Madrid se ha convertido recientemente en la capital mundial del transhumanismo. Durante los primeros días de octubre del 2021 la ciudad ha acogido en el Auditorio del Ilustre Colegio de Médicos la cumbre futurista global Transvision. Todo un hito para los que pretenden un aval científico y un soporte económico y político a sus planteamientos ideológicos sustentados en una nueva antropología posthumana.
Transhumanismo y amortalidad
En efecto, la asociación transhumanista internacional Humanity Plus (H+) ha sido la principal entidad organizadora de este congreso global que ha contado, entre otros, con el patrocinio del Ayuntamiento de Madrid y de The Millennium Project, un think tank que reúne a un grupo de expertos en investigación de futuros formado por académicos, futuristas, planificadores de negocios y formuladores de políticas que trabajan para organizaciones internacionales, gobiernos, corporaciones, ONG y universidades.
Anteriormente, Humanity Plus (H+) era conocida como Asociación Transhumanista Mundial (WTA), una organización sin fines de lucro fundada en el año 2008 por Nick Bostrom y David Pearce, que trabajaba para promover el debate sobre las posibilidades de mejora radical de las capacidades humanas por medio de las tecnologías basadas en la nanotecnología, en la ingeniería genética y en la cibernética.
Según afirman los miembros de WTA, dicha asociación ha dado soporte hasta su cambio de nombre “al desarrollo y acceso a nuevas tecnologías que permitan a todo el mundo gozar de mejores mentes, mejores cuerpos y mejores vidas”. Utilizando sus propias palabras, la asociación WTA ha pretendido durante todos estos años de expansión a nivel global “que la gente sea mejor que bien”.
De este modo, las ponencias centrales de Transvisión 2021 fueron impartidas mayoritariamente por destacados pioneros del movimiento transhumanista. Entre ellos se encontraban Ray Kurzweil, Aubrey de Grey, Max More, Natasha Vita-More, Ben Goertzel, José Luis Cordeiro, Anders Sandberg, David Wood y David Pearce. Dicho grupo de gurús futuristas desarrollaron a lo largo de diversas sesiones del encuentro en la sede colegial de los médicos de Madrid, conceptos tales como la extensión de la vida, la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, los viajes espaciales, la mejora humana, el blockchain y otras tecnologías y tendencias de futuro. Entre todas las cuestiones tratadas, una de ellas me ha llamado poderosamente la atención: la amortalidad del ser humano.
Según algunos profetas del transhumanismo, “para el año 2050 podríamos llegar a una situación en la que nuestra capacidad de revertir el envejecimiento sea más rápida que nuestro envejecimiento natural”.
No obstante, la doctora María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, desde el rigor científico y la seriedad que la caracteriza, ha precisado en múltiples ocasiones que el estudio del envejecimiento, desde las líneas de investigación en las que trabaja junto a su equipo, se lleva a cabo “no para vivir más tiempo, sino para ser capaces de tener tratamientos que funcionen contra enfermedades que, hoy por hoy, son incurables y que están asociadas al envejecimiento”.
Los tratamientos para conseguir un aumento en la longevidad de las personas son una línea de investigación muy interesante que avanza a pasos agigantados. El objetivo no es solo lograr una mayor longevidad, sino básicamente mejorar la existencia. Como señalan los investigadores que trabajan con rigor en esta dirección, ello no implica necesariamente intentar vivir hasta los mil años como augura el gerontólogo Aubrey de Grey desde una visión transhumanista.
Vivir eternamente sin razón para vivir
A menudo, la literatura y el cine de ciencia ficción nos han presentado un futuro cercano donde el desarrollo de la genética propiciará una nueva clase de humanos -los amortales- que podrán vivir mucho más y aparentar muchos menos años, manteniéndose siempre jóvenes y sanos.
En nuestras sociedades occidentales secularizadas y postcristianas, muchas personas que entran en la “madurescencia” van a ser tentadas por la doctrina de la amortalidad y seguirán un patrón de conducta que consistirá en vivir al margen de la edad. Y es que el amortal desprecia el envejecimiento ineluctable y aspira a llegar a la tumba en plena forma.
