Cuando Dios repartió la tierra entre los pueblos del mundo, los georgianos llegaron tarde por entretenerse en uno de sus ya célebres banquetes. Para excusarse, dijeron que habían estado brindando a su salud y lo invitaron a sumarse. Dios se divirtió tanto que decidió regalarles la última porción que quedaba por conceder, la que se había reservado para Él.

Aeropuerto de la vieja Tiflis, hoy, para muchos, la moderna Tbilisi. Capital de un país que el mundo llama Georgia –por San Jorge, su patrón–, pero que, en realidad, constitucionalmente y para los locales, se llama Sakartvelo, ah y su idioma es el kartuli. Hoy, el día luce espléndido, quizá, hasta hace un poco de calor. La marshrutka que nos lleva con dirección al centro de la ciudad discurre por la calle George W. Bush. El que fuera amigo yankee del presidente Saakashvili –que está encarcelado- durante la invasión rusa de 2008, que tan mal recuerdo trae, todavía, a los georgianos. Apenas llevo unas horas en el Reino de Iberia –como se conocía en época de griegos y romanos, y, por cierto, vecino de Siberia–, cuando compruebo, por mí mismo, la religiosidad que rezuma toda esta tierra.

Calles de Tiflis, Georgia (foto: JCadarso).

Estamos en el Cáucaso Sur, en Transcaucasia, en la mítica Cólquida -donde fue a parar el Vellocino de Oro-, en la que es, sin duda, la última frontera de la cristiandad. Más allá del imaginario muro del Mar Caspio, la 'barbarie' de toda una retahíla de pueblos paganos. Algo que, por cierto, bien saben los habitantes de la zona. Y, es que, antes, Armenia y, después, Georgia, fueron los primeros lugares donde el cristianismo logró convertirse en religión oficial. Y, Gregorio I "el iluminador" y Santa Ninó tuvieron mucho que ver en todo ello. 

En una cuesta que hay sobre la margen izquierda del rio Kurá, la vía fluvial que disecciona en dos la capital, jóvenes y mayores se detienen cada poco haciendo cola. Miran al horizonte, inclinan sus cabezas y hacen tres señales de la cruz consecutivas, con tres dedos de la mano unidos, como bien exige la ortodoxia, la religión inmensamente mayoritaria de toda Georgia. Al fondo, muy al fondo, la majestuosa Sameba, la catedral terminada en 2004, ante cuya figura se abajan, cada día, millones de devotos. 

Si hay algo cotidiano para los georgianos es, precisamente, esa presencia divina, que se sienta en sus mesas a comer, les acompaña para ir a trabajar y es la indiscutible líder de la nación, incluida para la muy corrupta clase política. En la iglesia de Kashveti, en la céntrica calle Rustaveli, todo esto se observa bien. Dependientas de ropa de moda, hombres de negocios, ancianos que hablan ruso… entran y salen del templo en pleno horario laboral. Rezan, colocan unas velas, tocan con devoción los iconos y regresan a trabajar. Como si Dios, en lugar de grandes formalidades, reclamara para sí, más bien, absoluta familiaridad. 

Transporte público de Tiflis, Georgia (foto:JCadarso).

Muy cerca de allí, detrás de un puestecillo de churchkhelas –una especie de salchicha dulce hecha a base de vino y frutos secos–, una gran mole blanca, en un deplorable estado de conservación, acoge el seminario donde estudió Iósif Vissariónovich Dzhugashvili. Lamentablemente –con permiso de Topuria- el georgiano más conocido de la historia y uno de los hombres más sanguinarios de todos los tiempos. Otro de ellos fue Beria, el de los gulags, así que tú me dirás. Resulta interesante descubrir cómo Stalin desquició muchos elementos de la religión, aprendidos en aquel mismo lugar, para lo que luego sería el engranaje ideológico de la siniestra locura soviética.

Unos pasos más allá, el símbolo católico más importante de todo el país: la Catedral de la Asunción de la Virgen. Es cierto, los católicos son, tan solo, cerca del 2% de la población, unos 100.000, y como demostró la visita de Francisco en 2016 (puedes ver aquí el impresionante Padrenuestro en arameo con el Papa), Georgia no es un lugar especialmente amigo para los fieles de rito latino. Cualquier muestra pública de su fe se considera proselitismo, por lo que tienen poco margen de maniobra. Junto al templo, en una calle estrecha, la sencilla residencia del obispo titular de Georgia, Armenia y Azerbaiyán.

