Participé en un coloquio con Ignasi Grau, experto internacional en libertad de educación. Fue apasionante, porque, como es obvio, no hay ni un solo tema en que nos juguemos más futuro. En consecuencia, las amenazas a la libertad de educación son múltiples.
Múltiples, pero coherentes. En las preguntas, expuse una perplejidad. ¿Por qué tanta persecución a la educación diferenciada? Es estrictamente voluntaria, viene avalada por múltiples estudios pedagógicos, está normalizada en todo el mundo, especialmente en la prestigiosa área anglosajona, y nadie que opta por la diferenciada quiere suprimir la educación mixta, que merece todo el respeto y a la que se reconocen, a su vez, sus ventajas y su tradición.
La respuesta explicó eso y mucho más. Es un problema de imposición del… liberalismo. Como la izquierda ha hecho suyos estos postulados, nos confundimos, pero es que también en esto los planteamientos izquierdistas son marionetas de un capitalismo ideologizado que ha permeado hasta las corrientes aparente y retóricamente más opuestas.
Éstas entienden que tanto la educación diferenciada como la religiosa imponen a los alumnos una visión del mundo en vez de dejarles en blanco para que libremente se autodeterminen cuando lleguen a una edad suficiente. Eso explica ese odio cerril a la diferenciada, a la que se aprieta con leyes y se ahoga sin financiación o conciertos.
Pero también explica la profunda crisis global de la enseñanza. Si no queremos que se transmita a los alumnos ninguna cosmovisión concreta, terminamos en contra de cualquier enseñanza sólida, porque enseñar es transmitir –en los principios, en los hábitos y en los conocimientos– una visión del mundo. Por un erróneo concepto antropológico de la libertad, se quiere hacer de los alumnos tablas rasas, libros en blanco.
No entendía este empecinamiento contra una opción libre de los padres, pero ahora sé que no es contra esa opción. El debate no está en las ventajas o no de la diferenciada, sino en ir vaciando de contenidos fuertes (o sea, de convencimientos) todo el proceso educativo. Para que ninguna filosofía ni las familias ni las comunidades se interpongan en la utopía de una sociedad de consumistas libérrimos, aislados, moldeables y acríticos. Pero eso ya es una ideología: el liberalismo filosófico extremo. Se les quiere forzar a ser libres, y en esa paradoja se ve lo violento del propósito y su imposibilidad.
Publicado en Diario de Cádiz.