Fue una gran filósofa inglesa, Philippa Foot, quien planteó en 1967 el famoso dilema del tranvía: "Un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará al tranvía por una vía diferente. Mas, por desgracia, hay otra persona atada a ésta. ¿Debería pulsarse el botón?".
La cuestión, de índole académica, nos sirve a los profesores de ética para explicar a los alumnos más jóvenes el sentido de las "éticas consecuencialistas", en especial la de Bentham. Personalmente, yo uso una variante: el dilema de la patera, lo llamo. Subo a todos los alumnos en una barca (hecha con los pupitres), les asigno un papel a cada uno y deben decidir cómo y a quién tirar al mar. Si no se arroja alguien, todos se ahogarán.
Pero no han hecho falta "artificios" didácticos durante los días del Covid. Nuestra "balsa de La Medusa" ha sido el planeta entero. Nuestro tranvía, el mundo.
La ética consecuencialista que gobierna nuestra época fue aplicada, sin piedad: los ancianos debían ser sacrificados, en primer lugar. No me extrañó un planteamiento así. Durante años, al plantear el mismo caso en mis clases, los primeros que van a parar al mar son los más viejos y enfermos. Los incapacitados, van detrás. Y hasta las embarazadas, aunque parezca sorprendente.
Os hablo de chicos de quince años. Y además, se muestran absolutamente convencidos de que hacen bien.
Cada vez me extraña menos esta manera de actuar: los chicos, simplemente, calculan. Razonan así: "Salvemos a la gente en función de nuestro interés". El sistema sanitario se guió por el número. El sistema político, por el voto.
Es posible que tú mismo, lector, te hayas respondido al dilema de Foot de este modo: "Mejor que muera uno a que mueran cinco". Quizás esa ha sido tu respuesta primera. Sin embargo, ¿no os suena muy parecida a la frase "conviene que muera un hombre a que perezca todo el pueblo", que pronunció Caifás? ¿No choca frontalmente con la parábola del pastor que busca a una oveja y deja a las otras noventa y nueve?
No resulta fácil decir esto: la estamos cagando. La estamos cagando, pero bien.
A mis alumnos, allá subidos en sus mesas, observando desde su patera falsa cómo han desechado a quienes les estorbaban, les digo solo esto: "¿No sois capaces de dar la vida?" Ellos se quedan estupefactos: "¿Pero de qué nos hablas? ¿Acaso la ley que nos habéis enseñado en estos quince años de escuela no ha sido el "sálvese quien pueda"? ¿A santo de qué 'las mujeres y los niños primero'?"
Y después les hago otra preguntita: "¿Vais a ser capaces de miraros a la cara?"
Mirarse a la cara, sí. Porque el drama del consecuencialismo llega al hacer recuento. Cuando vemos que a la orilla llegan los que fueron más listos, más competitivos, más evolucionados. Cuando pasamos lista de los fallecidos y advertimos que hay muchas plazas libres en residencias. Cuando nuestros hijos echan de menos a sus abuelos. Cuando estas navidades próximas haya sillas vacías en las cenas familiares.
No sólo sabemos que llegará el día en que nosotros seamos los sacrificados en el triaje de la moral. Es peor aún: ¿con qué argumentos, a nuestros jóvenes ahora, les advertiremos para que no salgan de fiesta, y que no se diviertan sin mascarillas? ¿Qué les diremos? ¿Que lo hagan en beneficio de quién? ¿No les hemos priorizado a ellos? Una sociedad que no duda en eliminar al más débil ¿qué autoridad tiene ahora para exigir cuidado?
El que apretó aquel botón del tranvía se ha convertido en asesino. Menos mal que estos dilemas no suceden nunca, ¿verdad? Solo son entretenimientos de profesores de ética.
Ignacio Monar García es profesor de instituto de Filosofía, laico agustino en la Fraternidad del Monasterio de la Conversión y miembro de escritores.red.