La vida del hombre en la tierra es una búsqueda continua. A veces, no sabe lo que busca; otras, sabe muy bien lo que quiere. Pero la vida del hombre es búsqueda, y en último término, búsqueda de Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín). Esa insatisfacción que experimenta continuamente el corazón humano sólo quedará satisfecha cuando encuentre a Dios y cuando se encuentre con él cara a cara en el cielo
Al celebrar año tras año la fiesta de la Epifanía del Señor, hoy se nos presenta el ejemplo de búsqueda por parte de los Magos de Oriente, que acabaron encontrando al Mesías, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos. Con sus dificultades y obstáculos, fueron honestos en la búsqueda de la verdad, y ésta se les mostró desbordante en el encuentro con Jesús y su Madre.
Algo debió pasar en el firmamento, alguna señal por la que aquellos sabios se pusieron en camino. Al parecer, fue una estrella fugaz que les orientó en la dirección en la que debían caminar. Y siguieron las indicaciones que sus conocimientos científicos ofrecían, hasta llegar a Jerusalén, donde preguntaron por el rey de los judíos, que acababa de nacer. La pregunta alborotó a unos y otros, especialmente a Herodes, que pensó que el recién nacido venía a quitarle el trono real. Herodes se sintió realmente amenazado, cuando Jesús no ha venido a quitar nada a nadie, sino a darlo todo, a llevarlo todo a plenitud.
Cuando el discernimiento no se hace en la verdad, sino buscando los propios intereses, el resultado está falseado. Los sabios y el rey Herodes les dieron un resultado falseado a los Magos, que buscaban orientación. Nos pasa muchas veces en la vida. Buscamos la verdad, pero tantas personas influyen para apartarnos de la verdad, y nosotros mismos hacemos lo mismo con los demás. Menos mal que la verdad padece pero no perece, como dice un refrán español. La verdad pasa por momentos difíciles, a veces es perseguida, a veces incluso quienes la proclaman son eliminados. Pero la verdad no perece, antes o después reaparece y se impone por la fuerza de la misma verdad, sin violencia, sin extorsión.
Los Magos se pusieron de nuevo en camino de búsqueda y volvieron a ver la estrella. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. En la búsqueda de Dios, la luz que viene de Dios produce alegría; incluso en los momentos de oscuridad, no falta la paz que viene de Dios y nos sostiene en la búsqueda de la verdad. Y esa estrella, señal de la luz de Dios que ilumina nuestras conciencias, les mostró el lugar exacto donde se encontraba Jesús.
Entraron en la casa, vieron al Niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Cuando vemos con claridad, no cabe otra postura que la adoración, es decir, la rendición de todo nuestro ser a la verdad descubierta. En este caso, ante Jesús, al que buscaban estos Magos. La adoración es la postura fundamental de la criatura ante su Creador, es la postura fundamental de quien busca a Dios y lo encuentra. Hasta que no llegamos a esta postura de adoración, cabe el riesgo de manipular la verdad. Por el contrario, cuando descubrimos la verdad, cuando descubrimos a Dios, cuando nos encontramos con Jesús, se impone adorarlo, posponiendo nuestros razonamientos y nuestras cábalas. Los Magos nos enseñan a buscar, nos enseñan a superar las dificultades de discernimiento en el camino, os enseñan a adorar, cuando hemos encontrado al Señor.
La fiesta de la Epifanía del Señor tiene tres puntos: ésta de los Magos que vienen buscándolo y cuando lo encuentran lo adoran; el Bautismo en el Jordán, donde Jesús es presentado por su Padre como el Hijo amado y es inundado de Espíritu Santo; y las bodas de Caná, donde Jesús se muestra como el esposo que trae un vino nuevo, una alegría insuperable, para cada uno de nosotros.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.