Qué es el relativismo y hasta dónde nos alcanza? Hoy, este fenómeno parece adueñarse gravemente de nuestra sociedad. Pero, ahora, en España, ya no se limita a extenderse desde determinados grupos e ideologías concretos, más o menos influyentes. El relativismo quiere ya conquistar del todo la esfera del poder y hasta hacerse «oficial», transformarse en la lógica y el discurso, en la filosofía del Estado. Busca, en cierto sentido, convertirse en el lema de acción universal por parte de quienes tienen la responsabilidad de facilitar nuestra convivencia.
Este relativismo oficialista o del poder público se está institucionalizando de modo interesado, pues sirve a quienes aspiran a manipularnos colectivamente. Sólo como sencilla ilustración o ejemplo de su destructiva lógica, hemos elaborado aquí un diálogo en clave de ironía, que esperamos sirva para mostrar algunos de los interrogantes y preocupaciones que este hecho nos plantea.
Una muestra de relativismo en clave de ironía.
- ¿Es la sociedad?
- ¿Qué sociedad?
- La sociedad española.
- Sí. Pero aquí no andamos ya muy seguros… ¿Cuál exactamente?
- ¿Cómo que cuál? La real o la oficial.
- Ah, bueno. La oficial. Ya sabe que aquí la otra no interesa. ¿Con quién hablamos?
- Con un individuo de los suyos.
- Bien, ¿y qué le apetece?
- Que me maten.
- Cómo. ¿Que le «maten» –de «matar»- así, sin más? ¿Lo dice en serio?
- Sí. En serio.
- A ver si le entendemos. ¿Lo que dice es que quiere matarse a sí mismo?
- No, eso ya puedo hacerlo yo solito sin ustedes, sin la sociedad. Lo que quiero es que ustedes o alguien encargado por ustedes me mate.
- Pero por qué.
- Porque siento que no soy feliz.
- Bueno, en estos tiempos, eso resulta muy común. Así que imagínese la que se organizaría si todos los que sienten eso quisieran que los matáramos nosotros. Pero además ¿por qué se siente así?
- Eso ya es cosa mía, de mi intimidad, y ustedes no pueden meterse en ello. Además, como es un sentimiento mío, yo puedo tener el que sea. Limítense a encargar a alguien que me mate.
- Y ¿no hay otro, algún particular, usted mismo, que pueda satisfacer su deseo mejor?
- Es que yo quiero que me maten ustedes. Y, encima, que lo haga un profesional, un médico incluso...
- Eso va contra la lógica. Hasta ahora, los médicos estudiaban para curar y salvar vidas, no para matar.
- Pues que estudien para esto otro también. A mí qué si va contra la lógica. Hay muchas lógicas, y yo tengo la mía. Son ustedes unos fachas en el fondo, unos déspotas. Ya lo sabía.
- Cuidado, individuo, que nosotros somos más.
- Pues yo lo exijo. Es mi derecho.
- Atención: ha pronunciado usted las palabras mágicas. Si lo exige y afirma que es un derecho suyo, es diferente. No se preocupe. Ustedes tienen derecho a exigir. Para eso somos una sociedad democrática. No hay problema. Le diremos a un médico que le mate. Enhorabuena.
- Hay otra cosa. También exijo que lo llamen «tener una muerte digna.
- ¿Qué llamemos tener una muerte digna a qué?
- A que me mate un médico de parte suya.
- Pues vale. Lo llamaremos como usted prefiera. Adiós.
- Espere, no tan deprisa. Y qué pasa con los demás, con los otros.
- ¿Cómo que qué pasa con los otros?
- Pues que no me conformo con que me dejen hacerlo o con que lo hagan por mí. Quiero que lo legislen, que legislen mi caso, que me legislen.
- ¿Que le legislemos?
- Claro. Que aprueben una ley a mi medida con todo esto, y la hagan cumplir severamente. Y, además, exijo que a quienes no les parezca bien esta exigencia mía se les considere unos intolerantes. Más: exijo que a los médicos que no compartan esta ocurrencia también les obliguen a llevar a acabo esto en otros casos. Y exijo que, si alguno se niega, le inhabiliten para que no pueda ejercer su profesión. Lo exijo todo. Es mi derecho.
- De acuerdo. No se preocupe. Se hará lo que usted manda. Somos una sociedad democrática.
- Faltaría más. Panda de retrógrados...
- Bien. Pues todo resuelto. ¿Podemos ayudarle en algo más?
- No, claro. Después de matarme, ya no pueden ayudarme más.
- Perfecto. Encantados de servirle.