Recientemente tuve ocasión de visitar una de las grandes obras arquitectónicas del siglo XX. Es cierto que todavía no está terminada, pero refleja la grandeza de su autor, arquitecto, escultor y humanista cristiano. Se trata de la Sagrada Familia, templo expiatorio que cada vez se aproxima más a la maravilla diseñada por su autor, Antonio Gaudí. Este arquitecto, tan de nuestro tiempo, ya previó que la belleza religiosa es para todo hombre, tanto para los que entran en las iglesias como para los que se quedan fuera mirando. Y por eso su belleza está casi más por fuera que por dentro.
Sus pórticos expresan una síntesis catequética de la vida cristiana: el nacimiento de Cristo, plenitud de la historia de la salvación; la pasión de Cristo, plenitud de la acción salvadora de Cristo; y la resurrección, plenitud de la vida de Cristo. Solo podemos contemplar los dos primeros, pero llegará el tercero, igual que han ido llegando, en las últimas tres décadas, las imponentes torres de su construcción. Pero su belleza también está dentro, en ese bosque de árboles-columnas con el que te encuentras nada más entrar. Un bosque que nos lleva a Dios, nos eleva a su sublime Belleza. Es la hermosura de la naturaleza que nos impulsa a contemplar la belleza del Creador.
Una parte esencial de todo árbol, para bien o para mal, es su raíz. Y los conocedores de la naturaleza saben que, cuando un bosque tiene problemas, no sólo hay que analizar los troncos, sino sobre todo las raíces. La raíz de la Iglesia, al menos temporalmente y en cada uno de nosotros, está en el bautismo. Muchos no recordamos ese momento, aunque cada vez hay más bautizados de joven, o de adulto. Tampoco vemos la raíz de los árboles que nos rodean, ni los cimientos de nuestra casa, pero ahí están, haciendo posible nuestra vida actual. Hubo personas que plantaron esa semilla y la hicieron crecer, poquito a poco. Pero el árbol fue creciendo.
Sigue habiendo muchos bautismos de niños, tal vez menos de los que nos gustaría. Pero hay un dato que me ha sorprendido, al menos de la situación en Madrid, que es la que conozco más directamente. E intuyo que es un dato extrapolable a buena parte de España, y quizá también a otros lugares de Europa y América. Más de una tercera parte de estos recién bautizados procede de matrimonios, “parejas” que no creen en el matrimonio católico, que no están casados por la Iglesia. Confieso que el dato me llamó la atención, y me hizo pensar.
¿Esa semilla del bautismo recibirá el cuidado para echar raíz, arraigarse, y empezar a crecer? Dios cuidará de ella, pero ordinariamente se sirve de los cuidados humanos para infundirle su fuerza vital, su gracia. Junto a esa primera pregunta, también me llama la atención que incluso estas parejas vean algo especial en el matrimonio. Puede influir el tema cultural o familiar, la tradición de bautizar al niño. Pero ¿por qué? Si hay tan poca fe en el matrimonio católico, como parece deducirse de algunos datos, ¿por qué no pasan directamente a la fiesta civil? Creo que, incluso en la aparente superficialidad, sigue latiendo la inquietud de la trascendencia, de ese algo que da la Iglesia, y del que no se quiere prescindir totalmente. El fuego no está tan apagado, y puede reavivarse, crecer, incluso en la aparente saturación de ideales de nuestra sociedad.
José Luis Martín Descalzo, gran sacerdote y periodista, recordaba siempre que “la hierba crece de noche”. No la vemos crecer, pero poco a poco da su fruto. Y creo que también estos bautizos dan su fruto, en quien los recibe y en sus padres y conocidos.
Hace pocas semanas tuvo lugar, un año más, la entrega de los Premios Religión en Libertad. Diez árboles que empezaron como una semilla insignificante y ya están llevando muchas almas a Dios. Y lo mismo puede decirse de los recientes premios concedidos por la revista Misión, y de tantos otros reconocimientos de portales, fundaciones y asociaciones, que nos recuerdan que la hierba sigue creciendo, aunque no veamos cómo crece. La semilla se va fortaleciendo, va formando esos árboles que nos elevan a Dios, como esas columnas de la Sagrada Familia.
Hay mucha gente buena, muchas personas que hacen obras buenas, que difunden el bien, nos hacen más humanos y más cercanos a Dios. Siempre nos rodearán los tiempos difíciles, pero siempre vencerá el bien. Es una de las constantes de nuestra historia, que ya vivía con dramatismo Juan, el autor del Apocalipsis. Tiempos difíciles, persecución, pero la semilla sigue creciendo, porque cuenta con la savia de Aquel de quien procede el amor verdadero.