A tantos de nosotros nos ha asombrado el relato de su biografía especial que últimamente estamos contando y escuchando por doquier. La puesta en escena son unas cuantas fotografías en las que el chico lleva un chándal y zapatillas deportivas. Es frecuente verlo con sus pelos en rizos al viento, y cargando una mochila como un joven montañero más. Y, sin embargo, en medio de tal atuendo normal y corriente, hay una historia de santidad que se propone ahora a todos como ejemplo de la virtud más eminentemente cristiana que no tiene empacho con una edad tan joven, y con una guisa desenfadada propia de un chaval de nuestros días.

Se trata de Carlo Acutis, un milanés que había nacido en Londres, donde trabajaban sus padres, y que se ha hecho popular también para los jóvenes y adolescentes, por toda una vida asombrosamente de nuestros días. Aficionado al deporte al aire libre, era un estudiante responsable en su aprendizaje bachiller. Sabía programar con la herramienta de la informática algunos subsidios que le ayudaban a tabular y organizar bases de datos para recopilar curiosas estadísticas: santuarios marianos en el mundo y recopilación de las apariciones de la Virgen María, así como lugares en donde se habían dado milagros eucarísticos a través de la historia cristiana. Su corazón grande daba cabida a tantas obras de misericordia para estar cerca de los que sufren.

Puede parecer fácil el trabajo destructor del alma de los jóvenes. Lo hemos visto y comprobado tantas veces cuando a través de la pornografía que te engancha perversamente, las drogas y el alcohol que te anulan y te hacen dependiente, la baja política basada en la revolución que te transforman en agitador del vacío y del nihilismo que destruyen los ideales. Pero frente a estas derivas tan demasiado actuales y tremendamente cotidianas, también emergen otros ejemplos que son justamente lo contrario: mirando algunos rostros, asomándote a determinadas vidas, escuchando palabras verdaderas, te haces más libre, creces en una bondad inusitada, llenas tu corazón de esa belleza que te devuelve la inocencia perdida u olvidada, abres tus brazos para la entrega más sincera con una caridad gratuita y auténticamente solidaria. Y, sobre todo, te reconoces en un camino para el que naciste con la más personal correspondencia entre lo que tu corazón desea y lo que en estos rostros y vidas se te muestra.

Así resulta con Carlo Acutis, cuyas reliquias recibimos en la Catedral la semana pasada. Una leucemia le puso en dirección al cielo con tan sólo quince años. Y con la Eucaristía en su alma, con la devoción tierna y filial hacia la Virgen María en su mirada, nos ha dejado trazado el camino de la revolución más audaz y osada para todos los jóvenes tengan la edad que tengan. La Iglesia nos lo señala como modelo de santidad contemporánea, y será próximamente canonizado tras dos milagros por su medio reconocidos como tales por la Santa Sede en la persona misma del Papa: un niño brasileño aquejado de un páncreas anular que lo estaba destruyendo, y una chica costarricense de 21 años que por un accidente en bicicleta quedó sin esperanza de vida tras la operación intracraneal.

Hay una juventud indómita que no se deja engañar y ama la verdad que nos hace libres, que no renuncia a la belleza y pone freno a cuanto la destruye, que crece en la bondad y no acepta que nadie les malee, que tiene una mirada limpia y un corazón capaz de albergar las preguntas de la vida que sólo en Cristo tienen su respuesta cumplida. Ahí los tenemos en el estudio, en el deporte, en la música y las artes, en la entrega solidaria cuando hay que arremangarse, en la fe vivida con la caridad que nos llena de esperanza. Sí, como Carlo Acutis, la santidad también tiene cauces joviales y tras un chándal y unas zapatillas de deporte, emerge una humanidad sana y creyente que cambiará los imperios del mal que caducan solitariamente.

Publicado en el portal del arzobispado de Oviedo.