Ayer recibí un wasap de una íntima amiga que me decía: “Chus, mi padre está mal, porfa reza por él… tiene fiebre, un grandísimo dolor de cabeza y ha perdido totalmente las fuerzas. Tengo miedo, Chus”. Me impresionó porque hasta ahora es lo más cercano que he tenido. Al ver las lágrimas de mi amiga, la pandemia se me pasó al corazón. La he visto real, a la puerta de casa.
La mujer que nos hace la comida vino a trabajar la mañana de este lunes pasado, día 16. Hizo la comida, lavó la ropa y no paró un segundo, pero estaba y no estaba. La llamó su hijo con problemas gástricos y, al final, nos dijo,estallando, que no podía volver a trabajar. Los nietos, todos muy pequeños, encerrados en casa, se subían por las paredes. El alma de la mujer se le escapaba del cuerpo.
En la misma mañana me llama un sacerdote para preguntarme algo. En su pueblo hay un centro muy grande para enfermos con muchos ancianos. Ya llegó el coronavirus. El capellán ya lo cogió y le han tenido que sacar de allí. ¿Qué hago?, me decía. ¿Me ofrezco voluntario para sustituirle? Me siento impulsado pero no quiero obrar desde mis impulsos. Él es el párroco y el pueblo es muy grande. Me decía: no puedo abandonar a los sanitarios que están dando el callo ni a tanta gente como hay allí muerta de miedo.
En la misma mañana me llega otra noticia también en intimidad. Impresionante noticia. En una casa vive un sacerdote con su madre ya anciana y con alzheimer. Los dos están infectados por el coronavirus. Los separan sin contemplaciones por orden médica. En ese momento la mujer recobra todas sus facultades y gritando desgarrada se despide de su hijo: “Hijo mío, ya no nos volveremos a ver más en esta tierra. Adiós, hijo, hasta el cielo”.
Rezo con todo mi cariño y comprensión por todas estas personas. Confieso, sin embargo, que cuando veo las continuas invitaciones por wasap o por mail a que rece, a que me una a mil cruzadas de oración, de novenas, procesiones, ritos de toda clase, me siento mal. A veces me pregunto al ver el traqueteo oracional de la gente sencilla. ¿Será que yo soy duro de corazón y me falta la sencillez de los pequeños? Yo sé que si me centro en mí pierdo la perspectiva, si me preocupo de mis cosas de manera obsesiva pierdo a los demás en sus angustias y problemas.
Los primeros días, cuando veía el afán proselitista de la gente que quería acabar con todo a base de fe milagrera decía para mis adentros: vamos a pensar un poco, vamos a profundizar, esto es un signo, una palabra que nos viene de arriba. Jesús nos dijo que ni un solo cabello de nuestra cabeza se caerá sin que nuestro Padre del cielo lo sepa, cuanto más una peste como esta que hace sufrir tanto. Sentía que había que dejar que nos doliera un poco la historia, que nos doliera un poco este nuevo hecho porque venimos de una superficialidad tremenda. ¿No nos estará pidiendo algo el Señor? En nuestro afán de evitar la cruz frivolizamos la realidad hasta robarle su contenido más íntimo, que es la presencia de Dios en ella.
Hay algo que llaman gracia barata y una mentalidad, muy extendida ahora, con el nombre de Nueva Era que coinciden en una cosa: en una espiritualidad sin cruz. Como Dios es bueno y nos va a salvar a todos, pues comamos y bebamos sin preocuparnos ni ponernos trascendentes. Esta postura es la perversión de la gratuidad según la cual somos salvados gratuitamente desde una cruz ensangrentada. Sí, estamos salvados gratuitamente, pero para que esa salvación se realice hay que acogerla en una vida humana a veces llena de cruces, de pecado y de coronavirus.
Todos estamos deseando que pase esta peste. Para algunos será una bendición interior; otros, los de la gracia barata, desean que pase para volver a lo mismo y con la misma frivolidad de antes. Deseo, con toda mi alma, que todos los que rezan para que pase esta epidemia no lo hagan sin haber pensado antes que tal vez el Señor nos esté diciendo algo con esta humillación vírica. Esta cuaresma es muy especial: si la moralizamos con la hipocresía de siempre nos resultará inútil, en cambio si escuchamos el paso de Dios en este coronavirus nos habrá servido mucho.
Publicado en Maranatha.