(Por gentileza de la editorial Didaskalos, reproducimos el prólogo de don Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, al libro Sacerdote en nombre de Cristo, de Jean Galot, S.I.)
Cuando un libro vuelve a imprimirse es porque se vende. Y si se vende es porque interesa, no pasa de moda. La demanda de los lectores impulsa a las editoriales a sacar una nueva edición. Y esa es la prueba clara de que el libro interesa.
Esto sucede con la presente obra, Sacerdote en nombre de Cristo, resultado de las clases del padre Jean Galot, S.J. [1919-2008] en sus años de profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana, que fue cuidadosamente traducido por un grupo de sacerdotes de Toledo, entonces estudiantes en Roma y alumnos de sus clases (1987-1989), bajo la dirección de Pablo Cervera Barranco, experto en estas tareas editoriales.
La primera edición de esta obra fue prologada por Don Marcelo González Martín, cardenal-arzobispo de Toledo, que daba carta de presentación a una obra sólida en las aportaciones sobre el sacerdocio ministerial. Yo también fui alumno de este curso del padre Galot en 1980, lo recuerdo con gratitud, y me produjo satisfacción ver aquellas lecciones magistrales en forma de libro, gracias a la diligencia de tales sacerdotes jóvenes.
En una época revuelta, como fue aquella y puede apreciarse mejor al pasar los años, la enseñanza del padre Galot, esta que aparece en la presente obra, venía a dar fundamento sólido a la doctrina de la Iglesia sobre el sacerdocio ministerial, que el Concilio Vaticano II había puesto de nuevo en el candelero en una eclesiología de comunión del Pueblo santo de Dios. Era frecuente la pregunta acerca de qué tipo de sacerdote necesita el mundo de hoy. Ya el título nos sitúa en la verdadera perspectiva: sacerdote en nombre de Cristo, es decir, la referencia fundamental es Cristo y con él se relaciona toda reflexión acerca del ministerio sacerdotal que se prolonga en la historia por el sacramento del Orden desde los apóstoles hasta nuestros días.
El autor se acerca hasta el Jesús histórico, el que nos presentan los Evangelios, para dibujar el perfil del Hijo de Dios hecho hombre en su misión redentora vivida en su ministerio público desde Galilea hasta Jerusalén, donde vivió su Pascua inaugurando la Pascua nueva y eterna. La Carta a los Hebreos nos presentará ese sacerdocio existencial de Jesús, en el que llegan a plenitud los sacrificios del Antiguo Testamento. «No quieres sacrificios ni ofrenda de víctimas expiatorias y me has dado un cuerpo: Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,5-9). De esta manera, se cumple el culto verdadero que agrada al Padre, el culto en Espíritu y en verdad, que hace de la propia vida una ofrenda continua, alentada por el Espíritu Santo. «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer» (Heb 5,7-8). Sacerdote perfecto, víctima perfecta, ofrecido una sola vez.
Se detiene en la institución de los Doce, que no fue un producto de la comunidad, sino una elección personal del mismo Jesús, que llamó a los que quiso para que estuvieran con él, enviándolos a predicar con poder de expulsar demonios (cf. Mc 3,13-15). Pedro no asume la función de liderazgo por apropiación indebida fruto de un carácter dominante, sino por elección del mismo Jesús, que lo pone al frente de los Doce, otorgándole el poder de las llaves del Reino.
El perfil de Pablo ayuda a entender ese sacerdocio que Jesús ha donado a su Iglesia, pues se trata no de un sacerdocio meramente cultual, sino de la inmensa tarea de la evangelización, haciendo presente también en la celebración ese misterio redentor, que se prolonga en el servicio de caridad por todas las iglesias.
El autor afronta con acierto los temas candentes del momento, que siguen siendo actuales también hoy: el sacerdocio común y el ministerial, diferentes esencialmente y no solo de grado, que se ordenan el uno al otro para el crecimiento de la comunidad eclesial (Cf. LG 10). Cómo ese ministerio de la sucesión apostólica, que el sacramento del Orden garantiza, va desplegando su organización y su ejercicio en los primeros siglos de vida de la Iglesia hasta constituirse como ahora lo conocemos. Afronta el tema de carácter sacramental, no como una funcionalidad pasajera, sino como una mutación ontológica, que configura la persona del ministro con Jesucristo cabeza de su Iglesia. Y dedica páginas al celibato, vinculado por múltiple conveniencia con el sacerdocio ministerial, como había explicado Pablo VI en su encíclica Sacerdotalis coelibatus.
Recuerdo a propósito del celibato que nos contó con todo detalle en clase los hilos con los que se tejió el Sínodo de los Obispos del año 1971, en el que el propio padre Galot fue experto asesor para el tema del sacerdocio. El aula sinodal sometió a votación el asunto para presentarlo al papa Pablo VI, y cuando los medios de comunicación habían aireado y promovido un resultado contrario, en el aula se produjo un resultado favorable al celibato ministerial. La historia se repite.
Y ya en aquellos años se planteaba con fuerza el tema del sacerdocio femenino, que el autor afronta también en este libro, planteando el problema y aportando sobre todo la doctrina de Pablo VI (Inter insigniores, 1976), ampliada y ratificada por Juan Pablo II (Ordinatio sacerdotalis, 1994), recordada por el Papa Francisco: «Juan Pablo II fue claro y cerró la puerta al sacerdocio femenino, y yo no vuelvo sobre ese tema» (2018).
Tenemos, por tanto, en nuestras manos un verdadero tratado sobre el sacerdocio, que abarca las enseñanzas bíblicas, teológicas, históricas, espirituales y existenciales, incorporando el enfoque de nuestros días con la luz del Vaticano II. Un libro que seguirá haciendo bien a seminaristas y sacerdotes, cuando quieren profundizar en el sacerdocio, el «regalo del Corazón de Jesús a su Iglesia» (Santo Cura de Ars).
Agradecer a Pablo Cervera su verdadero tesón en proporcionarnos estas obras imperecederas. En esta obra promoviendo su traducción y edición, y ahora preparando la 3ª edición, actualizándola con la doctrina de Juan Pablo II. Dios le pagará el gran bien que nos hace.