De vez en cuando, algún soplagaitas del pudridero europeo, atufado por los miasmas de su propia decadencia, se pone estupendo y suelta una mamarrachada delirante, como acaba de hacer el gerontófilo y barbilindo Macroncito, que ante el enésimo atentado islamista ha escrito un tuit completamente memo, rememorando el lema proclamado en la batalla de Verdún: «Ils ne passeront pas».
Y a los islamistas, al leerlo, les ha entrado la risa floja y se han puesto a bailar el chotis de Celia Gámez «Ya hemos pasao». ¿Quiénes van a impedir que los islamistas pasen? ¿Cómo van a contener los demócratas desfondados del pudridero europeo a los bárbaros que vienen a cortarnos la cabeza? ¿Alguien en su sano juicio puede creer que sociedades huérfanas de certezas, aferradas como lapas a sus placeres embrutecedores, corruptoras de su juventud y envenenadas de resentimiento van a impedir el paso a los bárbaros? Contra estos islamistas que nos rebanan el pescuezo como si fuésemos pollos desplumados o nos atropellan con un camión como si fuésemos cucarachas nada podemos hacer; pues sólo somos una chusma degenerada, fofa y pusilánime, gangrenada por el escepticismo y sin energías vitales para acometer cualquier empresa colectiva enaltecedora; una chusma que se amilana patéticamente ante cualquier enemigo, por minúsculo que sea, como nos está demostrando la plaga coronavírica. Y, además, ¿quiénes capitanearían esa resistencia contra los bárbaros? ¿Soplagaitas al estilo de Macroncito o de sus variantes autóctonas? Ellos han metido a los bárbaros en casa; y, llegado el momento, les entregarán la lista con las cabezas que tienen que cortar, como hizo el obispo Oppas cuando el emir Muza entró en Toledo.
Cada vez que los islamistas perpetran uno de sus horrendos atentados los soplagaitas del pudridero europeo sueltan mamarrachadas semejantes, para disimular el marasmo reinante, que empieza a parecerse trágicamente al ambiente de hastío y resignación que Kavafis retrataba en su celebérrimo poema: «¿Por qué esta inacción en el Senado? / ¿Por qué están ahí sentados sin legislar los senadores? / Porque hoy llegarán los bárbaros. / ¿Qué leyes van a hacer los senadores? / Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros». Aunque, para ser del todo exactos, en el pudridero europeo, mientras esperamos la llegada de los bárbaros, hacemos a toda prisa algunas leyes: leyes para destripar fetos, leyes para pervertir niños en la escuela, leyes de barra libre penevulvar, leyes para dar matarile a los viejos, etcétera. Leyes, en fin, para pueblos sojuzgados a los que conviene convertir en una papilla desvinculada, incapacitada para el esfuerzo colectivo y ensimismada en sus derechos de bragueta. Leyes para pueblos cipayos que acabarán inclinando la testuz sin defenderse, para que los bárbaros los puedan degollar más fácilmente. Porque la muerte, para quienes se han dejado arrastrar por todas las degradaciones, puede ser, en efecto, la única forma posible de liberación.
Es una ley biológica infalible que las civilizaciones las fundan las religiones; y que se extinguen cuando muere la religión que las fundó. Así ha ocurrido a lo largo de todos los crepúsculos de la Historia, sin excepción alguna, y así seguirá ocurriendo. Pretender crear una civilización sobre el vacío religioso, como hacen las democracias del pudridero europeo, es un sueño delirante que no tardará en volverse (que ya se está volviendo) pesadilla. Pues sobre los escombros de la civilización fundada por la Cruz no se alzará la torre del endiosamiento humano que predica la democracia, sino una media luna chorreante de sangre.
Publicado en ABC.