Recientemente, el Papa emérito Benedicto XVI publicó una carta impactante en la que abordó diversos temas, y en particular la crisis de los abusos sexuales, que ha afectado a la Iglesia e incluso a la sociedad entera.
En su carta también habló de la Eucaristía. Reconoció, con razón, que nos hemos relajado demasiado en nuestra manera de tratar la Eucaristía. Hay varios motivos para decir esto, incluso casos extremos, cuando se ha dado de comulgar a no católicos en bodas y otros eventos importantes en nombre de la “inclusión”. Sabemos, sin embargo, que tal “inclusividad” es realmente peligrosa porque puede poner un alma en riesgo con la excusa de no querer herir sus sentimientos. Recordemos a San Pablo: “Por eso, el que coma o beba la copa del Señor indignamente tendrán que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 27-29).
Haremos bien entonces en recordar que la Eucaristía no es simplemente un hermoso “signo” o “símbolo” de comunión con Dios, sino que realmente es comunión con Dios. (De hecho, tan lejos está de ser simplemente un símbolo en el sentido moderno de la palabra, que la escritora Flannery O’Connor dijo la famosa frase: “Si solo es un símbolo, entonces ¡al diablo con él!”) Porque la Eucaristía es nada menos que el mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, y es la "fuente y cumbre de toda la vida cristiana (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 11).
La carta del Papa Benedicto nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre cómo respetar mejor el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Hay muchas formas de hacerlo, por supuesto. Se vienen enseguida a la mente, por ejemplo: llegar pronto para preparar la Misa en oración; quedarse después para hacer una Acción de Gracias; vestir apropiadamente en Misa y en la iglesia (¡todavía vale lo de la ropa de domingo!); guardar el ayuno de una hora antes de recibir la Comunión; confesarse regularmente, mensualmente incluso; comulgar con reverencia y no con prisas (Catecismo de la Iglesia Católica, 1385-1389).
Hay, sin embargo, una práctica en especial que quisiera subrayar aquí. Se trata de la opción de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa mirando “hacia el este” (ad orientem) o "hacia Dios" (ad Deum), en vez de "hacia el pueblo" (versus populum).
Monseñor Wall celebrando misa ad orientem o ad Deum.
Déjenme decir, para comenzar, que sé bien que éste puede ser un tema controvertido. Introducir cambios en la forma en la que rezamos puede ser difícil, en particular cuando se trata de la oración litúrgica. Al explicar y promover esto, no pretendo trastocar el modo de rezar de la gente de nuestra diócesis. Más bien pretendo abrir el tesoro del patrimonio de la Iglesia para que juntos podamos experimentar una de las formas más antiguas en las que la Iglesia siempre rezó, empezando por Jesús y alcanzando hasta nuestros días, y así aprender de la sabiduría “siempre antigua, siempre nueva” de la Iglesia.
Teniendo eso presente, empezaré con una nota histórica breve.
Resumiendo, podemos decir que celebrar la Misa ad orientem es una de las prácticas más antiguas y más consistentes en la vida del Iglesia: forma parte de cómo la Iglesia entendió siempre el culto debido a Dios. Uwe Michael Lang publicó un libro sobre esto titulado Volverse hacia el Señor.
Este amplio y completo estudio demuestra que, en palabras del cardenal Ratzinger, "más allá de todas las variaciones, hay algo que siempre estuvo claro en toda la cristiandad hasta bien entrado el segundo milenio: la orientación de la oración hacia el oriente es una tradición que se remonta a los orígenes" (El espíritu de la liturgia, pág. 97). Esto significa que la celebración de la Misa ad orientem no es una forma de arqueologismo [cfr Pío XII, Mediator Dei, 78-83, n.n.], es decir, hacer algo solo porque es antiguo, sino más bien hacer algo que siempre se ha hecho. Esto significa, a su vez, que el culto versus populum es extremadamente nuevo en la vida de la Iglesia y, aunque hoy es una opción litúrgica válida, debe considerarse una novedad en lo que se refiere a la celebración de la Misa.
Permítanme ahora una breve explicación sobre el culto ad orientem o ad Deum. La oración y el culto hacia el este (ad orientem: una oración orientada) es "en principio, sencillamente, la expresión del mirar hacia Cristo en cuanto lugar de encuentro entre Dios y el hombre. Expresa la forma cristológica fundamental de nuestra oración... Orar en dirección al oriente significa salir al encuentro del Cristo que viene. La liturgia dirigida al oriente efectúa, por así decir, la entrada en el curso de la historia que se mueve hacia su futuro, hacia el cielo nuevo y la tierra nueva que en Cristo nos salen al encuentro" (El espíritu de la liturgia, pág. 91). Volviéndonos juntos hacia Cristo en la iglesia vemos cómo "nuestra oración se inserta, de esta forma, en la procesión de los pueblos hacia Dios" (El espíritu de la liturgia, pág. 98).
