Es a Federico Engels al que cabe del dudoso honor en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de haber iniciado la transformación de la lucha de clases en lucha de sexos. Efectivamente, escribe: “El primer antagonismo de la lucha de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por la otra es la del sexo femenino bajo el masculino... El hombre es en la familia el burgués, la mujer representa en ella el proletariado”.
Desgraciadamente, esta concepción de Engels ha abonado la ideología de género. El feminismo radical odia al hombre, y el varón aparece como enemigo, aun sin culpa personal, sólo por el hecho de ser varón, lo que no le impide desear para ella, como modelo de realización, el rol social masculino, pero con la agravante de tratar de imponerlo a las demás mujeres, porque como dijo Simone de Beauvoir en una entrevista: “No se debería permitir a ninguna mujer quedarse en casa para criar a sus hijos… Las mujeres no deberían tener esa opción, precisamente porque si existe tal opción, demasiadas mujeres la van a tomar”. Esto sí que, añado irónicamente, es ser tolerante y demócrata.
Los varones, como colectividad, se ven responsabilizados de todas las culpas de ellos contra las mujeres, culpabilizando a todos de los crímenes de una ínfima minoría, por lo que merecen el odio como causantes de todos los males. El hombre es culpable por el mero hecho de ser varón. Para esta concepción radical hay que tratar de evitar las relaciones sexuales opresivas y desiguales, es decir, las heterosexuales, que no son sino un constructo social que nos imponen ya al nacer. Pero la verdad es que se puede renunciar a los roles sociales de base biológica, pero no a la propia biología.
Estamos ante una concepción totalitaria, en la que el varón, especialmente el varón heterosexual, es el enemigo a combatir. Pero lo asombroso es que esta concepción totalitaria cuente con el apoyo de muchas leyes y gobiernos que se titulan democráticos y que les apoyan con ingentes cantidades de dinero.
Pienso, y no creo que me equivoque mucho, que la ideología de género es una ideología tan disparatada y tan contra el sentido común que no puede triunfar. Carece totalmente de base científica, es una amenaza muy seria para el deporte femenino y por mucho que se empeñen en repartir master universitarios, se opone a la institución natural más fuerte y persistente, la familia, y que además es la que mejor resuelve los grandes problemas humanos de la necesidad de afecto y de comida.
Por supuesto la familia no es una sociedad de clases enemigas sin intereses comunes y que se odian. Normalmente en la familia, entre la presunta oprimida y el opresor, hay amor y un proyecto común de incalculable valor para ambos: los hijos. Sexualidad y amor deben ir unidos. La familia es un lugar donde los hijos nacen, crecen, se forman, y sus miembros se quieren simplemente porque son miembros de la misma familia.
El matrimonio y la familia son ciertamente el fundamento básico de la sociedad, su célula primordial, el núcleo fundamental de la convivencia humana, el lugar privilegiado de aprendizaje de los valores morales, espirituales y religiosos, lo que permite crear el espacio adecuado donde el amor, la educación y el desarrollo integral de la persona pueden realizarse de la mejor manera posible. La familia se basa en la unión conyugal y en el amor procreador y estable del matrimonio, ya que constituye la mejor estructura de acogida para los niños, pues tiene una vocación de permanencia que es la que da a los hijos esa convivencia duradera que necesitan, siendo esto lo que le confiere dimensión social y, por tanto, institucional y jurídica en la sociedad.
La inmensa mayoría de las personas buscan su realización personal en la familia, que para los cristianos es, además, el lugar de transmisión de la fe y donde realizar su santificación y encuentro personal con Cristo.
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