El pasado 23 de mayo publicó el periódico local La Rioja un reportaje de dos páginas y media sobre el aborto, especialmente sobre el aborto en La Rioja, reportaje en el que, junto a datos interesantes, hay cosas con las que no puedo estar de acuerdo.
Por supuesto es evidente que en nuestro país legalmente el aborto es un derecho, reconocido como tal por la Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo, cuyo artículo 3 apartado 2 dice: “Se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida”. El reportaje dice: “Hubo que esperar a 2010 para que, efectivamente, se regulara como derecho el aborto libre hasta la semana 14 de embarazo”.
Pero es indudable que la gran cuestión en torno al aborto es la siguiente: cuando se destruye un embrión o un feto, ¿lo que se destruye es un ser humano, sí o no? Si lo que se destruye es un ser humano, estamos ante un crimen, aunque la ley civil lo autorice e incluso pueda recomendarlo; si lo que se destruye, aunque sea un ser vivo, no es un ser humano, a eso no le podemos llamar crimen. A mí en Derecho me enseñaron que los derechos de uno terminan cuando chocan con un derecho prevalente de otro. Me gustaría que me explicasen qué derecho es más prevalente que el derecho a la vida de un ser humano, y para colmo, inocente.
El reportaje nos informa que se está preparando en la Comunidad Autónoma de La Rioja el documento Hacia una Ley de Igualdad en La Rioja que marca los ejes sobre los que pivotará la futura norma y, en el área de salud, prevé “garantizar los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres”, para lo que “se impulsarán medidas para evitar embarazos no deseados y se garantizará el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo en la sanidad pública”. Por cierto, con el aborto no se trata de dilucidar si una mujer va a ser madre o no, porque madre ya lo es. El dilema está en ser madre de un hijo vivo o de un hijo muerto.
Otro problema es el de la objeción de conciencia. Como se nos dice en Hechos de los Apóstoles 5,29: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Esto debiera ser así y a lo largo de la Historia mucha gente ha preferido el martirio y la muerte antes que ser infiel a su conciencia. Pero, desgraciadamente, es muy fácil que quien no cree en Dios ni en la Ley Natural, y ni siquiera en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, cuyo artículo 18 defiende la libertad de conciencia, no acepte la objeción de conciencia, porque como defiende Izquierda Unida en ese mismo reportaje: “No se puede plantear la objeción de conciencia como prioritaria frente al derecho del paciente”. Es decir, predomina el presunto (yo a lo que es en realidad un crimen no lo puedo llamar derecho) derecho de la mujer al aborto al derecho del médico a negarse a practicar ese homicidio.
Creo no equivocarme si pienso que la vocación de los médicos y demás personal sanitario es la lucha a favor de la vida, tomándose en serio el juramento hipocrático, que data del siglo V antes de Cristo y en el que se comprometen, entre otras cosas, a lo siguiente: “Tampoco daré un abortivo a ninguna mujer”. Recordemos también que para la Iglesia católica, “tanto el aborto como el infanticidio son crímenes nefandos” (Gaudium et Spes nº 51).
En estos momentos en Estados Unidos hay dos católicos, Biden y la presidente de la Cámara de Representates Nancy Pelosi, decididos abortistas, por lo que muchos se plantean si pueden recibir la Comunión. Pienso que no, ya que Benedicto XVI en su exhortación apostólica Sacramentum Caritatis afirma: “Esto… tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural… Estos valores no son negociables… Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Cor 11,27-29). Los obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores” (nº 83).
En cuanto a Nancy Pelosi, su arzobispo, que es el de San Francisco, monseñor Salvador Cordileone, ha dado una respuesta contundente: “Nuestra tierra está empapada con la sangre de inocentes” y “ningún católico en buena conciencia puede favorecer el aborto”.