El culto ad orientem es así una forma muy poderosa de recordarnos para qué estamos en Misa: para encontrar a Cristo, que sale a nuestro encuentro. Hablando en la práctica, esto significa que las cosas aparecerán un poco diferentes, porque en estas Misas el sacerdote, cuando está en el altar, mira en la misma dirección que la asamblea. Más específicamente, cuando habla a Dios -como en las oraciones y en la Plegaria Eucaríastica-, mira en la misma dirección que el pueblo, esto es, hacia Dios (ad Deum). Por usar una expresión muy querida para San Agustín, lo hace literalmente "mirando hacia al Señor" presente en el Santísimo Sacramento. En contraste, cuando habla al pueblo, se vuelve hacia ellos (versus populum).
A algunos de ustedes tal vez esto les resulte familiar, e incluso hayan asistido a misas celebradas de esta manera. La forma más común de referirse a estas Misas suele ser, a modo de objeción, que el sacerdote “da la espalda a la gente”. Técnicamente eso es cierto, pero en gran medida olvida el punto principal, que es el más profundo y más hermoso: el culto ad orientem evidencia literalmente, incluso físicamente a través de sus cuerpos, que el sacerdote y los fieles están unidos como uno solo rindiendo culto a Dios en "el acto común de la adoración trinitaria... Volverse comunitariamente en esa dirección implica, además de la posición cósmica, una manera de entender la Eucaristía desde la perspectiva de la teología de la resurrección, y de la trinidad, así como una interpretación 'parusial', una teología de la esperanza, en la que cada Misa es un caminar hacia la venida de Cristo" (La fiesta de la fe, pág. 187).
Celebrar la Misa ad orientem pretende pues recordarnos de todos estos importantes factores importantes de nuestra fe, y en última instancia, que la Misa no trata ni primera ni principalmente de nosotros, sino de Dios y de Su gloria: de tributarle culto como Él desea y no como nosotros pensemos que es mejor. Después de todo, es obra Suya, no nuestra, y nosotros simplemente nos sumamos a ella por su gracia.
En 2007, el Papa Benedicto habló precisamente de esto en su discurso a los monjes de la abadía de la Santa Cruz [Heiligenkreuz] en Viena: "En toda forma de esmero por la liturgia, el criterio determinante debe ser siempre la mirada puesta en Dios. Estamos en presencia de Dios; él nos habla y nosotros le hablamos a él. Cuando, en las reflexiones sobre la liturgia, nos preguntamos cómo hacerla atrayente, interesante y hermosa, ya vamos por mal camino. O la liturgia es opus Dei, con Dios como sujeto específico, o no lo es. En este contexto os pido: celebrad la sagrada liturgia dirigiendo la mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres".
¡Nótese el énfasis en mirar juntos hacia Dios!
Otra objeción común, o por lo menos un malentendido, es que esta manera particular de celebrar Misa fue prohibida durante o después del Concilio Vaticano II. No es así, pues ningún documento conciliar menciona esto. Es más, una lectura atenta de las rúbricas del Misal Romano muestra que todavía hoy la postura normal en Misa es ad orientem: con frecuencia se describe al sacerdote “volviéndose al pueblo", lo que implica que está mirando al altar antes y después de hacerlo.
Finalmente, déjenme decir unas palabras sobre la cuestión de las preferencias personales. Un antiguo adagio dice que de gustibus non est disputandum: cuando se trata de gustos, no ha lugar la discusión. Hasta un cierto punto, eso es verdad. Uno no puede culpar a otro por que le guste el helado de chocolate más que el de menta, o un Chevrolet más que un Ford. Sin embargo, cuando se trata de la forma con la cual damos culto a Dios, nada es una simple cuestión de gustos. Monseñor Charles Pope lo explicó muy bien en el National Catholic Register: "Las preferencias deben tener su raíz en principios litúrgicos sólidos... Las personas cuentan, y deben ser alimentadas e involucradas inteligentemente en la Sagrada Liturgia, pero no de una forma que olvide que la misión última de la liturgia no es meramente agradarnos o enriquecernos, sino enfocarnos en Dios y adorarle".
Por todos estos motivos he decidido que la misa dominical de las 11.00 horas en la catedral del Sagrado Corazón de Gallup se celebre de ahora en adelante ad orientem.
Esto ofrece a los fieles la oportunidad de asistir a una Misa celebrada de esta manera, que la Iglesia sigue aprobando y permitiendo generosamente. Es también una práctica a la que me gustaría animar en toda la diócesis de Gallup. Yo creo que es pastoral ofrecer Misas tanto ad orientem como versus populum, para que juntos podamos estar abiertos a las variadas riquezas variadas de la Iglesia y de su historia de oración.
Permítanme concluir, como San Agustín, con esta sincera oración [la Conversi ad Dominum (Vueltos hacia el Señor), plegaria la que solía rematar sus sermones, n.n.]: en nuestra adoración, en nuestros corazones y en nuestras vidas, "vueltos hacia el Señor Dios Padre omnipotente, con puro corazón y en la medida de nuestra pequeñez, démosle las más sinceras gracias... Que nos multiplique la fe, gobierne nuestra mente, nos conceda pensamientos espirituales y nos conduzca a su bienaventuranza, por Jesucristo su hijo. Amén" [Sermo 183, 10, 15, PL 38, 994; vid. nota 83, pág. 168 de este enlace, n.n.].
Monseñor James S. Wall, de 54 años, es desde 2009 obispo de Gallup (Nuevo México, Estados Unidos).
Publicado en el portal de la diócesis de Gallup en inglés y en traducción española, que publicamos adaptada.