice, por haber causado, según él, la pedofilia de algunos eclesiásticos mediante su teología y su magisterio sobre el celibato nos amargan profundamente».
Desde el mundo anglicano también llegaron los ecos. En una entrevista con la BBC, el primado de la Iglesia anglicana alegó que la Iglesia católica había perdido toda su credibilidad como resultado de los numerosos escándalos sexuales por parte de curas pedófilos en Irlanda (cf. ForumLibertas.com 07.04.2010). Después pidió disculpas por sus palabras pues de hecho la moral en la confesión anglicana no está muy bien.