La mayoría de los matrimonios, y muchas parejas que “simplemente” viven juntas, siguen viendo como una parte importante de su relación tener hijos. “Al menos uno”, o “La parejita”, o también, más presente de lo que pensamos, “¿Y por qué no una familia numerosa?” Este deseo de dejar descendencia siempre ha existido, y seguirá existiendo mientras el hombre sea hombre. La relación que crea, sostiene y conserva un matrimonio es el amor entre los esposos. Y el amor, decían los clásicos, es diffusivum sui, tiende a crecer, a expandirse, a contagiar a otros, a hacerse notar, a difundirse en la sociedad.

De aquí nace el hecho de que sea legítimo este deseo del nuevo hijo, o de varios hijos. Esto no significa, ciertamente, que el deseo se deba cumplir y perseguir a toda costa, cueste lo que cueste, y caiga quien caiga. Sabemos que cualquier deseo que nos pueda surgir tiene unos límites, y el simple deseo no justifica cualquier acción. Deseamos, y es legítimo, tener salud, gozar de un cierto bienestar. Pero este deseo no justifica pasar por un robo a mano armada, matar al guardia de seguridad de un banco para conseguir ese bienestar natural. No justificaríamos cualquier violencia o asesinato por el simple hecho de recuperar mi propia salud. Todo deseo tiene un límite, al menos si reconocemos una escala de valores mínima para convivir en medio de la sociedad.

Las palabras tienen su importancia y su significado, y por eso cuando hablamos del deseo legítimo de tener hijos, de expandir el amor de un matrimonio, hemos de distinguir la fertilidad de la fecundidad. Por fertilidad me refiero al hecho biológico de tener un hijo, o unos cuantos. La tierra es fértil cuando produce fruto, cuando crecen las espigas de trigo, cebada o centeno. El naranjo es fértil cuando produce naranjas, y el manzano manzanas. Del mismo modo, el matrimonio es fértil cuando viene el hijo, o “la parejita”, o la familia numerosa.

La fecundidad, en cambio, no siempre está ligada a la realidad biológica de unos hijos. El profesor es fecundo en su relación con los alumnos. El entrenador, el capitán del equipo, es fecundo en relación con sus jugadores. Y biológicamente no genera nuevas vidas en el aula, o en el campo de entrenamiento. La fecundidad va más allá, se extiende, crece su acción, la difunde, más allá de lo meramente biológico, físico, material. Y hay matrimonios infértiles, pero muy fecundos, que viven el amor entre ellos y transmiten amor y alegría a muchas personas

Esta fecundidad en la infertilidad, sin embargo, no es la única salida a los problemas de tantos matrimonios que desean ser fértiles, tener varios hijos. Sí es la realidad principal, que siempre debe estar de fondo, pero no es el único consuelo ni la única vía. El ser humano puede y debe buscar la buena salud, también en el ámbito sexual. Este concepto de “salud sexual”, en la mayoría de los casos, está muy manipulado. Con frecuencia se usa como frase bonita para hablar de anticoncepción, esterilización, eugenesia y aborto. Se ha limitado y sesgado su significado, pero la realidad va más allá.

El ser humano, como cuerpo, tiene distintos aparatos o sistemas funcionales. Aquellos aparatos que estudiamos en ciencias naturales: aparato digestivo, aparato circulatorio, aparato respiratorio. Y también un aparato reproductor. Los distintos ámbitos de la medicina, que buscan y cuidan la salud del cuerpo, deben abarcar igualmente los distintos aparatos, también el aparato reproductor. Y en muchas ocasiones, más de lo que pensamos, la no fertilidad, la infertilidad, tiene su origen en el aparato reproductor, o en alguno de los sistemas que interactúan con él. Del mismo modo que buscamos la salud en nuestra respiración o en nuestra circulación, es legítimo, y casi un deber, buscar la buena salud de nuestra sexualidad.

En esta corriente de investigación médica se inserta la naprotecnología, y otras técnicas, que buscan profundizar científicamente en esta realidad humana llamada procreación. Para los curiosos, pueden mirar lo que propone la Asociación Española de Naprotecnología. Matrimonios que han encontrado el don de la fertilidad, y también matrimonios que han potenciado su fecundidad en medio de la infertilidad.

Y esta investigación, siguiendo el método científico, busca conocer la realidad por sus causas. Y conociendo las causas de esta realidad, siempre misteriosa, que llamamos “ser humano”, investigar cómo podemos mejorar a todo el hombre, cuerpo y espíritu, mejorando su cuerpo sin violentar o minusvalorar su espíritu. Es mejor poner unas gotas de miel a veinte metros de donde estamos comiendo que intentar matar a cañonazos a cualquier mosca que se nos acerque.