José Gervasio Artigas (1764-1850) es considerado en Uruguay el padre de la Patria. Su proyecto político no era, sin embargo, fundar una nación, sino hacer de buena parte de Hispanoamérica una federación de provincias parecida a la que establecieron las famosas “trece colonias” en los Estados Unidos de América.
Aunque pecador, como todo ser humano, Artigas tenía claro el principio del amor al prójimo. La formación franciscana que recibió en su infancia y el contacto con los jesuitas de las Misiones Orientales le permitieron -entre otras cosas- reconocer como iguales en dignidad a los indígenas que entonces habitaban estas tierras. Prueba de ello son algunas frases famosas del Caudillo como “¡Clemencia para los vencidos, curad a los heridos, respetad a los prisioneros!” al vencer a Posadas en la Batalla de Las Piedras. O aquella otra del Reglamento de Tierras: “Los más infelices serán los más privilegiados” (al momento de repartir las denominadas “suertes de estancia”).
También se advierte el amor de Artigas a su pueblo en distintas cartas que escribió a sus oficiales y subordinados:
-Al Comandante General de Misiones, Andrés Guazurary (Paraná, 12 de marzo de 1815): "Pasé a usted hace tres días las circulares para que mande cada pueblo su diputado indio al Arroyo de la China. Usted dejará a los pueblos en plena libertad para elegirlos a satisfacción, pero cuidando que sean hombres de bien y de alguna capacidad para resolver lo conveniente... Es cuanto tengo que prevenir a usted y exhortarle a que cada día trate con más amor a esos naturales, y les proporcione los medios que están en sus alcances para que trabajen y sean felices”.
-Al Gobernador de Corrientes, José de Silva (Paraná, 9 de mayo de 1815): “Reencargo a usted que mire y atienda a los infelices pueblos de los indios. Yo deseo que los Indios en sus pueblos se gobiernen por sí, para que cuiden de sus intereses como nosotros los nuestros. Ellos tienen el principal derecho, y sería una degradación para nosotros mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa que hasta hoy han padecido por ser indianos. Acordémonos de su pasada infelicidad y si ésta los agobió tanto que han degenerado de su carácter noble y generoso, enseñémosle nosotros a ser hombres y señores de sí mismos. Si faltan a sus deberes, castígueseles; si cumplen, eso mismo será para que los demás se enmienden, tomen amor a la Patria, a sus pueblos y a sus semejantes. Con tan noble objeto recomiendo a usted a todos esos infelices”.
-Al Cabildo Gobernador de Corrientes (Cuartel General, 9 de enero de 1816): "Ya marcharon algunos indios con el objeto de traerse todos los que quieran venir a poblar en estos destinos. Si mi influjo llegase a tanto que todos quisieran venirse, yo los admitiría gustosamente. Los indios, aunque salvajes, no desconocen el bien, y aunque con trabajo, al fin bendecirán la mano que los conduce al seno de la felicidad, mudando de religión y costumbres. Este es el primer deber de un Magistrado que piensa en cimentar la pública felicidad".
-Al Cabildo Gobernador de Corrientes (31 de enero de 1816): “Es preciso que a los indios se les trate con más consideración, pues no es dable cuando sostenemos nuestros derechos, excluirlos del que más justamente les corresponde. Su ignorancia e incivilización no es un delito reprensible. (…) Es preciso que los Magistrados velen por atraerlos, (…) y que con obras, mejor que con palabras, acrediten su compasión y amor filial”.
-Al Cabildo Gobernador de Montevideo (Purificación, 22 de junio de 1816): “Acaban de llegar a este Cuartel General (…) más de 400 indios Abipones con sus correspondientes familias (…). No dudo que ellos serán muy útiles a la Provincia y que todo sacrificio debe dispensarse en su obsequio, consiguiendo con ellos el aumento de la población que es el principio de todos los bienes”. (…) “No he perdonado fatiga ni sacrificio hasta ver plantada en nuestro país la felicidad que es de esperar, y la miro como una consecuencia de nuestros afanes. Estos robustos brazos darán un nuevo ser a nuestras fértiles campañas que, por su despoblación, no descubren todo los que por sí encierran ni toda la riqueza que son capaces de producir".
Un ex oficial de Artigas, que se fue con el traidor Pancho Ramírez, escribió en su Memoria: “Era tal el prestigio de este hombre que (…) cuando creíamos que no podría rehacerse, en su tránsito por Corrientes y Misiones salían los indios a pedirle la bendición y lo seguían en procesión con sus familias, abandonando sus casas, sus sementeras y sus animales; (…) en ocho días había reunido ochocientos hombres con que sitiaba al Cambay".
José Gaudiano, doctor en Teología por la Universidad de Navarra y profesor en la Universidad Católica de Uruguay, escribió en 2002 'Artigas católico', sobre la fe del prócer uruguayo.
En los breves años al frente del gobierno de la Liga Federal, Artigas fue un modelo de caridad cristiana. Precisamente por eso, fue un modelo de respeto a los derechos humanos y un ejemplo de civismo. Esa es la razón por la que su pueblo lo amaba y lo seguía.
Durante su exilio en el Paraguay, al caer la tarde, solía rezar el Santo Rosario con los nativos y les enseñaba los rudimentos de la fe católica. Cuando yacía en su lecho de muerte y le llevaron el Santo Viático (tenía 85 años), no quiso recibirlo acostado y le dijo al sacerdote: “Debo levantarme para recibir a Su Majestad”. Se levantó y comulgó de rodillas.
Es evidente, por tanto, que su amor no nacía de una etérea “fraternidad universal”, como ocurre con ese indigenismo ideologizado, tan corriente hoy en día en los países vecinos: muy por el contrario, su amor nacía de la certeza de que todos los seres humanos tenemos una misma naturaleza y un mismo Padre Dios, que nos juzgará en el último día por la forma en que tratamos a nuestros hermanos.