No obstante, esta doctrina emergente, afín a las corrientes transhumanistas cada vez más en boga, seguramente no tiene resuelto todavía el problema de vivir mucho cuando la persona piensa que no vale la pena vivir. Para ese grupo de seguidores de la superlongevidad, la muerte no determina su existencia, prefieren obviarla y seguir su tren de vida hasta que el cuerpo aguante. Carpe diem!
Según el psiquiatra Robert Butler, “la longevidad es sólo la suma de días, meses y años, el mantenerse joven es un estado mental”. De este modo, haciendo suya esa premisa, el sistema económico global amplía los comportamientos consumistas para mantenernos eternamente jóvenes y sanos. Los nuevos consumidores de “juventud” se apuntan a tener un espíritu amortal, ya que la publicidad nos asegura que dicho espíritu ayuda a nuestro estado de bienestar y nos proporciona la máxima felicidad.
Y es que el poder vivir más allá de los 120 años y prolongar nuestra existencia de forma saludable y con calidad de vida modificará los pilares más esenciales del ser humano como la familia, el amor, las relaciones sociales, el trabajo, la educación, la cultura y la espiritualidad, haciendo que nada vuelva a ser ya lo mismo que en la era previa a la augurada amortalidad.
Tal vez la inmortalidad tecno-cibernética derivada de la mutación del transhumano a la posthumanidad, que de forma tan optimista y con autentico entusiasmo juvenil postulan los impulsores del proyecto Avatar 2045 y los promotores del Singularity Group, de momento sea un objetivo inalcanzable que roza la ciencia ficción. Seguramente, por ese motivo, en el evento Transvisión 2021 se ha utilizado más el concepto de amortalidad, es decir, la capacidad de estar vivo de manera indefinida, que el de inmortalidad que se ha utilizado con profusión en otros eventos y publicaciones transhumanistas. Recordemos aquella frase de “la muerte de la muerte” relacionada con la posibilidad científica de la inmortalidad física y su defensa moral que hizo famosa uno de los máximos promotores de la revolución transhumanista en nuestro país.
En la película Transcendence, el actor Johnny Depp interpreta a un científico que “sube” su mente a una supercomputadora y continúa viviendo en ella después de su muerte. En la vida real, el empresario Elon Musk y los científicos de Neuralink -que pretenden conectar el cerebro a un computador- y BraiNet -la primera red social telepática- están trabajando duro para hacer esto posible. No obstante, es de esperar que los resultados no se parezcan a los escenarios distópicos que suelen presentarnos diversas películas de ciencia ficción, que muchas veces son auténticos oráculos de lo que la humanidad persigue y de lo que puede llegar a encontrar cuando juega a ser como Dios sin medir las consecuencias, tanto en la dimensión física-material como en la dimensión espiritual.
Llegados a este punto, muchas personas se preguntarán: ¿para qué queremos vivir eternamente en un mundo sin razón para vivir? ¿No será la amortalidad una pesadilla en lugar de un sueño para la humanidad?
Ante la perspectiva de una longevidad prolongada, si los hombres y mujeres contemporáneos o del futuro no encuentran el propósito ni el sentido a sus vidas, ¿cuál será el destino de tanta gente que se sentirán humanos obsoletos y descartados? Recordemos que la ideología del transhumanismo, a media que vaya implementándose, únicamente valorará a las personas que apuesten por extender sus capacidades y aumentar su condición humana hacia la condición posthumana a través de las biotecnologías exponenciales. Esta situación creará una mayor desigualdad y fragmentación en la humanidad.
Y es que el Nuevo Orden Mundial que se está configurando a escala global, va construyéndose ignorando por completo a nuestro Creador. En esta nueva “transvisión” del ser humano, el transhumanismo nos ofrece como alternativa a la inmortalidad del alma unida a nuestro cuerpo resucitado, una amortalidad genética y una inmortalidad cibernética que no colma plenamente la esencia humana. Frente a esa propuesta materialista, el cristianismo ofrece a todas las personas un propósito de vida, un sentido trascendente de la existencia humana y una esperanza de futuro en la vida eterna.