Es domingo y la misa presidida por el nuncio está a punto de terminar. Entre los fieles hay monjas de la Madre Teresa, personal diplomático de países "católicos", estudiantes nigerianos que llegan para estudiar medicina, padres camilianos, hermanas salesianas, algún misionero polaco y otros tantos de origen bielorruso. Se podría decir que la práctica totalidad de los católicos de Tiflis es de origen extranjero. Los católicos son como una pequeña familia. Y, la catedral y la Iglesia de San Pedro y San Pablo –donde el Camino Neocatecumenal tiene comunidades, más alejada del centro y vecina de la coqueta calle Marjanishvili, con una gran variedad de restaurantes musulmanes– son los dos pilares católicos de la ciudad. 

Catedral ortodoxa de Tiflis, Georgia (foto: JCadarso).

Antiguo parlamento de Georgia (foto: JCadarso).

La estancia en la capital va llegando a su fin y toca ir en busca de ese cristianismo más primitivo. La primera parada no puede ser otra que el centro espiritual de la Iglesia Ortodoxa Georgiana: la Catedral de Svetitsjoveli. A media hora de Tiflis, en la confluencia de los ríos Kurá y Aragvi, se erige la legendaria ciudad de Miskheta (que se traduce, ni más ni menos, como 'Jerusalén'). Recorrer los 25 kilómetros que la separan de la principal urbe del país es un viaje a tiempos en los que el cristianismo apenas se había extendido por Europa.  

Fue, precisamente, sobre el año 300 después de Cristo, con el Imperio Romano todavía en pie, cuando una joven cristiana de Capadocia (en la actual Turquía) llegó al reino pagano de Iberia para predicar el Evangelio. Santa Ninó (280-338), sobrina de San Jorge, llegó descalza y con una cruz hecha con dos sarmientos unidos que le había entregado la mismísima  Virgen María. Ella sería la encargada de convertir al rey Mirban, y a todo el país, a la novedosa y revolucionaria fe cristiana.

A su llegada, Santa Ninó clavó su cruz en la cima de una montaña que se eleva sobre Miskheta, la capital del antiguo reino que se extendía desde hacía un milenio sobre la parte oriental de la actual Georgia. Sobre ese lugar, desde el que se abre una bella vista de la catedral de Svetisjoveli, se levanta hoy el Monasterio de la Cruz, de apariencia prácticamente invariable desde su fundación en el siglo VI. 

Abajo, al otro lado del cruce entre los ríos, el monasterio de Svetisjoveli, donde, según la tradición oriental, fue enterrada la túnica de Cristo. Cuando los romanos echaron a suertes la ropa, un súbdito del reino de Iberia, llamado Elioz, se encontraba en Jerusalén y consiguió hacerse con ella y la llevó a su país, en el Cáucaso. Al llegar a su casa, su hermana, Sidonia, la cogió en sus manos y, abrumada por la emoción, murió en el acto. Los esfuerzos por arrancarle de las manos la sagrada reliquia fueron tan inútiles que tuvieron que enterrarlas juntas... y sobre cuya tumba creció un cedro del Líbano.  

Monasterio de la Cruz, Georgia (foto: JCadarso).

Calles de Tiflis (foto: JCadarso).

Cuando Santa Ninó tuvo conocimiento de que la túnica había ido a parar a Miskheta, capital del país que había al final del mundo conocido, decidió ir a Iberia para, ya de paso, convertir a su pueblo. Durante siglos, la túnica atrajo no sólo a creyentes, sino a todo tipo de conquistadores, pero Miskheta, parada obligada en la ruta de la seda y hogar del katholikós –patriarca de Georgia– tuvo suerte, porque romanos y persas nunca la destruyeron. En el siglo XI se levantó una hermosa catedral amurallada que aún hoy es uno de los lugares de culto más importantes de todo el país.

