Mi respeto por los vegetarianos es extraordinario. Por tres razones de peso. Una, anarquistoide. Jamás me meto en lo que cada cual decida hacer con su vida o dietas, porque exijo que hagan lo mismo con los demás y conmigo. Otra razón es más compleja, lógica, casi teológica. Entiendo que quien reniega de todo tipo de sacrificio no alcance a comprender la metafísica del chuletón. Sin bendecir la mesa, alguien bien coherente está abocado al veganismo. Más sencilla, la tercera razón: el juego de la oferta y la demanda. No tengo ningún inconveniente en que bajen los precios del jamón ibérico ni del bifé argentino.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, crecen alarmantemente las proyecciones políticas y la presión mediática que nos instan a dejar de comer carne. ¡A nosotros! Van en serio y ya no hace gracia.
Resulta tenebroso es ver cómo se alargan las sombras del nihilismo postmoderno. El primer vegetarianismo era sentimental. Lo de los "pobres animalitos" era una emoción positiva. Éste, no. De hecho, nos proponen que comamos grillos y gusanos, que también son criaturitas de Dios. Importan menos los bambis que amargarnos la existencia.
Porque como no se le escapa a nadie, si lograsen prohibirnos comer carne, acabarían con las majestuosas dehesas y la ganadería trashumante y las humildes cabras entre los riscos, limpiando el monte y previniendo incendios. Como acabarían con las ganaderías bravas, si prohibiesen los toros. Como arrasarían con los conservados cotos, si prohibiesen la caza. La garantía del cuidado ganadero y la exquisita selección de especies depende del aprovechamiento de la carne. Como la sostenibilidad económica de nuestros pueblos.
Hace mucho que el ecologismo dejó de ser el intenso amor de nosotros, los conservacionistas, por nuestro entorno, su paisaje y sus tradiciones; y fue cayendo en un extraño odio a la vida humana, a la que ha llegado a considerar un cáncer para la Tierra. Ahora da un paso más. Les molestan también las vacas y los cochinos, que no han hecho mal a nadie, sino todo lo contrario. Y si nos gustasen los grillos, querrían acabar con los grillos. Hay algo mefistofélico en esta carrera febril hacia el agujero negro. Así que, por el bien de los niños, de las vacas, de las cabras, de los pollos y hasta de los grillos, pongamos pie en pared. O, mejor aún, pongamos toda la carne en el asador. Hay que luchar contra el nihilismo integral.
Publicado en Diario de Cádiz.