Los abusos sexuales en la Iglesia Católica son una aberración tal que el mismo Benedicto XVI ha lamentado públicamente. A ningún católico, a ningún hombre de bien, simplemente a ninguna persona honesta le puede parecer aceptable semejante bajeza. Es más, los ejecutores de las mismas – creo yo que personas enfermas - deben cargar con ásperos y corrosivos remordimientos. No hay ninguna institución más interesada en resolver estos casos que la misma Iglesia.
 
Sin embargo, una vez más tengo la sensación de que la inquisición mediática lanza una nueva redada. Nuestra sociedad moderna, tan agnóstica, tan religiosamente aséptica, necesita una vez más de la persecución eclesial para dar sentido a la modernidad, a esa new age que hace tantos años nos están promoviendo como el futuro, mientras el suicidio se convierte en la primera causa de muerte no natural en Europa. Incluido nuestro país.
 
¿Por qué cuando informan sobre esta lacra para la Iglesia no mencionan el porcentaje de casos dentro de la Iglesia? ¿Quizás por ser ínfimo? Me pregunto por qué no mencionan los linchamientos que se producen a este respecto, es decir, todas aquellas acusaciones infundadas y malintencionadas que muchas veces intentan sumarse al río revuelto y a la confusión mediática. Porque de esto hay mucho, aunque se calle. Aún más sorprendente me parece los sospechosos silencios en torno a la realidad de que, en más de un 90% de los sucesos, los abusos se realizan a menores varones. Este parece un claro ejemplo de lo que mediáticamente interesa como conveniente o inconveniente. ¿Por qué ocultar que la homosexualidad está detrás de la mayoría de estos abusos? Quiero decir, si interesan tanto los excesos dentro de la institución eclesiástica y no la mayoría que se producen habitualmente fuera de la Iglesia – no porque los consideren positivos, evidentemente, sino porque no son tan rentables informativamente hablando -, si interesan tanto estos estigmas que avergüenzan a toda la Iglesia, ¿por qué no informar sobre todo?
 
Por supuesto, no quiero ni me interesa entrar en el debate si la homosexualidad es aceptable o no en nuestra sociedad. Personalmente, nada tengo en contra de los hombres y mujeres que viven su vida lo mejor que pueden, sean de la condición social, política, religiosa o sexual que sean. Lo más importante del ser humano es su vocación al bien común y su capacidad de amar. No su sexualidad. No creo que Dios vaya a juzgarnos por otra cosa que no sea el amor. Sin embargo, dicho esto, me sorprenden las lapidaciones sumarias contra la Iglesia y las omisiones tendenciosas.
 
Este último domingo de Cuaresma el Evangelio de Juan apuntaba a la hipocresía moral que muchas veces se instala en el hombre, en los grupos, en la sociedad, en las instituciones: «El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra». Si hacemos una mirada introspectiva a nuestra vida, ¿cuántas piedras dejaríamos caer al suelo antes de lanzarlas contra nadie? Sin embargo, ¿somos realmente solo eso? ¿Acaso nuestra carta de presentación pueden ser nuestras míseras bajezas? ¿Los cristianos somos eso? Más bien creo que no. Aspiramos a la perfección, pero no lo somos. ¡Pero esto no quiere decir que seamos indeseables!
 
Pues con la Iglesia sucede lo mismo. Estos casos de pederastia son fruto de la humanidad de la Iglesia. Los inquisidores podrán seguir hallando estas miserias siempre. Las ha habido desde Abraham hasta nuestros días, y las seguirá habiendo. ¡Y la Iglesia como comunidad humana no puede evitar estas cosas! Solo condenarlas, como lo ha hecho.
 
Siempre habrán voces que lapiden, que arrojen esos deberían haberlo hecho antes, deberían no haberlo ocultado, deberían arrodillarse y llevar un San Benito de por vida, deberían flagelarse, deberían, deberían… Pero yo os digo: el que esté libre de culpa que lance la primera piedra.
 
Me pregunto por qué los medios de comunicación no son tan incisivos y decididos con las persecuciones que sufre la Iglesia en el mundo. Me pregunto por qué no señalan con la misma contundencia los abusos a los mínimos derechos religiosos que se producen en el mundo. Me pregunto cómo no se levanta un clamor contra aquellos obispos encarcelados en la pujante y maravillosa China por negarse a renegar de su fe.
 
Creo que esta también es la Iglesia y esta realidad es muy poco mentada por aquellos que siempre van iluminado toda nuestras bajezas.
 
Pero este tema me gustaría postergarlo para mi siguiente artículo.