Nada más entrar en la catedral, una boda nos da la bienvenida. Pareciera que se casaran dos importantes príncipes, pero, en realidad, es gente mucho más sencilla. La tradición dice que en las bodas georgianas se coloquen unas coronas sobre las cabezas de los contrayentes como símbolo del triunfo sobre las bajas pasiones. Además, los novios caminan en círculo por la iglesia, evocando así los años de vida que quedarán juntos por recorrer. Svetisjoveli, realmente, impresiona por dentro. Tumbas que florecen del suelo, iconos llenos de velas tintineantes y monjes barbudos que caminan, de ala a ala, como si no hubiera mañana. Por un momento, nos da la sensación de haber estado viajando siglos en el tiempo.

Catedral de Svetisjoveli, Georgia (foto: JCadarso).

De Miskheta nos marchamos al norte, al impresionante monasterio de Gelati, junto a la ciudad de Kutaisi, sede actual del parlamento georgiano. Tras una breve pausa para comer un artesanal khachapuri –especie de pizza con forma de ojo, coronada con un huevo, queso y un trozo de mantequilla– llegamos al monasterio de la Virgen. Que, fundado en 1106, forma parte, desde 1994, de la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad. Es más, durante mucho tiempo fue uno de los principales centros intelectuales y culturales de toda Georgia. Tenía una academia que empleaba a algunos de los más célebres científicos, teólogos y filósofos. Allí está enterrado su fundador, David "el constructor", uno de los más grandes reyes georgianos, promotor del cristianismo y canonizado por la Iglesia ortodoxa.

Cerca de la ciudad de Kutaisi visitamos el pilar de Katskhi –"pilar de la vida"–, probablemente la iglesia más aislada del mundo. Situado en lo alto de un monolito de piedra caliza de 40 metros de altura, en la remota región de Imereti, el templo, al que solo tienen permitido el acceso los monjes –por una escalerita de metal atornillada a la roca–, recuerda a la griega Meteora, aunque, en este caso, no tiene a otros compañeros monasterios suspendidos en lo alto de las montañas. En la base, a donde solo tenemos acceso los seglares, unas sencillas edificaciones sirven de habitaciones para los religiosos, y de pequeña tienda de iconos. Sin acceso a los circuitos turísticos internacionales, sin duda, un lugar ideal para la oración.

La aldea de Usghuli se encuentra a dos mil metros sobre el nivel del mar, justo en la frontera norte con Rusia, frente al monte Elbrus (5642 metros) –la cima de Europa–, en la región encajonada entre las independentistas Abjasia y Osetia del Norte. Desde el pueblo de Mestia, centro de operaciones de las rutas de alta montaña de esta parte del Cáucaso, cogemos una camioneta Delica, con unos buenos amortiguadores, que nos llevará, durante horas, atravesando carreteras de infarto, interrumpidas por corriente de agua que caen a plomo sobre los fondos de la garganta, a este bellísimo pueblo georgiano considerado el asentamiento humano más alto de toda Europa.

Praderas verdes, ni un solo árbol... al fondo, el impresionante glaciar... un río con mucha fuerza, casas de piedra, caballos salvajes, y las tradicionales torres de protección que se reparten por la zona de Svanetia. Un Chicago medieval en plena cordillera del Cáucaso. En lo más alto del pueblo, frente al circo del glaciar, la iglesia de la Madre de Dios de Ushguli. Sin duda, un lugar único en un escenario único. A través de un patio amurallado presidido por una campana accedemos al templo. En su interior, las paredes negras del humo de las velas acogen iconos pintados hace varios siglos. Aunque es pequeña, tiene hasta un iconostasio –zona privada para los sacerdotes ortodoxos desde donde celebran la liturgia–. Si cierras los ojos, y los vuelves a abrir, podrías llegar a pensar que todo ha sido un sueño.

La aldea de Usghuli, Georgia (foto: JCadarso).

Monasterio de Gelati, Georgia (foto: JCadarso).

Hacia el noroeste del país, camino de Rusia, merece mucho la pena visitar la icónica iglesia 'suspendida en el cielo' de la Trinidad de Gergeti, en Kazbegi. También, en ese mismo lado de Georgia, pero, más al sur, la milenaria región vinícola de Kakheti acoge el monasterio de Santa Ninó en Bodbe. Construido en el siglo IX, y remodelado en el XVII, funciona como convento y es uno de los principales lugares de peregrinación de Georgia. En él se encuentran las reliquias de Santa Ninó. No lejos de allí, sobre la frontera misma con Azerbaiyán, se levanta el impresionante monasterio de David Gareja. 

