Tal vez uno de los aspectos que más se están pidiendo en la sociedad, en la cultura y en la Iglesia sea la toma de conciencia sobre la unidad, que no es sólo una actitud de respeto hacia el otro, ni es sólo por el hecho de estar juntos, ni es una posición aparente que me exige lo políticamente correcto. Es algo más sutil pero que exige una educación especial en lo humano y en lo espiritual. Hablar de unidad en sentido amplio nos lleva a considerar aquello que hace referencia a la cooperación, a la participación y al trabajo en equipo sin resquebrajar y sin alterar la meta de la organización. Esto es trabajar en cadena. Lo exige el trabajo en sí y es necesario para que sea fructífero. Pero hay una corriente humana y espiritual que da vida. La unidad sienta sus raíces en lo más íntimo de la naturaleza, que habla por sí misma.
Todo tiene sentido desde la unidad, que es distinto a uniformidad. Puede existir pluralidad, pero hay un punto que nos une a todos. Por eso el Papa San Juan XXIII decía: “Busquemos lo que nos une y no lo que nos divide”. Y nadie mejor que Jesucristo puede realizar este deseo que existe en todo ser humano, puesto que Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cfr Jn 14, 6). “Si buscas, pues, por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque Él es el Camino (…). Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera del camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término” (Santo Tomás de Aquino, Super Evangelium Ioannis, ad loc.). Es muy difícil realizar la unidad si no hay una cercanía con Jesucristo, porque sólo quien ha vivido la unidad pura con el Padre nos puede ayudar para realizar al menos un itinerario, con sus logros y fracasos, en el recorrido de nuestra vida.
Hay un itinerario seguro para vivir la unidad. Decía el Papa Benedicto XVI que, utilizando el símil de un árbol, se pueden resumir cuatro elementos que deben guiar la unidad de los que quieren vivir unidos e Cristo.”Estos cuatro elementos siguen siendo hoy los pilares de la vida de toda comunidad cristiana y constituyen también el único fundamento sólido sobre el cual progresar en la búsqueda de la unidad visible de la Iglesia” (Audiencia General del 19 de enero 2010).
1. La primera característica es estar unidos y firmes en la escucha de las enseñanzas de los apóstoles. Es la raíz del árbol de la unidad. Todo esfuerzo para la construcción de la unidad pasa por la profundización de la fidelidad al depósito de la fe que nos transmitieron los Apóstoles. La firmeza en la fe es el fundamento de nuestra comunión, es el fundamento de la unidad cristiana. Sin raíces poco aporta el árbol, si está seco no produce frutos y para lo único que sirve es para leña. Está muerto.
2. Siguiendo con el pensamiento del Papa Benedicto XVI, el segundo elemento es la comunión fraterna. Es la comunión con Dios que crea la comunión entre hermanos y se manifiesta de modo especial en el compartir los testimonios como bienes espirituales y los dones materiales que se convierte en comunión de bienes, en compromiso social, en la caridad cristiana, en la justicia (cfr Act 2, 44-45).
3. Y aún más se ahonda, puesto que el tercer elemento en la vida de la comunidad de Jerusalén era esencial en el momento de la fracción del pan, de la Eucaristía, que es el núcleo del misterio de la Iglesia. Esta es la fuente de donde mana y corre la unidad. Sin la Eucaristía el mundo se entristece. Con el centro se alarga y los círculos concéntricos se expanden. Este es el gran secreto de la unidad: si parte de Jesucristo, se difunde por doquier.
4. Por último, la cuarta característica es la oración. “Estad siempre alegres, sed constantes en orar, dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros” (1 Tes 5, 16). Ponerse en actitud de oración no sólo nos abre el corazón a Dios sino también a la hermandad. En definitiva, la oración nos conduce a descubrir.
Publicado en Iglesia Navarra.