Si es niña tiene menos probabilidad de nacer. Al menos estadísticamente. «Aborto para las mujeres, vida para los hombres», ésta es la esencia de un publicado el pasado 4 de marzo de 2010 por el semanario The Economist. El famoso rotativo puso el dedo en la llaga: el aborto se está convirtiendo en una práctica selectiva en el que las niñas llevan las de perder.
 
En 1990 el economista de origen indio Amartya Sen calculó en más de 100 millones el número de niñas exterminadas en el vientre materno por el hecho de ser mujeres. 20 años después la cifra es muy superior y habría que aumentar más de un centenar de causales más hasta llevar a lo estratosférico el número de abortos.
 
Ciertamente no se trata de igualar el exterminio femenino con un aumento de abortos masculinos en pro de la igualdad; más bien habría que considerar esta discriminación desde la perspectiva del derecho a la vida de todo ser humano. En este contexto, la discriminación que veta la vida humana tendría, además, el agravante por el que porcentualmente las niñas serían las más afectadas.
 
El uso de tecnologías que posibilitan identificar el sexo de los niños y hacer diagnósticos prenatales se está convirtiendo en una oportunidad abierta para la supresión de vidas bajo cualquier pretexto. El del sexo es uno más, quizá de los más tristes, pero no es el único. Bastaría recordar que los niños con síndrome de Down son seres humanos en peligro de extinción por el solo hecho de padecer esa enfermedad. Motivo que se toma de pretexto para negarles el derecho a la vida.
 
Llama la atención que los grupos «feministas» que reivindican el supuesto «derecho» de la mujer para abortar, olviden a los millones de mujeres a las que se les está negando el derecho a vivir. Pareciera que, parafraseando a George Orwell, «todas las mujeres son iguales, pero unas son más iguales que otras».