Una primera impresión puede llevar a concluir que la idea del título resulta exagerada. ¿Cómo debería ser re-evangelizado un país católico como la Argentina? ¿Cómo un país en el que brilla la devoción a la Virgen en las fiestas litúrgicas y religiosas populares? ¿Cómo debería ser re-evangelizado un país que, en su momento, fue descubierto y cristianizado por España? Y un largo etcétera.

Dejando para otra oportunidad analizar el motivo mariano y el hispanista, me interesa detenerme en la idea que afirma que la Argentina sigue siendo católica. Conviene, en primer lugar, precisar los términos. ¿Qué entendemos por “Argentina” cuando se afirma que ella es -o, en su defecto, no es- católica? En segundo lugar ¿qué entendemos por “católica”?

Comencemos por lo primero. Entendemos por “Argentina” el (des)orden social argentino. No ponemos nuestra mirada en los individuos, que pueden ser santísimos... o no, siendo mortales que todos los días renovamos el propósito de “no pecar más”. Ponemos nuestra mirada en el influjo social del catolicismo en la Argentina. Sigamos con lo segundo: “católica” tiene que ver con la Fe de siempre.

En cuanto a la Argentina como (des)orden social argentino, basta repasar las leyes disolventes de la vida social nacional como la del divorcio (ley 23515, 1987), la parte descatolizadora de la reforma de la Constitución Nacional en 1994, la ley de "matrimonio de personas del mismo sexo" (ley 26618 de 2010), la del aborto (ley 27610 de 2020; no olvidar que casi sale en 2018 y el terreno fue trabajado para 2020), y otras tantas de menor cobertura mediática o proyectos de ley que se presentan una y otra vez. Dicho de otra manera, en un país católico en serio no se sancionan tales leyes ni se presentan tales proyectos. También es cierto que, en un país católico en serio, tampoco llegan a gobernar y legislar quienes llegan efectivamente luego de cuarenta años de democracia de masas.

En cuanto a la catolicidad como la Fe de siempre, en la Argentina estamos todavía peor que en lo que se refiere al (des)orden social argentino. Por ejemplo, resulta una gracia extraordinaria encontrar colegios católicos de verdad más allá de las denominaciones formales. Como se dice por estos pagos, si una familia envía a sus hijos a uno de esos colegios es porque es “católico católico”. Soy testigo de familias que hacen un viaje importante para que sus hijos vayan a uno de ellos. Y de otras que se mudan lo más cerca que se puede por el mismo motivo. Por no hablar de las celebraciones litúrgicas –el alma de la vida cristiana, cuyo culmen es la Eucaristía–. Nos hemos acostumbrado, a veces porque no queda otra, a la melaza musical “litúrgica” que, si de música tiene poco, de litúrgica todavía tiene menos. O de otros ejemplos. Con un detalle –hablo por mi país, desconozco cómo será en otros–. El carácter ruinoso de la Fe se debe, en primer lugar, al estado del clero. Es un hecho. Contra factum argumentum non valet.

Dicho esto ¿cómo no concluir que la Argentina debe ser re-evangelizada?

Bien visto, y más allá del paisaje desolador que podrían presentar las reflexiones de arriba, se trata del mejor de los motivos por los cuales gastar y desgastar la propia vida de acuerdo al espíritu apostólico de San Pablo. Evangelizar la propia patria en alianza con misioneros de otras tierras por aquello de la universalidad del catolicismo –valga la redundancia–.

Nada más querido a nuestro corazón que el establecimiento de un orden social según el derecho natural y cristiano. Lo que se requiere, con todo, es partir de la realidad. Y la realidad es que la Argentina es un país descristianizado. De lo que se trata es de re-evangelizarla para alabanza de la gloria de la gracia de Cristo (cf. Ef 1, 6). “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1 Co 9, 16).