¿Está la Iglesia tanto como en ruinas? No cabe ninguna duda de que hubo, hay y habrá pecadores dentro de la Iglesia, entre los fieles laicos y entre los miles de obispos de todo el mundo, así como entre los miembros del colegio cardenalicio. Pero ese pecado no justifica el plan de guerra puesto en marcha y que tiene por objetivo la destrucción de la Iglesia católica. Colocarla sobre el banquillo de los acusados frente a un tribunal popular, documentar sus actuaciones traidoras a los intereses de la Humanidad para después proclamar una sentencia y ejecutar el castigo.
 
En todas las grandes crisis de nuestra historia, hemos tenido que soportar el pecado y la perversión de aquellos que, precisamente, tenían que cuidar del rebaño. Nuestros pastores con su naturaleza humana débil y caída. Pero también es cierto que a la Iglesia se le imputan, amplificándolas, las culpas de algunos miembros degenerados. Y la misma Iglesia es la primera en deplorarlas, corregirlas y castigarlas severamente.
 
La Santa Iglesia católica romana sabe de siglos y nos da todos los días la lección de su prudencia exquisita. Es depositaria de un tesoro en el cual de siglo en siglo el creyente encuentra valores antiguos y nuevos, tesoro vivo que de siglo en siglo crece y fructifica. La Iglesia no teme ni ha temido nunca a la verdad. Es una comunidad fundamentada en la verdad. Esa es la razón por la que siempre será fuerte, en un sentido en que jamás podrán serlo los reinos terrenales. Todo esfuerzo del hombre por reemplazar la ciudad de Dios está condenado al fracaso. La verdad nos hace libres y la clemencia nos salva. Como ha dicho el Santo Padre, amemos al pecador, condenemos al pecado.