Hace no muchos años, cuando los colegios católicos eran católicos, nos enseñaban que el término «católico» significaba «universal». El catolicismo es, en su fundamento, un afán de universalidad: una misión de extender la Buena Nueva a todos los confines de la tierra.
Uno de los medios más eficaces para extender el mensaje cristiano ha sido, además de las misiones iniciales, el mantenimiento de la fe y el apostolado realizado a través de la educación de los jóvenes. De ahí el gran número de carismas y órdenes que, desde tiempos pretéritos, han hecho de la educación de los jóvenes su camino de santidad.
Y no sólo me refiero a los colegios de religiosos (hoy representados por la FERE-CECA), sino a otros proyectos educativos que, sin ser confesionales, se han venido estableciendo con un propósito declarado de realizar, con ocasión de la enseñanza, un apostolado de ideario netamente católico.
La escuela católica ha estado de moda en este país hasta hace muy pocos años. No sólo por su calidad, sino por ofrecer a los padres un ideario inspirado en los principios del catolicismo que muchos demandaban a pesar de la creciente secularización de la sociedad. Tanto es así que la FERE registró la marca «Escuelas Católicas» con el consiguiente enfado de la CECE que consideraba que una gran mayoría de sus centros son católicos aunque no confesionales. Basta con advertir que la representación mayoritaria de los padres en los centros de la CECE la ostenta la CONCAPA, Confederación Católica de Padres de Alumnos.
Decía que hace no muchos años los colegios católicos eran católicos porque, de un tiempo a esta parte, parecen haber olvidado el significado del catolicismo: la universalidad. Una preocupación, en definitiva, por llegar a todas las gentes y hacerles partícipes de la Buena Nueva. Ante el acoso estatal por imponer una escuela laicista monocolor, esos afanes han dado paso, en muy poco tiempo, a un objetivo prioritario: sobrevivir económicamente a través de los conciertos pase lo que pase y pese a quien pese. El medio (la institución) ha desplazado al fin (el ideario católico con el que fueron promovidos). Se ha impuesto el «sálvese quien pueda» y los afanes apostólicos se han tornado en apuestas por un perfil complaciente con la Administración a fin de que sea tolerante con la institución afanada en desarrollar un paraguas protector o «burbuja educativa».
Quienes conocemos en detalle estas asignaturas ideológicas somos conscientes de la imposibilidad de conciliar un ideario verdaderamente católico con las intromisiones adoctrinadoras que está perpetrando el Gobierno. Empezamos con una Educación para la Ciudadanía que pretende que las conductas de nuestros hijos sean conformes a una doctrina moral propuesta por el Gobierno. Sin transición está planificándose una educación sexual obligatoria presumiblemente impartida por personal externo a los centros. El adoctrinamiento se introduce en los centros -públicos y concertados- a golpe de Decreto. Es la escalada totalitaria más acelerada que nadie haya podido sospechar. Así se reconoce en el extranjero. ¿Y qué hacen los centros otrora «católicos»? Unos colaborar con el proyecto del gobierno y otros pretender blindar sus centros. Pero aquí se acaba toda resistencia. Las energías no se emplean en denunciar, oponerse o movilizar a los padres contra este atropello que, además, recorta la libertad de los centros por oponerse al ideario católico. Sumisión, silencio y perfil bajo. A los padres preguntones se les tranquiliza con una sonrisa y una explicación de cómo, a pesar de la claridad de los decretos, el centro no se va a apartar un ápice de su ideario.
Pero ¿es posible conciliar, tal como están establecidas, estas materias con un ideario católico? Tanto como diluir aceite en el agua. Caben, por tanto, dos posibles soluciones: abandonar las exigencias del ideario y pasar por el aro del gobierno o rebajar las exigencias curriculares con subterfugios que van desde aprovechar esas horas lectivas para explicar religión a incumplir descaradamente las exigencias curriculares con materiales propios que no aguantarían una inspección educativa.
En cualquier caso, los centros ´católicos´, ocupados en trampear la ley, han renunciado a plantarle cara y han optado por blindarse y dejar a los pies de los caballos de una ley gravemente injusta al 80% de las familias cuyos hijos asisten a los centros de titularidad pública. ¿Universalidad? ¿Ideario católico? Los católicos querían cambiar el mundo, no esconderse de él.