Siempre me había llamado muchísimo la atención que, en un país donde nadie se pone de acuerdo en nada, el movimiento ochenteno de la ‘movida’ concitase las loas unánimes de izquierdas y derechas. Diríase que la movida se hubiese convertido en una suerte de mito fundacional sistémico, al estilo de la Transición o la Unión Europea. En alguna ocasión había podido leer alguna diatriba contra la movida; pero eran siempre diatribas a la vez epidérmicas y viscerales que no lograban penetrar en el meollo de malignidad que este movimiento cultural aparentemente transgresor esconde. Pero acabo de leer un libro que por fin me ha permitido adentrarme en ese meollo. Se titula Espectros de la movida (Ediciones Akal); y su autor, Víctor Lenore, es un avezado periodista especializado en música. Sin embargo, su ensayo no se fundamenta en sus gustos o preferencias musicales, sino que logra trascenderlos, para hacer una demoledora lectura política de los desmanes y tropelías que se urdieron, tras la cortina de humo de la movida. El ensayo de Lenore resulta, además, doblemente vitriólico, porque apoya en gran medida sus argumentos en declaraciones de los propios gerifaltes de la movida.
En contra de lo que habitualmente se suele afirmar, Lenore considera que los artistas e intelectuales de la movida no estuvieron descomprometidos ideológicamente; sino que, por el contrario, considera que fueron muy militantes y combativos… a favor del neoliberalismo más desatado. Y, en efecto, no debemos olvidar, mientras la movida se convertía en la banda sonora de una época, en España ocurrían hechos como el ingreso en la Unión Europea, la reconversión industrial, la aceptación de un sistema de ‘cuotas’ que aniquiló el sector agropecuario, el desmantelamiento de las garantías laborales… A juicio de Lenore, los gobiernos socialistas presididos por Felipe González utilizaron la movida para combatir el malestar que su sometimiento a las consignas plutocráticas estaba provocando. Para ello, fomentaron «una celebración hedonista que ocupase el espacio público sin articular ninguna demanda política a la clase dominante; una especie de participación balsámica, sin consecuencias sustanciales, más allá de la relajación, divertimento y catarsis popular». Así, los socialistas pudieron cumplir a rajatabla con la hoja de ruta que les dictaban desde Bruselas o Washington; así, lograron diseñar unos planes educativos que convertían a las generaciones jóvenes en –citamos la implacable expresión de Lenore– «cuadros del sistema; algunos, incluso eufóricos».
Los años ochenta fueron, a juicio del autor del libro, una máquina de fabricar juventud conformista a la que lograron convencer de que bastaba con salir de juerga o ‘colocarse’ (como pedía aquel alcalde famoso a quien Alfonso Guerra llamó «víbora con cataratas») para ser contestatario. Y de que ese sacrosanto ‘derecho a la diversión’ era la mayor y más subversiva reivindicación política que podía esgrimirse. Así se creó una ‘contracultura’ inofensiva, fundada en el bombardeo audiovisual, las alegrías de bragueta y la blandulería amnésica ante los abusos del poder. Lenore presenta la movida como una sumisión generalizada de los círculos intelectuales y artísticos a la lógica del mercado, como una feroz competición entre creadores para satisfacer los intereses de las élites, proporcionándoles los imaginarios que necesitan para sus fines políticos. Algunas de las anécdotas que el autor nos relata muestran los contornos pavorosos de la charca de corrupción moral y material en la que chapoteaban artistas hoy encumbrados, incluso presentados como modelos de dignidad moral, que en realidad no son otra cosa sino chupópteros y lacayuelos sistémicos capaces de cualquier claudicación con tal de llenarse los bolsillos.
Pero, envolviendo sus miserias con una pose de cinismo, han logrado embaucar a varias generaciones. El humor corrosivo de Víctor Lenore hace de Espectros de la movida una lectura regocijante, a la vez que revulsiva; y logra desenmascarar a quienes, con sus músicas y películas inocuas –pero no hay nada más inicuo que la inocuidad–, apacentaron a varias generaciones, llevándolas hacia el redil que interesaba a los mayorales del rebaño, allá donde se utilizaban «un puñado de nuevas libertades –políticamente inofensivas—para tapar otras que entonces empezaban a negarse». A Lenore sólo le falta añadir que esas libertades políticamente inofensivas fueron todas de naturaleza sexual. Así la movida sirvió a los tiranos para hacer realidad, una vez más, la infalible sentencia de Aldous Huxley: «En la medida en que la libertad política y económica disminuyen, la libertad sexual tiende a aumentar».
Publicado en XL Semanal.