Majestades:

Espero que esta carta abierta no sólo no les parezca mal, sino que sea tan de su agrado que la guarden en sus regios archivos para regalársela, cada año, cuando yo falte, a mis nietos Chico y Mario. Todavía son muy pequeñitos, no pueden entenderla aún, y, desde luego, están frescos si alguien piensa que lo que dice esta carta lo van a aprender en los “coles” de esta España desnortada, triste e incapaz de reaccionar, que les ha tocado padecer, o en los medios de desinformación, manipulación e intoxicación que mayoritariamente pululan “en nuestro entorno” -¿no se dice así ahora?- o en las llamadas “redes”, nunca mejor dicho, ya que, en general y con las excepciones de rigor que confirman la regla, no están a otra cosa que a ver lo que pueden pescar… Y luego hablan de virus y pandemias… Mucho algoritmo, mucho “input”, mucho “bit” y mucho “giga”, y mucha palabreja -en inglés, claro -, pero claridad, ninguna.

En esta especie de “decálogo del abuelo”, que quiere ser esta carta, y que es una cosa como de andar por casa, porque Decálogo de verdad no hay otro más que el de la Ley de Dios con sus diez mandamientos, intento recordar, sin más, diez cosas básicas, fundamentales, irrenunciables y, por tanto, innegociables. A saber:

1) Lo más importante de la vida es la Verdad; mucho más que la libertad, ya que la verdad hace a los seres humanos libres, pero la libertad no los hace verdaderos. Y, por supuesto, la Verdad está en el fondo de un pozo sin fondo, y tiene sus derechos desde que Dios hecho hombre dijo “Yo soy la Verdad”; lo digo, más que nada, para los que filosofan que la verdad sólo es de las personas… Él lo es.

2) La Verdad no es cuestión de mayorías y minorías, ni de consensos. Eso lo es la democracia, que es una forma de gobierno, seguramente la menos imperfecta, pero nada más. Una cosa es la Verdad y otra la democracia, basta con mirar a nuestro alrededor para comprobarlo, dicho sea sin el menor ánimo de molestar a nadie, ya que toda persona es respetable, aunque no lo sean sus ideas y acciones.

3) La ley natural, grabada por Dios en la conciencia y en el alma humana, es superior a todas las leyes de este mundo habidas y por haber; no es de derechas ni de izquierdas, ni siquiera de centro, sino de por arriba y de por dentro, y por mucho que se pretenda conculcarla, no se puede; aunque muchas veces pueda parecer que sí, vuelve siempre a la conciencia y no deja dormir.

Por cierto, una preguntita de nada, Majestades: ahora que casi todos llaman al cielo “allí donde estés”: ¿se puede saber por qué en las plantas hospitalarias de enfermos terminales hay tan pocas dudas morales y hasta los que dicen no creer rezan y piden oraciones, por si acaso? Por cierto, tengo la impresión de que a nuestro Dios le encanta hacerse el dormido, como en la barca del lago de Genesaret, pero sé que siempre, siempre está a nuestro lado, “hasta el fin de los tiempos”. No lo olvidéis. Yo, sobre todo últimamente, Le digo muy a menudo: “Cuanto más Te quiero, menos Te entiendo”. 

4) Se pongan como se pongan los que no saben hacer otra cosa que ponerse, una cosa es sexo y otra género; con ideología, o sin ella, con mociones de censura, o sin ellas; con trapicheos, parches y rebajas, o sin ellos, con leyes y caretas, o sin ellas; y tratar de confundir identificando sexo y género es antinatural.

5) La vida de todo ser humano es sagrada, y por tanto intocable, desde que nace hasta que muere. Siempre. Toda. Sin excepción alguna, y ningún poder de este mundo es quién para legislar contra la vida: de modo que todo aborto provocado es un crimen abominable, y nunca es, ni podrá ser, un derecho. Jamás un asesinato podrá ser un derecho de nadie.

6) Ahora que los hijos tanto parecen molestar en Occidente, conviene recordar que sin niños, no hay vida, ni Reyes, ni estrella de Belén, ni nada. No le den más vueltas al asunto. Las coyundas entre dos hombres, o entre dos mujeres, no traen niños al mundo y, sin niños, el mundo se acaba; así que el único matrimonio posible es y tiene que ser entre un hombre y una mujer abiertos a la vida. Todo lo demás será regulable, normatizable, legislable, lo que quieran, pero no es matrimonio, sino otras cosas.

7) Los hijos son de los padres, que les han dado la vida; no son del Estado, ni de ninguna Iglesia, ni de ningún Gobierno, ong, asociación, club, multinacional climática, verde, o arco iris…; por consiguiente, los padres -y nadie más- tienen el derecho a educar a sus hijos de acuerdo con las propias convicciones y principios morales.

8) Todo ser humano ha sido creado por Dios, y ninguna instancia de este mundo tiene autoridad para privarle de su esencial relación con su Creador; la libertad religiosa es, pues, consustancial al ser humano. Es un derecho universal e inalienable, aunque estemos todos tan cansados que no tenemos ni tiempo para ponernos de rodillas ante el Sagrario.

9) Obviamente, uno no es ni podrá ser nunca lo mismo que diecisiete, por mucho que se empeñen los más diversos mindundis, mandamases y caciques; y “ministro” significa servidor, nunca amo, especialmente si el servidor vive a costa del servido.

10) No se pueden tener derechos sin obligaciones, sin deberes. No se puede tener verdadera libertad sin responsabilidad, ni responsabilidad sin sentido común, igual que no se puede tener presente ni futuro sin pasado, ahora que, inexplicablemente, el pasado parece molestarle tanto a tanta gente a la que no debería molestarle.

Postdata:

Si Vuestras Majestades consideran oportuno que esta carta para mis nietos Chico y Mario sea universalmente abierta, yo por mí,... agradecido de veras y encantado.