“Hombres que empiezan a combatir a la Iglesia por amor a la libertad y a la humanidad, acaban por combatir también la libertad y la humanidad con tal de combatir a la Iglesia”. Esta frase de Chesterton tiene plena actualidad, aunque el genial pensador y polemista británico la expresara hace casi un siglo. Hoy, desde muchas instituciones, desde las leyes, se pretende hostigar a la Iglesia, y siempre van dando nuevos pasos en la línea de quitar la libertad.
Son muchas las experiencias de cómo se intenta coartar la libertad de expresión de los cristianos y de otros que no se doblegan a las imposiciones de ideología de género, de la promoción del aborto y de la eutanasia, o que se niegan a que sus hijos sean adoctrinados por determinadas ideologías. En lugar de aceptar, como mínimo, que sus opciones son legítimas, se les acusa de imponer sus criterios, cuando son las víctimas de tanta presión.
Lo que no pasa de ser una anécdota ocurrida estos días en una población pequeña es una muestra más de ello. Ha sucedido en Tortosa, una ciudad de 35.000 habitantes. En la zona, las comarcas catalanas del Ebro de las que aquella es capital, no se practicaban abortos. Ningún médico de los hospitales aceptaba hacerlos. La presión de los abortistas ha forzado a que la Generalitat de Cataluña garantice que en el principal de los hospitales se practicarán abortos. Por supuesto, no faltaron ataques contra la Iglesia.
Ya conseguido que se pueda abortar allí, las abortistas del territorio han querido manifestarse, pero, además, hacerlo en la nueva plaza elevada que se ha abierto frente a la fachada de la catedral y junto al palacio episcopal, en claro intento de provocación, hasta el punto de que el ayuntamiento ha denegado dar autorización. Más hostilidad y presión para acallar a todo aquel que disienta de sus imposiciones, para que no se les ocurra mantener tal posición o expresarla en otros campos.
Es un detalle más de cómo actúan, que se ve en tantos ámbitos mucho más amplios. Lo tenemos en la comisión parlamentaria que había de tratar de los abusos sexuales por parte de miembros de la Iglesia y en el encargo al Defensor del Pueblo para que los investigue. Nacieron viciados no solo por un evidente anticlericalismo, sino llenas de hostilidad a la Iglesia, sabiendo muy bien que los abusos se producen dentro y fuera de aquella y que sin duda hay que investigar y castigar a los responsables del clero que sean culpables, pero reconociendo también que no son más que una mínima parte de los abusos que se producen en el conjunto de la sociedad y que se debe actuar por igual con todos.
Lo mismo puede decirse de la acción dirigida a disminuir el peso de las instituciones de la Iglesia en la educación. En algunas zonas de España han forzado la práctica desaparición de la educación diferenciada en base a quitar los conciertos escolares, y, por tanto, provocar unos costes inasumibles para la mayoría de las familias. No se hace por motivos pedagógicos ni les es posible alegar que las mujeres reciban una educación de nivel inferior a la de los varones, porque saben que no es así. Todo por pura ideología. El subterfugio alegado es “segregación” o “discriminación” por sexos. Es decir, jugar con palabras de connotación negativa, aunque en este caso sea falsa su aplicación. Una clara manipulación. Los centros afectados que han pasado a mixtos, y los que siguen con educación diferenciada, eran o son casi todos de inspiración católica.
Ahora van poco a poco a por los demás centros concertados. En la ciudad de Barcelona se publicita ampliamente y se celebra como un salto notable cada vez que alguna escuela religiosa pasa a ser pública. El rumbo trazado es diáfano.