Algo resulta evidente. La Iglesia muestra la mejor buena voluntad para colaborar con los diversos Estados durante la cuarentena –en sus diversas etapas– a fin de evitar la propagación del coronavirus.
Lo cierto es que también, en medio de la emergencia sanitaria –que, en algunos países, se suma también a otras tantas emergencias en materia económica, financiera, previsional, tarifaria, energética y social, y un largo etcétera– pueden instalarse determinadas ideas que, sin perder de vista las buenas intenciones, son equivocadas.
En este sentido, entonces, conviene recordar, en primer lugar, que la Iglesia goza del libre y pleno ejercicio de su poder espiritual, el libre y público ejercicio de su culto, de la misma manera que de su jurisdicción en el ámbito de su competencia, para la realización de sus fines específicos. Si, luego, la vida de la Iglesia se desenvuelve en un país en el que, efectivamente, se reconocen y garantiza esas libertades y su jurisdicción o, en su defecto, sucede lo contrario, se tratará de una cuestión de hecho, pero la Iglesia no puede renunciar a esas libertades y al ejercicio de su jurisdicción para realizar sus fines específicos –en definitiva, evangelizar– salvo que deje de ser la Iglesia fundada por Jesucristo.
Dicho esto, puede comprenderse mejor que los estados deben reconocer y garantizar el libre y público ejercicio del culto católico. Atención: no solamente en el ámbito privado, sino también en el público. Los estados no otorgan ni quitan los derechos naturales, los reconocen y garantizan su ejercicio, por cierto, sin perder de vista que el fin de la comunidad política es el bien común.
De este modo, ¿resulta razonable que, en la actualidad, al menos en algunos países, las misas se sigan celebrando sin pueblo? Es cierto que la misa es la misa celebrada con o sin pueblo, pero la Iglesia, a su vez, obliga a sus fieles a santificar las fiestas –tercer mandamiento de la Ley de Dios– mediante un precepto. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles “exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor y las fiestas litúrgicas principales en honor de los misterios del Señor, de la Santísima Virgen María y de los santos, en primer lugar participando en la celebración eucarística en la que se congrega la comunidad cristiana y descansando de aquellos trabajos y ocupaciones que puedan impedir esa santificación de esos días (cf CIC can 1246-1248; CCEO can. 881, 1.2.4)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2042).
Los obispos, con celo pastoral y con diversa suerte, y teniendo en cuenta las medidas gubernamentales correspondientes en materia sanitaria según los países, se aplicaron para que los fieles puedan volver a participar de la celebración de la santa misa en los templos.
En realidad, los fieles seguimos pudiendo participar de las ceremonias litúrgicas en los templos. Esto requiere una explicación dado que pareciera que no es así. Antes, durante y después de la cuarentena para evitar la propagación del coronavirus, tenemos el derecho y la obligación de rendir a Dios el debido culto, también en público y no solamente en privado. Una cuestión diferente es que, en atención a los motivos sanitarios conocidos por todos, deba regularse el ejercicio de este derecho prudencialmente. Al Estado no le corresponde, entonces, no permitir que los fieles puedan asistir a las ceremonias litúrgicas. En todo caso le corresponde, sin afectar el libre y pleno ejercicio del poder espiritual de la Iglesia, el libre y público ejercicio de su culto, de la misma manera que de su jurisdicción en el ámbito de su competencia, acordar con la Iglesia las medidas sanitarias correspondientes que deben cumplir los fieles que participan de las ceremonias litúrgicas. El Estado no puede obligar a la Iglesia, sí puede pedir su colaboración.
Dicho sea de paso, o no tanto, la Iglesia está prestando a los diversos estados una colaboración inestimable y desinteresada en tareas vinculadas a la atención social y que no forma parte de sus fines específicos.
Antes de concluir, nos parece ejemplificar con un caso, entre varios que podrían mencionarse, que ofrece algunas propuestas razonables para que, durante la presente cuarentena, se puedan seguir celebrando las misas con pueblo. “No podemos imaginar que la «nueva normalidad» significaría el aislamiento duradero de la mayoría de la sociedad durante años de la posibilidad de participación personal en la Santa Misa y en otros ritos religiosos, cree el arzobispo de Poznań y presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, monseñor Stanisław Gądecki, refiriéndose al pronóstico presentado por el Ministro de Salud de que la epidemia podría durar en Polonia por otros dos años”. “Además de esta reacción, el episcopado polaco anunció a través de su vocero, padre Pawel Rytel-Andrianik, que las parroquias informarán a los creyentes locales la forma en la que pueden asistir a la celebración de la Eucaristía, cumpliendo nuevas normativas que exigen que sólo esté presente una persona por cada 15 metros cuadrados de área en los templos. Cada párroco realizará las mediciones y cálculos para determinar el número máximo de fieles en cada celebración. Aunque sigue vigente la dispensa de la obligación de asistir a la Eucaristía dominical, las nuevas reglas «crean la posibilidad de que en más iglesias se puedan orar, recibir la confesión y la Eucaristía que en las semanas anteriores», informó el Episcopado”.
De esta manera, conviene recordarlo en una época secularista como en la que nos toca vivir, se comprueba que los deberes religiosos no están reñidos con los deberes ciudadanos. Más bien, todo lo contrario.