Al oeste de la capital, Vardzia, apodada 'la Capadocia de Georgia'. Uno de esos lugares obligados que ver por su inmensidad y su conexión con la vida de fe. La ciudad-monasterio excavada en la roca representa el esplendor de la reina Tamar, la primera mujer que gobernó esta tierra en el siglo XII. Un total de 6.000 estancias se distribuyen en 6 niveles con túneles, galerías, escaleras, pasadizos… incluyendo una impresionante iglesia con frescos medievales. Y, por último, a una hora de allí, no podía faltar Ajaltsije, "el centro del catolicismo georgiano". Con su pintoresco castillo de Rabati, y la presencia de frailes capuchinos, padres camilianos… y hasta un convento de monjas benedictinas. 

Poblado de Uplistsike, Georgia (foto: JCadarso).

Armenia, la cuna de una civilización 

Un vehículo compartido con turistas rusos, que desayunan vodka con pan lavash, nos lleva hasta la frontera sur de Georgia, a tierras de la vecina Armenia. Esta sí, la primera nación cristiana de la historia, donde se encuentra, además, la que podría ser considerada la primera catedral cristiana del mundo. De Armenia, en cambio, y más viniendo desde Georgia, llama la atención que la fe está un poco más apartada de la vida cotidiana. Las décadas de férreo ateísmo marxista puede que hayan hecho su efecto, apenas se siente por las calles un excesivo fervor religioso. Tras visitar el Matenadarán, el sancta sanctorum de los manuscritos antiguos, nos damos cuenta de que, así como hay naciones que se enorgullecen de sus grandes gestas militares, Armenia debe su fama a su alfabeto. Creado en el año 405 por el santo Mesrob Mashtots, precisamente, para poder traducir la Biblia.

'La cascada', Ereván, Armenia (foto: JCadarso).

Ereván luce rojiza, bella, majestuosa, llena de edificios altos y calles en forma de cuadrícula, si me apuras, un poco Nueva York. Junto al famoso mercado para turistas, donde sobreabundan las frutas secas, se levanta la imponente catedral de San Gregorio "el iluminador", sede de la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia nacional más antigua del mundo. Autocéfala, en origen monofisita –que niega la doble naturaleza de Cristo–, se separó antes del Concilio de Calcedonia, allá por el siglo V. Por el número de banderas vaticanas, y recuerdos de las visitas de los papas que hay por las calles, sin duda, se trata de una Iglesia más cercana a Roma de lo que pueden llegar a ser el resto de iglesias ortodoxas.

Lo primero que llama la atención, tras subir la interminable pendiente que hay hasta la fachada principal, es que, en su interior, hay bancos para sentarse, ah y que, en las paredes, no hay colgados iconos bizantinos. De hecho, de primeras, podría asemejar a una iglesia católica convencional. A la entrada, en el lado izquierdo del atrio, una extensa familia, muy bien vestida, hace tiempo para bautizar a su hijo, nieto y sobrino. Al otro lado de un mostrador, una mujer devota vende artículos religiosos. Y, aprovecho, entonces, para comprar una Biblia con caracteres armenios que llevarme de recuerdo.

Es el momento de marchar de la capital para ir en busca de la primera catedral de la cristiandad. A 20 kilómetros de Ereván se encuentra Echmiadzin, sede del katholikós, centro de la Iglesia Apostólica Armenia y considerada capital espiritual del país. Una "miniciudad" fortificada nos da la bienvenida. Los edificios religiosos se suceden unos a otros, mientras, grupos de seminaristas salen de clase sonrientes y cargados de apuntes. En el centro del recinto, del año 303 y reconstruida en el 484, la catedral de Echmiadzin. Y, en frente, en el museo, la famosa Lanza de Longinos, con la que el centurión atravesó el costado de Cristo. 

A poco más de treinta kilómetros al este de Ereván se encuentra el monasterio de Geghard. Excavado en la montaña y rodeado por imponentes acantilados, fue incluido por la Unesco en la lista del Patrimonio de la Humanidad. El complejo, y la capilla principal, construida en el 1215, fue fundado en el siglo IV por Gregorio "el iluminador", sobre un manantial sagrado que hay en el interior de una cueva. Atravesamos recovecos, mientras los claroscuros de las capillas nos dan la sensación de estar en plena Edad Media. Sin duda, para mí, uno de los lugares más evocadores de cuantos tiene Armenia. 

Monasterio de Noravank, Armenia (foto: JCadarso).

Al sur de la capital, a unos cuarenta kilómetros, en la frontera con Turquía, frente al mítico y gran símbolo de los armenios, el monte Ararat –en territorio turco–, en cuya cumbre descansó el Arca de Noé durante el diluvio universal, se encuentra otro tesoro de la arquitectura religiosa local. El monasterio de Khor Virap, que se traduce como "la mazmorra profunda". Sitio de peregrinación obligado, ya que fue allí donde Gregorio "el iluminador" (257-330) fue encarcelado 14 años por el rey Tiridates III. Eso sí, hasta que el santo se convirtió en su mentor, y ambos dirigieron la conversión al cristianismo de todo el país.

La llegada a Khor Virap es al amanecer, por lo que las vistas se vuelven realmente sobrecogedoras. Mientras los pájaros juguetean entre la niebla que oculta al monte Ararat, aprovechamos para entrar a la iglesia del monasterio. En la nave central, un angosto agujero se abre en el suelo. Decididos, emprendemos el descenso, sin saber muy bien con qué nos vamos a encontrar. Una vez iniciada la marcha, no hay vuelta atrás, y, mientras nos descolgamos por una escalera pegada a la pared, el vértigo se hace notar. Bajamos empinados escalones y llegamos al suelo de lo que fue la mazmorra de Gregorio "el iluminador". Miramos para arriba y observamos el pequeño agujero por el que hemos llegado. La sensación, de lo mal que lo tuvo que pasar aquel santo, es bastante angustiosa. 

Monte Ararat, desde Armenia (foto: JCadarso).

Monasterio de Khor Virap, Armenia (foto: JCadarso).

Más al sur todavía, el monasterio de Noravank, construido en el siglo XIII al pie de la amplia y serpenteante garganta del Río Amaghu. Las sobrias líneas del monasterio contrastan maravillosamente con las afiladas rocas de los acantilados. El clack de los disparos de mi cámara de fotos profanan uno de esos momentos que pocas veces se suelen dar. Una mujer velada, solitaria, sentada sobre sus rodillas, entre haces de luz que se cuelan por diminutas ventanas, inicia un canto que retumba entre los gruesos muros del monasterio. Fuera, los turistas suben y bajan, como si jugaran al pilla pilla, en las escaleras de una capilla, con forma de cohete espacial. Muy cerca, los jachkars, las tradicionales cruces armenias talladas en piedras, se ladean, poco a poco, como si cedieran, irremediablemente, al peso de una historia que no pueden controlar.

Monasterio de Noravank, Armenia (foto: JCadarso).

Entre una espesa neblina y el verdor de los valles armenios, llegamos, por fin, al monasterio de Tatev. El conjunto monástico se sitúa al borde de la profunda garganta del río Vorotán, y jugó un papel significativo en la historia de la región, como centro económico, político, espiritual y cultural. En los siglos XIV y XV, el monasterio albergó una de las universidades medievales más importantes de toda Armenia. Más reciente, en 2010, se inauguró un teleférico que une Tatev con el pueblo de Halidzor. Que está incluido en el Libro Guinness de los Récords como "el funicular de doble cable más largo del mundo sin paradas". 

Monasterio de Tatev, Armenia (foto: JCadarso). 

Monumento al genocidio armenio (foto: JCadarso).

Camino de Georgia encontramos el monasterio de Sanahin, literalmente "este es más viejo que ese", en referencia al cercano monasterio de Haghpat. Las dos localidades y sus monasterios son similares en muchos aspectos. Sanahin fue fundado en el 966, por la dinastía bagrátida y tuvo una importancia capital en la cultura. En el Angkor del Cáucaso Sur –por la naturaleza, que se come sus piedras milenarias–, termina el recorrido por este finisterre oriental del cristianismo, último "reservorio" de fe de una vieja Europa que, poco a poco, va olvidando lo que fue. 

**Fotografías realizadas por JCadarso, libres de todos los derechos.